Con mucha satisfacción y agrado presentamos el vol


Cita recomendada: Manara, C. Intermediarios del mundo fronterizo en la consolidación estatal de

Chile y Argentina (1830-1860). Revista TEFROS, Vol. 16, N° 2, julio-diciembre 2018: 85-121.



Intermediarios del mundo fronterizo en la consolidación estatal de

Chile y Argentina (1830-1860)


Intermediaries on the borders during the State consolidation of Chile and Argentina (1830-1860)


Carla Manara

Universidad Nacional del Comahue, Argentina


Fecha de presentación: 05 de diciembre de 2017

Fecha de aceptación: 02 de julio de 2018


RESUMEN

Después de la etapa marcada por la guerrilla realista pincheirina (1818-1832) algunos sujetos se reposicionaron en la escena actuando como intermediarios estratégicos entre las comunidades indígenas y las autoridades republicanas. Éstos se movilizaban por el vasto espacio fronterizo que se extendía por Araucanía, norpatagonia y pampas, pero ahora insertos en el proceso de formación y consolidación del estado argentino y chileno.

El presente trabajo tiene como objetivo analizar la participación de dichos intermediarios, tan controversiales como necesarios en las relaciones intra e inter étnicas de gran parte del siglo XIX ¿De dónde procedían? ¿Qué vínculos mantenían dentro y fuera de las fronteras? ¿Por qué emergen como actores claves en la política de los estados en formación? Estos son algunos de los interrogantes que guiaron la investigación pudiendo aproximarnos a la complejidad que ofrece la temática en cuestión. En este sentido, profundizamos en dos casos en particular, el del Comandante y Comisario de Frontera Antonio Zúñiga y el del Capitán Domingo Salvo, ambos nombrados por el gobierno chileno para cumplir funciones “fronteras adentro” mientras seguían participando de viejas prácticas maloneras en las pampas bonaerenses y mantenían su amistad y compadrazgo con lonkos regionales.

Palabras clave: intermediarios; fronteras; estados nacionales; lonko; movilización


ABSTRACT

After the period marked by Pincheiras’ royalist guerrilla (1818-1832), some subjects placed themselves on the scene acting as strategic intermediaries between the indigenous communities and the Republican authorities. These were mobilized on the vast border extending through Araucanía, Norpatagonia and Pampas, inserted in the process of formation and consolidation of the Argentine and Chilean States.

The present work aims at analysing the participation of these intermediaries, controversial as well as necessary in the intra and inter-ethnic relations during the nineteenth century. Where did they come from? What links did they hold inside and outside the border areas? Why did they emerge as key actors in the politics of the states in formation? These are some of the questions that have guided and enabled us to approach the complexity of this issue. In this study we delve into two cases in particular: Commander and Border Commissioner Antonio Zúñiga and Captain Domingo Salvo. Both men were appointed by the Chilean government to carry out frontier functions while still participating in old raid practices in the pampas of Buenos Aires and keeping their friendship, and compadrazgo with regional lonkos.

From a regional and ethnohistorical approach, we analyse borders as social and dynamic spaces of multi-interactions. We confront and articulate specialized bibliography with a documentary corpus collected in archives, among which we highlight a 1847 Mendoza indictment containing information significant for the rereading proposed in this investigation. We add a diversity of expeditionary narrative chronicles and stories of travellers who freely moved throughout the region, and we also include the contribution of that period press.

Keywords: intermediaries; borders; national states; lonko, mobilization.


INTRODUCCIÓN

El siglo XIX comenzó con un enfrentamiento extremo entre Borbones e insurrectos por los espacios de poder. La movilización de grupos revolucionarios generó el contra ataque de los españoles y desató la llamada Guerra a Muerte luego de la batalla de Maipú en 1818. A la luz de este profundo conflicto se organizó una guerrilla defensora de la causa del rey liderada por Vicente Benavides siguiendo objetivos políticos y una estrategia militar para derrotar a los “insurrectos” que habían copado los centros de poder. Esta organización estaba internamente jerarquizada y legitimada en el orden colonial y se movilizaba a través de múltiples montoneras que operaban en las fronteras de ambos lados de la cordillera en forma simultánea1.

Luego de Ayacucho (1824), dichas montoneras se trasladaron al este andino y se asentaron en las tierras de sus aliados pehuenche bajo el liderazgo de José Antonio Pincheira2. La efectiva readaptación les posibilitó seguir operando de forma notoria y extenderse por la nordpatagonia y las pampas bonaerenses frenando el avance de los incipientes gobiernos liberales hasta 1832. Esta guerrilla pro realista se vio potenciada desde un principio por la alianza de numerosos lonkos de la Araucanía, así como entre los pehuenche y los ranquelche, e interactúo directamente en el escenario de la pugna política (Villar y Jiménez, 2001; Bechis, 2001; Manara, 2008).

La guerra sin cuartel cundió por todas las ciudades, villas, haciendas y se internó más allá de las fronteras generando comportamientos y vínculos inéditos. Se agudizaron los enfrentamientos entre facciones desafiando la capacidad de resolución en medio de la contienda. Asimismo, surgieron amplias redes de contactos que excedieron los ámbitos locales y regionales. La inestabilidad reinante era un gran obstáculo para afianzar el proyecto de los nuevos estados nacionales3. En efecto, la falta de una centralización política hizo que unos y otros se inclinaran hacia distintas estrategias políticas. Durante estas décadas, la debilidad del estado en las alejadas tierras del sur permitió a algunos caciques negociar con mayor o menor éxito su lugar en el nuevo orden político (Mandrini, 2006, p. 15).

Hacia 1831 la poderosa guerrilla comenzó a mostrar síntomas de su decadencia. Varios factores contribuyeron para ello: el desgaste de una guerra tan prolongada; las bajas producidas en los reiterados enfrentamientos; los conflictos en el seno de su organización; las propuestas de indulto del gobierno chileno a sus principales activistas y la muerte y dispersión de varios de los caciques aliados.

Sin dudas, cuando la guerrilla comenzó a evidenciar sus limitaciones la balanza se inclinó a favor de las repúblicas (Manara, 2005, 2010). Así, las tropas movilizadas desde Santiago de Chile y Buenos Aires fueron mejorando sus condiciones en la medida que se desarticulaban las fuerzas montoneras. Entonces J. A. Pincheira advirtió el debilitamiento de sus operaciones en el frente atlántico y decidió replegarse en los centros andinos del actual norte neuquino, atento a los acontecimientos que ocurrían en Chile, donde aún conservaba viejas alianzas.

Desde las pampas bonaerenses Juan Manuel de Rosas procuró intensamente desmantelar las redes de Pincheira tentando con indultos y beneficios a sus aliados más cercanos. Para los federales, y para Rosas en particular, el líder de las fronteras del sur era un enemigo demasiado peligroso dada la libertad con la que se desplazaba por los frentes de frontera como por las numerosas fuerzas que podía reunir y la red de colaboracionistas que detentaba. También era preocupante la formación militar y la cantidad de armas de fuego que tenían los pro realistas. En estas circunstancias la política de Rosas para pacificar las fronteras se fue ajustando según los movimientos de las fuerzas enemigas. La experiencia indicaba que frente al menor descuido éstas sacaban ventajas muy rápidamente.

En 1832 el gobierno de Chile se propuso “exterminar la horda pincheirina” y castigar a los “rebeldes de la patria” (Walther, 1964). Fue entonces cuando las tropas del Gral. Manuel Bulnes dieron con el paradero de Pincheira en la región de Varvarco, gracias a la información de uno de sus más próximos colaboradores que traicionó su confianza, a quien nos remitiremos más adelante. Cuando llegó Bulnes encontró en el campamento unos doscientos hombres armados y ciento cincuenta pehuenche, además de una verdadera colonia de familias. Se repatriaron más de 2000 mujeres chilenas y unas 40.000 cabezas de ganado que estaban en los asentamientos andinos (Morales Guiñazú, 1938, p. 116).

Pretendidamente superada la Guerra a Muerte, los gobiernos de Santiago y Buenos Aires apuntalaron sus proyectos de expansión en las respectivas fronteras. Algunos sujetos lograron reposicionarse en la escena actuando como intermediarios estratégicos entre las comunidades indígenas y las autoridades republicanas. Éstos sabían movilizarse muy bien por el vasto espacio fronterizo de la Araucanía, norpatagonia y pampas, pero ahora lo harán insertos en el proceso de formación y consolidación de los nuevos estados.

Llegados a este punto, nuestro objetivo consiste en analizar la participación de dichos intermediarios, tan controversiales como necesarios en las relaciones intra e inter étnicas de gran parte del siglo XIX. ¿De dónde procedían? ¿Qué vínculos mantenían dentro y fuera de las fronteras? ¿Por qué se convirtieron en agentes claves para la nueva política estatal? En este sentido, abordamos el caso del Comandante y Comisario de Frontera Antonio Zúñiga y el del Capitán Domingo Salvo, ex pincheirinos indultados y nombrados por el gobierno chileno para cumplir funciones “fronteras adentro”, instancia que nos permite profundizar en el contexto planteado.

Este trabajo resulta de los avances de investigación logrados en los últimos años a partir de una lectura articuladora de bibliografía argentina y chilena especializada. Luego complementamos y confrontamos esa información con un heterogéneo corpus documental relevado en distintos archivos siguiendo la lógica de la movilización de los actores en estudio4. En buena medida predominan las fuentes oficiales, como los informes gubernamentales y la correspondencia de Comandancias de Fronteras. Por otro lado, damos relevancia a las crónicas y diarios de viajeros, expedicionarios y misioneros que supieron transitar por las regiones en estudio5 y artículos de la prensa de época. Asimismo, disponemos de una abundante correspondencia emitida por los propios caciques o sus secretarios y lenguaraces que protagonizaron el proceso en estudio y la letra de parlamentos y acuerdos para confrontar los relatos oficiales. Con este corpus de fuentes, nos centramos en el análisis pormenorizado de un sumario iniciado en Mendoza en 1847 al Capitán de Amigos José María Surita, el cual contiene información significativa para la relectura propuesta6.


FRONTERAS PERSISTENTES

Desde un enfoque regional y etnohistórico abordamos las fronteras como espacios sociales, dinámicos y de múltiples interacciones. Dicho espacio se construye a partir de un sistema de relaciones internas y externas que se modifican en el proceso histórico. En tal sentido, consideramos a la región observada como un espacio abierto y en construcción, sin límites geográficos o político a priori que resultan inadecuados para la comprensión cabal de los fenómenos socio económicos (Bandieri, 1997, 2001).

A su vez, pensamos a las fronteras como un centro en sí mismo en lugar de áreas marginales de los centros de poder, incluso estando en permanente contacto y confrontación con éstos. Desde esta perspectiva visualizamos a la región de la Araucanía, nordpatagonia y pampas como segmentos articulados en una macro región. En su conjunto constituye un complejo espacio social de múltiples contactos ya notorio al menos desde el siglo XVII. La integración regional se facilitaba por el acceso a pasos cordilleranos relativamente bajos en la actual provincia de Neuquén. De modo que los pehuenche, huilliche y mapuche que ocuparon estas franjas andinas supieron ser el nexo primordial para el traslado de los ganados arreados desde la pampa húmeda hacia los mercados chilenos (Hux, 1992; Varela y Manara, 2006).

Este amplio espacio fronterizo del sur americano fue un gran desafío para los Borbones de la segunda mitad del siglo XVIII, luego heredado por los emergentes estados de Argentina y Chile a lo largo del siglo XIX. Sin dudas, era un espacio estratégico, dinámicamente articulado por rastrilladas que cruzaban la cordillera de los Andes sin mayores obstáculos. De hecho, era un espacio de connotaciones muy significativas al presentarse como nexo entre la Capitanía de Chile y el virreinato del Río de la Plata. La política de pacificación de las fronteras implementada por las autoridades borbónicas había frenado en parte la hostilidad dominante, pero, aun así, los hispano-criollos no lograron asentarse en forma permanente “tierra adentro”. A partir del siglo XIX esta dinámica fronteriza seguía vigente, pero el proceso revolucionario y la organización de los estados nacionales fueron imponiendo cambios en los contactos y en las prácticas habituales (Boccara, 2003). Esto generó nuevos comportamientos por parte de los caciques, tal como veremos más adelante.

Efectivamente, esta era la frontera más alejada del cono sur y el último espacio que seguía quedando fuera del control estatal. Así fue como las tierras andinas del Neuquén y el sur de Mendoza conformaron verdaderos nudos de caminos y se convirtieron en el centro de disputas inter tribales y de la codicia de españoles primero y de los criollos después. La consolidación de los circuitos ganaderos se debió a la demanda de las parcialidades de la Araucanía como también por parte de los hacendados trasandinos que industrializaban y exportaban carnes saladas, cueros y sebos (Cerda Hegerl, 1996; Pinto Rodríguez, 1996). A lo largo del siglo XIX esta demanda creció notablemente y profundizó la disputa de intereses.

El enfrentamiento entre unos y otros por estas tierras provocó una permanente necesidad de negociación, cuestión relevante como sostén de las relaciones interétnicas, que los gobiernos nacionales también advirtieron a su tiempo. El espacio fronterizo se convirtió en un ámbito donde se dirimieron hegemonías y liderazgos durante estas décadas. Paulatinamente las fuerzas en pugna se orientaron a formar coaliciones cada vez más complejas e inestables dando lugar a un proceso de politización y de militarización que afectó a todas las regiones y al conjunto de los actores.

Lo dicho induce a repensar los enfoques tradicionales desde los cuales se aborda a los espacios de fronteras. Las posibilidades analíticas son más amplias si enfocamos el problema desde una perspectiva “desde adentro”. Asimismo, el predominio de estudios regionales fragmentados ha hecho perder de vista la real dimensión de estas fronteras que se extendían a un lado y al otro de la cordillera. En especial, cuando los incipientes estados se enfrentaron tempranamente por el control de las mismas. En ambos casos, se vieron presionados por el “problema del indio” en sus respectivas líneas fronterizas y lidiaron con una herencia colonial sin poder superarla por décadas.


HERENCIAS INELUDIBLES

El amplio espacio fronterizo que estudiamos devenía marcado por herencias coloniales en cuanto a parlamentos y tratados que establecían las raciones, sueldos, grados militares y los intermediarios para arbitrar entre las parcialidades y dinamizar las gestiones interétnicas7. Estas pautas siguieron vigentes durante todo el siglo XIX. Las nuevas coyunturas demandaron ajustes necesarios, muchas veces considerados por los gobernantes “males necesarios” para poder lidiar con la problemática fronteriza.

En particular era preocupante la movilización de múltiples sujetos en estos ámbitos. Una diversidad social compleja e interactuante daba cuenta de un abanico de problemas. Los intermediarios emergen como figuras claves para entender la dinámica de las fronteras decimonónicas y, no es de extrañar, que muchos caciques rechazaran la intromisión de estos agentes.

Se verifica que la política de los nuevos estados fue incorporando elementos de cambio no sólo en las relaciones interétnicas sino hacia dentro de los propios grupos indígenas. De este modo, las parcialidades aliadas fueron beneficiadas con nuevos recursos que traía la paz con el blanco, pero a su vez debieron enfrentar a las que rechazaban hacerlo. Los pactos incluían la cooperación contra enemigos comunes y la conciliación o intervención en conflictos intertribales (Levaggi, 2014; De Jong, 2007).

Consideramos que la continuidad de los parlamentos y tratados fue de algún modo el costo de las negociaciones necesarias para superar la Guerra a Muerte; incluso los distintos intermediarios fueron instancias vitales camino a la consolidación estatal. Muchos caciques que se alineaban detrás de una figura que oficiaba de intermediario con los blancos accedían a los beneficios. También hubo muchos de estos líderes étnicos que supieron hacer de intermediarios, en calidad de “indios amigos”, pero las condiciones eran muy distintas ya que era todo un desafío mediar entre los suyos y las autoridades estatales. La categoría de “indio amigo” se oponía a la de “indio enemigo” abriendo una brecha entre lonkos, incluso entre los de un mismo grupo étnico.

Los intermediarios formaron parte de un colectivo emergente que respondía al nuevo orden estatal como hacedores de negociaciones asumiendo compromisos difíciles de resolver y para lo cual tenían las mejores condiciones. Además, adquirían las facultades que les deba un cargo militar y esto les permitió también un ámbito de juego propio. No es casual que las fuentes se refieran a éstos como oscuros personajes, mestizos pícaros y ladinos que hacían un doble juego. Este es el terreno en el cual nos insertamos para estudiar dos casos significativos como los mencionados Zúñiga y Salvo y analizar cómo influyeron en los conflictos y en la resolución de los mismos mientras seguían participando de viejas prácticas maloneras merced a sus vínculos de antaño con lonkos regionales.


MEDIADORES ESTRATÉGICOS

Como se dijo, el nombramiento de agentes intermediarios para ejercer la función de enlace entre las tribus y las autoridades tiene sus raíces en la etapa colonial y fue mantenido por su eficacia en las primeras décadas republicanas. Después de la etapa pincheirina, viejos personajes actuando bajo las nuevas circunstancias se reposicionaron en la escena, incentivando los malones a las haciendas rioplatenses, pudiendo movilizarse con gran impunidad hasta entrada la década del cincuenta.

Corrido de la escena José Antonio Pincheira, ya no quedaban caudillos con ascendiente semejante sobre las tribus indígenas. Sin embargo, algunos ex pincheirinos de una forma u otra siguieron ejerciendo cierta influencia sobre los grupos cordilleranos del este, provocando, además, serios inconvenientes en varias provincias. Tal es el caso de José Antonio Zúñiga, mestizo chileno que había sido uno de los más fieles oficiales de la guerrilla realista y de Domingo Salvo, también partícipe de estas montoneras (Hux, 1992; Varela y Manara, 2001; Rojas Lagarde, 2004). Siempre existían sospechas e intrigas sobre sus movimientos y el pasado ligado a los Pincheira los convirtió en interlocutores temidos y respetados al mismo tiempo (Manara, 2010).

Las fronteras sur seguían en la mira de los gobiernos. Santiago de Chile como Buenos Aires reelaboraron su política para absorber los efectos letales de la guerra sin cuartel que habían experimentado. Ahora ya no regía el poder de las montoneras realista pero muchos lonkos habían fortalecido su poder y mostraban mayor capacidad de negociación frente a las autoridades gubernamentales. La Guerra a Muerte había dejado heridas abiertas en todos los protagonistas, más allá del bando al cual habían adherido. La década de 1830 empezaba con nuevos aires, pero subyacían viejos rencores.

Las tierras andinas del Neuquén eran un espacio codiciado para la comunicación y el comercio entre ambas vertientes de los Andes. La campaña militar de 1833 llevada a cabo por Rosas y que llegara hasta el río Negro para escarmentar a los maloneros, no dio los frutos deseados. Al poco tiempo se hizo evidente la imposibilidad de mantener los fuertes establecidos en las tierras del sur y en virtud de esto los contingentes indígenas que se habían refugiado en la región cordillerana comenzaron a retornar.

Observamos entonces que algunos individuos con rango militar, dependientes del gobierno chileno y con gran ascendiente sobre las tribus aprovecharon el indulto por el cual se les perdonaba su accionar junto a Pincheira. Desde este nuevo rol buscaron renovar su amistad con lonkos sobrevivientes y así eliminar los obstáculos para seguir organizando los acostumbrados malones sobre las haciendas fronterizas8. El gobierno chileno los insertaba en el nuevo orden, pero al mismo tiempo los volvía a introducir en el mundo fronterizo en el cual eran muy hábiles.

¿Cuál era el rol de estos intermediarios? Eran destacados funcionarios del estado e influían en la política interior de las tribus, negociaban el rescate de cautivos y facilitaban las relaciones entre el gobierno y los lonkos mapuche (Lagarde, op cit.). Como tantos otros militares que vivían entre los indios, conocidos como los “aindiados”, circulaban hasta las pampas movilizando a sus aliados según las circunstancias (Villar y Jiménez, 1997). Los llamados Comisarios de Naciones, Capitanes de Amigos y Tenientes de Indios operaban como árbitros para la resolución de conflictos (Villalobos, 1982, pp. 183-184). A su vez, tenían vínculos con administradores de importantes haciendas chilenas que actuaban en combinación con las tribus araucanas/mapuche9.

En el caso de Zúñiga y Salvo, dos destacados ex-oficiales de la guerrilla pincheirina, indultados y nombrados capitanes del ejército chileno merecen ser analizados con atención. Con este rango y aprovechando todos sus conocimientos y red de relaciones se dedicaron a fomentar el traslado de grupos de indígenas y mestizos, so pretexto de controlar los pasos, para obtener ganados en las pampas. El fruto de estos arreos era luego comercializado por ellos mismos en los mercados trasandinos, transacciones que bien habían aprendido a realizar en tiempos de Pincheira.

La cuestión central era que la demanda de animales por parte de los hacendados chilenos seguía vigente, acentuando la tradicional práctica maloquera que provocaba cuantiosas pérdidas a las estancias e incrementaba la ganancia en miles de cabezas de ganado a los partícipes de dichas empresas, como supo denunciar Olascoaga (1974). Según este militar y estudioso de la región andina, la instalación en Neuquén de “…personajes interesados con muchos auxiliares y pertrechos” incentivó el maloneo en la frontera de Buenos Aires y estimuló la codicia dando “…un patacón por una vaca, moneda de plata que hasta eran fundidas por los plateros especialistas entre los pehuenche” (ibid., p. 72). También daban ciertos lotes de mercancías como tabaco, añil, entre otros, “…sugiriéndoles el pillaje, estimulándolos con elementos de fuerza halagándolos con regalos, embruteciéndolos con bebidas y predicando el odio a la Argentina”. Un “sistema completo de especulación”, como dijera Olascoaga (ibid., p. 23).

Las autoridades chilenas conocían el accionar de estos intermediarios de dudosa fidelidad pero necesarios para procurar el ganado y atemperar las divergencias. El vacío de poder reinante en las áreas fronterizas también incentivó la competencia entre estos dos personajes que llegaron a delimitar su radio de acción para evitar enfrentamientos estériles en los que ambos perderían posición. Los renovados cabecillas emergieron como promotores de nuevos conflictos, incitando los malones y generando situaciones de tensión intertribal y entre los propios gobiernos republicanos (Varela, 1999). Recurrieron a todo tipo de estrategias para movilizar a los indígenas hacia tierras transcordilleranas. Debe reconocerse que la presencia de estos personajes era inevitable hasta tanto las autoridades no tuvieran control efectivo sobre las fronteras.

Ahora bien, hay dos cuestiones a relativizar a la luz de los avances actuales. Una es la que se refiere al tráfico de ganado hacia Chile pensado básicamente a partir de la apropiación de animales en las haciendas pampeanas mediante los malones indígenas, tal como argumentara Olascoaga. La otra, se refiere a que los agentes chilenos no eran los únicos interesados en obtener estos ganados.

En cuanto al primer punto, vemos que las parcialidades tenían otras formas de obtener animales. El surgimiento de una economía pastoril al sur de la provincia de Buenos Aires y en tierras neuquinas fue producto de las transformaciones dadas desde mitad del siglo XVII y más aún en el siglo XVIII. Tal como señaló Mandrini (1991, 1997), la producción de ganados se dio dentro de las tribus dando lugar a una especialización económica regional. La actividad de pastoreo implicaba la mantención, crianza y engorde de los animales que recibían en custodia los indígenas de parte de los hacendados chilenos, y cuyanos, que para evitar el control de las autoridades lo enviaban por territorio indígena, haciendo aquellos de intermediarios a cambio de lo cual recibirían animales en forma de pago, por derecho a pastaje o peaje.

Las nuevas condiciones acentuaron el proceso de transformación de los pehuenche en pastores ecuestres, comerciantes y ganaderos sobre las acostumbradas prácticas transhumantes10 y la ocupación efectiva de los valles cordilleranos. En función de lo cual la parcialidad de Varvarco se destacaba como intermediaria necesaria en los circuitos de intercambios que cruzaban la nordpatagonia, conectando las tierras del frente Atlántico con las del Pacífico11 (Varela y Biset, 1990, 1993; Pinto Rodríguez, 1998). A su vez, los mismos grupos de las pampas solían entregar a los pehuenche a orillas del río Colorado (De la Cruz, 1969, p. 231) sus animales para ser engordados y posteriormente conducidos a Chile, a cambio de determinados bienes. De este modo, los pehuenche lograban trocar también sus propios productos (tejidos y sal).

Asimismo, puede sumarse la captura de ganado cimarrón que podía quedar disperso y el ganado “alzado” que se trasladaba “tierra adentro” sobre todo por las sequías, y que al estar marcado era fácilmente asociado con los robos. Otro buen porcentaje del ganado provenía de las raciones que el gobierno acordaba con los caciques principales y que éstos luego distribuían entre los caciques “secundarios”.

Sin embargo, los malones no desaparecieron y probablemente seguían siendo la fuente principal de abastecimiento a gran escala. Desde los distintos frentes de frontera existían quejas y pedidos de auxilio para enfrentar los ataques y la sustracción de animales. Recordemos que los malones se incrementaron por la conformación de las estancias ganaderas como unidad productiva en la primera mitad del siglo XIX, lo cual dificultó el acceso de los nativos a los animales. En particular, la situación de Mendoza era crítica, y desde la comandancia de San Rafael se reiteraban las denuncias por la cercanía de los pehuenche asociados con población criolla chilena, movilizándose en conjunto en los valles de la cordillera (Del Pont, 1947, p. 87).

Además, los malones se convirtieron en una táctica bélica para frenar la política expansiva de los gobiernos, como ocurrió frente al avance de Martín Rodríguez en 1820 y las sucesivas fundaciones de fortines en esos años. Cabe recordar que la Guerra a Muerte fue cabalmente una guerra de recursos, por lo cual el malón y las tácticas montoneras fueron mecanismos de choque y de abastecimiento. Posteriormente, en la década de 1850, los malones persistían y llegaron a ser contundentes; basta remitirnos a los grandes ataques que lideró José María Bulnes Yanquetruz precisamente sobre Carmen de Patagones, como se verifica en el siguiente informe:


El día 31 del ppdo. Mayo a las 9 de la mañana bajo una densísima niebla, fueron invadidos los establecimientos al Sud de este Río Negro por 300 indios Tehuelches, Pampas y Chilenos al mando de los Caciques Yanquetruz, (...) Pailacan y Huancabal, arrebatando 1700 cabezas vacuna y yeguarizas, en el instante de soltarlas de los corrales, por ser ya tarde, lo que los indios asechaban desde la madrugada12.


En cuanto al segundo punto, resulta significativo que los arreos de animales no eran colocados solo en las plazas chilenas. Si bien era muy notorio y de larga data que Valdivia13, Concepción y Chillán eran los mercados principales, existían otros puntos claves que demandaban asiduamente animales y en cantidad. Por ejemplo, Carmen de Patagones y más tarde Bahía Blanca (1828), que si bien se abastecían por mar no les resultaba suficiente y recurrían al intercambio con los indígenas. Las partidas de indios se llegaban hasta el fuerte a trocar animales y sus productos (tejidos, plumas, cueros) por tabaco, vino, yerba, bayetas, sombreros, ropa, espuelas y otros bienes a los que se habían acostumbrado. En Patagones, como en Buenos Aires y otros puntos fronterizos la demanda provenía de las propias autoridades del fuerte, como de las tropas y de particulares, y era lo usual desde tiempos virreinales para conseguir todos los animales posibles, en particular caballos, “…en pro del crecimiento y bienestar de la colonia” (Alioto, 2016, p. 138). En este sentido, Francisco de Viedma, frente al problema de abastecimiento que existía desde la fundación de Patagones en 1779, tenía muy en claro “…que parte de los animales comprados a los indios a cambio de aguardiente provenía de los crecientes malones contra la frontera de Luján, en especial de vacunos” (ibid.). Costumbre que se extendió en el tiempo, con lo cual queremos señalar que no era raro que los animales robados por un lado terminaran por satisfacer la demanda de los propios fuertes. Aun a sabiendas de esto, los mismos que se quejaban de los robos solían ser los compradores de dicha hacienda. Tanta demanda alentaba siempre los robos, la continuidad de los malones y hasta fomentaba la reproducción en las propias tolderías.


JOSE ANTONIO ZÚÑIGA

Resulta difícil reconstruir la biografía de Zúñiga. Según el historiador chileno Tomás Guevara (1902), Juan Antonio Zúñiga había nacido en tierras de Arauco y pertenecía a una familia española; para otros era hijo del cacique Alcapán, condición que se afirma en el sumario que analizamos, por lo tanto, sería mestizo. Conocía muy bien la lengua mapuche (mapudungun) y tenía buena inserción entre las tribus de la región araucana.

Había sido oficial realista y después de Maipú en 1818 se destacó en la organización de las montoneras lideradas por Pincheira. Precisamente por su cercanía al líder de la resistencia realista llevó adelante varias operaciones específicas. En 1830 fue destacado Comandante de la “Vanguardia Pincheirina” (Villar y Jiménez, 1998) por lo cual estuvo a cargo de dos divisiones para tratar condiciones de paz con las autoridades del este andino, estableciéndose en las cercanías del cantón de Bahía Blanca y Fortaleza de la Guardia Argentina. Entonces presentó un despacho que lo avalaba en su misión:


Don José Antonio Pincheira-Coronel del regimiento de Dragones y Comisionado general de las fronteras del Sur. &,&: Pasa al capitán Don José Antonio Zúñiga en la compañía de indios que manda a Chirileo a batir los enemigos perjudiciales a las banderas de Fernando el 7°; dicho Capitán va autorizado especialmente por mi para reducir y incorporar a su compañía a todo individuo que se reconozca ser cristiano: sin excepción de persona. (Fernández, 2000, p. 10)


La misión tenía el apoyo de boroanos y de ranquelche que habían sabido mantenerse aliados a las fuerzas realistas poniendo en peligro las maniobras de Rosas en el frente atlántico (Ratto, 1998). Sin embargo, la operación pincheirina no resultó como se esperaba. Entre otras cuestiones, porque Rosas busco directamente atraer a oficiales y caciques de confianza de Pincheira logrando algunas bajas importantes, entre ellos, el lonko Toriano, los oficiales Zúñiga y Gatica14. Zúñiga con unos 100 hombres de la Vanguardia hizo las paces en la Fortaleza Argentina de Bahía Blanca, por lo que debía abandonar la guerrilla y quedar al amparo del gobierno argentino y chileno. Zúñiga también se comprometió a negociar más tarde con Chile la rendición del propio Pincheira (Doval, 1974, p. 205). De hecho, en 1831 traicionó la confianza de su jefe entregando información sobre su paradero, con lo cual las tropas chilenas pudieron acorralarlo. Finalmente, fue el mismo Zúñiga quién lo persiguió con la idea de entregarlo personalmente en 1832. Entonces Pincheira decidió rendirse voluntariamente en Chillán para que su ex oficial no lograra su cometido por traidor (Maza, 1990, p. 141). A cambio, Zúñiga fue indultado y pasó a ser un colaborador directo del General Manuel Bulnes e incorporado al ejército chileno. Más tarde fue nombrado Capitán de Amigos y luego destacado como Comandante y Comisario de Frontera encargado de todas las tribus aliadas al gobierno chileno15. Sin dudas, la protección de Bulnes avaló el nuevo rol que adquirió Zúñiga.

Cabe recordar que ya había existido cierta desinteligencia entre Zúñiga y el Comandante Pincheira, cuando éste firmó el Tratado del Carrizal con el gobierno de Mendoza en 1829 asumiendo el compromiso de impedir que sus aliados organizaran nuevos malones, pero Zúñiga y otros integrantes de la guerrilla no estuvieron de acuerdo y desertaron alejándose del campamento de Varvarco (Varela y Manara, 2001, pp. 60-62). Entonces, Rosas aprovechó para tentar a Zúñiga con un indulto y la posibilidad de residir en las Salinas Grandes con tal de neutralizar los movimientos de Pincheira.

Desde su puesto de privilegio Zúñiga aumentó su ascendiente sobre los caciques de ambos lados de la cordillera, a quienes aconsejaba y orientaba en relación a los acuerdos gubernamentales y al mismo tiempo influía para movilizar fuerzas y seguir garantizando los acostumbrados arreos hacia Chile (Rojas Lagarde, 1995 y 1999). En 1847, ya como Comandante General de Indios, envió al capitán de Amigos Juan Surita como emisario a Mendoza, cuyo accionar generó sospechas e incitó al sumario del que damos cuenta. Este documento evidencia la complejidad del entramado existente y la diversidad de intereses en juego, como buscamos explicar.

Zúñiga llegó a tener vastas tierras en la frontera y en 1851 participó en la revolución contra el presidente Manuel Montt junto a sus tribus amigas. En esa oportunidad murió junto a sus hijos en manos de las tribus enemigas.


DOMINGO SALVO, “El brujo de la cordillera”

Otro caso que guarda semejanzas con el anterior es el del Capitán Domingo Salvo, también destacado ex pincheirino hasta que se pasó al bando patriota en 1823. Poco después volvió a sumarse a las filas realistas por un tiempo. Supo entregar ganado a ambos bandos, según el negocio de unos y otros, y “…en ambas filas era aceptado a discreción y en todas se imponía a la vez por sus horrendas crueldades” (Olascoaga, 1895, p. 51). Después de la derrota de Pincheira fue indultado y puesto a cargo del fuerte de Santa Bárbara y en la década de 1840 ya denotaba tener gran influencia sobre algunos caciques importantes del norte neuquino, como Purrán y Cristiano (Bengoa, 1985, p. 191).

Salvo también alentaba a los indígenas a participar en los robos de ganado en las haciendas pampeanas. Además capitaneaba grupos que comerciaban en las tolderías ranquelche aliadas del unitario Baigorria16, entre quienes parece haber existido una buena amistad. Como resultado, Salvo y sus aliados lograban obtener abundante ganado para ubicar en los mercados trasandinos. El robo de ganado también era denunciado por hacendados mendocinos, aludiendo a “…vagos y fascienorosos de la zona que asolan este territorio causando grandes males a los hacendados que se persiga sin consideración alguna a todo hombre en quien se tenga sospechas”, problema que persistió en los años siguientes17.

Salvo fue puesto a cargo del fundo fiscal de Las Canteras, cerca de Santa Bárbara, donde se contaban por miles las vacas procedentes de Buenos Aires, reconocidas por sus grandes marcas. Según Manuel Olascoaga18 “…no podía llegar ganado legal a Las Canteras, porque en aquella época solo los ladrones transitaban el camino de Lonquimay” (1995, p. 43). Salvo era conocido como el machi, de gran reputación por sus dotes de brujo entre las tribus de ambos lados de la cordillera. Su figura resultaba algo enigmática. Olascoaga decía de éste que era teniente coronel para las esferas sociales altas, el brujo para los rotos y el machi Salvo para los indígenas (ibid., p. 41).

Con sus casi dos metros, su cuerpo fornido, aire elegante, muy diestro y con gran habilidad para las intrigas, conocía todos los vericuetos de la cordillera, aspectos que jugaban a su favor. Generaba temor y respeto por su fama de brujo con dotes sobrenaturales, con esa “…omnipotencia que tal título reviste ante chusmas ignorantes” (ibid., p. 54). Era consultado como curandero, llegándose de las rancherías y tolderías vecinas a solicitarle remedios y a pedirle consejos o fórmulas para mejorar sus campos.

Conocedor del pensamiento mágico religioso y supersticiones de la cultura india y mestiza de la frontera se arrogaba poderes sobrenaturales propios de los machis. Aprovechando la vigencia de ciertas creencias tradicionales, aseguraba poder transformarse en pájaro para controlar que se concretaran los asaltos y malones. Se supone que el machi Salvo generaba un particular temor entre las parcialidades, amedrentando a quienes no seguían sus planes con su furia y hechizos.

Hay datos de que Salvo organizaba malones con la estrategia de ataques en montoneras a semejanza de la guerrilla pincheirina en la que había participado pero con una violencia inaudita. Se llevaba mujeres y niños como “sobornos humanos” (Olascoaga, 1995, p. 99), lo que da rasgos particulares a su rol de mediador.

Salvo tuvo una larga actuación en las fronteras, donde fue propietario de tierras y murió muy longevo en 1876 con el grado de Teniente Coronel y a cargo del mismo fundo en Santa Bárbara. Su accionar estuvo ligado a uno de los caciques pehuenche más poderosos del territorio neuquino, Feliciano Purrán, el más caracterizado aliado del gobierno chileno, a quien también vemos como partícipe directo de los hechos que llevaron al sumario de Mendoza.


EL SUMARIO

El sumario que relevamos en el Archivo Histórico de Mendoza (AHM) proporciona información muy valiosa19. Dicho sumario fue levantado en 1847 al Capitán de Amigos José María Surita, quien había sido enviado desde Chile por Zúñiga, en carácter de Comandante General de Indios, para entregar una carta al Comandante Juan Antonio Rodríguez a cargo del Fuerte San Rafael. La carta permite inferir que entre Zúñiga y Rodríguez existía una fluida correspondencia (Varela, 1999; Rojas Lagarde, 2004). Este último era también chileno, había sido soldado y protegido del General de la Frontera sur mendocina, Félix Aldao, y desde 1835 ya ubicado en un punto estratégico como era San Rafael forma parte del entramado de vínculos que seguimos.

El telón de fondo era la muerte del cacique pehuenche Guzmané, aliado al gobierno mendocino, quien había sido encargado oficialmente de frenar la circulación de ganados provenientes de Córdoba, San Juan y Mendoza. Esta situación hizo sospechar de la presencia de Surita en tierras cuyanas y dio a pensar en la posibilidad de que estuviera buscando incidir en las tribus del sur "…para que no tengan paz con Mendoza ni con Salvo"20. La mención de Domingo Salvo es relevante ya que existía una disputa con Zúñiga por el acceso a las tierras pehuenche. Las autoridades mendocinas y también el ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Buenos Aires decidieron iniciar una investigación sobre el asunto y Surita fue apresado. La misma fuente contiene la declaración de varios testigos “cristianos e indios”21.

A esa altura de los acontecimientos, tanto las autoridades de Mendoza como las de Buenos Aires, no dudaban acerca de que las autoridades chilenas bien conocían y consentían el accionar de varias tribus moluche (provenientes del oeste) amigas que bajo el mando de Zúñiga se trasladaban a tierras pampeanas en busca de ganados. A su vez el rol oficial de Zúñiga cubría intereses personales, como la posesión de tierras que éste y otros hacendados chilenos tenían en el mismo espacio de fronteras que custodiaba.

Al respecto, en el sumario se hace mención en reiteradas ocasiones a que, efectivamente, varios caciques aliados de Chile pasaban la cordillera y regresaban a sus tierras con animales que vendían en los fuertes de San Carlos, Santa Juana, Nacimiento, Santa Bárbara y los Ángeles, donde las ofrecían a los comerciantes22 del lugar o se las confiaban a Zúñiga pagándole una comisión23.

El testimonio de uno de los declarantes, el alférez del ejército de la provincia de Mendoza, Juan Seguel24, dio cuenta de la celebración de un parlamento general que había sido organizado por Zúñiga en Angol el año anterior, al cual habían concurrido unos 3000 conas (hombres de pelea) con sus respectivos lonkos, incluidos algunos pehuenche de tierras neuquinas. Según su relato la arenga de Zúñiga habría sido la siguiente:


Que cada día los cristianos iban estrechándolos con poblaciones de estancias y quitándoles a los indios sus campos dueños naturales de ellos, y que era llagado el caso no sólo de contener ese abuso sino también de hacerles retirar sus haciendas para que la llevasen a criar a sus potreros... (Anales IIM, p. 167)


A continuación, Zúñiga se habría referido a la herencia de su padre araucano:


Porque descendiendo de la raza de los Araucanos y habiendo sido su padre Alcapán, cacique principal de la costa de Chiloé, él que había combatido con los cristianos por la defender su territorio, conservaba los mismos sentimientos de su padre y les tenía aquel afecto natural de su sangre que había heredado y le corría por las venas, y abrigaba el mismo odio que tuvieron sus antepasados a los cristianos. (Anales IIM, p. 168)


Esta arenga habría sido para convocar a una invasión que tendría asiento en el paraje del cerro Auca Mahuida, localizado estratégicamente entre los ríos Neuquén y el Colorado, con el objetivo de presionar a los gobiernos de Mendoza y de Buenos Aires para que entregaran vacunos y caballares. En caso de negarse, se les atacaría para sacar el ganado por la fuerza. En el caso de que accedieran estaban dispuestos a ayudar a las autoridades para atacar al “vándalo Baigorria” como muestra de agradecimiento25. El propio Surita confirmó esto al relatar que el gobierno de Buenos Aires le había ofrecido a Zúñiga una recompensa de 1000 caballos y otros regalos para destruir a Baigorria (ibid., p. 481), acuerdo que no podemos verificar pero que estimamos muy oneroso para las arcas de Buenos Aires26, y siendo así, habla claramente del peso que tenía la captura del unitario.

Según otro de los interrogados, Juan Ignacio Paillaleaf27, dijo haber visto en Chiloé los preparativos de la invasión, y que el motivo de la misma era “…vengar las muertes que les habían dado a los indios de Chile, en una invasión que habían hecho a la provincia de Buenos Aires, cuyos perpetradores fueron Calfucurá y sus indios, aliados a aquel gobierno” (ibid., p. 483).

Como fuera, la fuente evidencia un cruce de intereses muy complejo y compromete a diversos actores. Es interesante detectar que desde hacía un año Zúñiga estaría organizando una invasión al este cordillerano y que ésta respondiera a un pedido del gobierno de Buenos Aires para ir contra Baigorria, o bien para vengarse de Calfucurá o para asegurar los arreos, o tal vez todos estos motivos juntos.

Otro problema para el gobierno de Mendoza era que la situación planteada afectaba las relaciones pacíficas que habían logrado con algunos lonkos como Guzmané, atrayéndolos con tratados de paz y envío de provisiones a cambio de controlar la frontera. Ahora se había perdido a este gran aliado y Zúñiga como Salvo no eran ajenos al hecho, ya que ambos se habían visto perjudicados por el accionar de aquél lonko. Precisamente el reo Surita venía encubierto a convencer a caciques de Mendoza y Neuquén para que fueran a recibir un sueldo de la república chilena (ibid., p. 485). El plan alentado por Zúñiga era alinear a dichos caciques del este andino bajo su poder en directa competencia con el machi Salvo.

A la luz de esta documentación se corroboran otras cuestiones nodales que suelen ser vistas por separado. Una de ellas es la constante y fluida circulación de personas y arreos por los bajos pasos cordilleranos mendocinos y neuquinos y la demanda de buenas pasturas para el engorde de las haciendas. Pero sobre todo se infiere que dada la ausencia de fortines y la lejanía de autoridades estatales la pugna era por un espacio estratégico de comunicación entre ambas vertientes de los Andes. Ámbito en el cual merodeaban Zúñiga y Salvo para asegurarse el control de los circuitos.

Otra de las cuestiones que nos interesa remarcar es que la derrota de la guerrilla pincheirina no puso fin a los saqueos y robos a las haciendas mendocinas y pampeanas, como se hubiera esperado. Cabe diferenciar que en los años de la Guerra a Muerte había existido un plan operativo bajo una causa política. Ahora, la demanda de ganado trasandina seguía creciendo y eran los mismos intermediarios oficiales chilenos los que se encargaban de abastecerla para no perder los habituales beneficios económicos. En este sentido, y corriendo todo tipo de riesgos, Zúñiga y Salvo, eran promotores de negocios, comisiones y regalos para alimentar la red de influencias, con la vista gorda de las autoridades (Rojas Lagarde, 2004, p. 133).

Otras veces los propios comerciantes entraban a las tolderías, donde celebraban los conchavos, intercambiando variados efectos por animales. Todos los compradores de ganado sabían que eran robados en las provincias argentinas ya que tenían las marcas de sus propietarios, diferenciándose claramente de los que eran criados por los indios que “…son orejanos de marca y señal” (Anales del IID, p. 483).

El cacique Cristiano testificó que en una oportunidad había llevado un arreo desde las pampas a Chile, vendiendo una parte de los animales a Don Juan Tagle, socio del presidente Manuel Bulnes en la estancia del paraje Las Canteras. Al tomar conocimiento de todas estas declaraciones el Ministro encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina se comunicó con su par de Chile poniéndolo al tanto de los acontecimientos del siguiente modo:


El gobierno del infrascripto abriga la convicción de que tal compra y venta, si es cierta, habrá sido ocultada al Exmo. Señor General, la procedencia de dichos ganados. La providad y honradez característica y notoria del Ilustre Exmo. General Bulnes, no puede arrojar otra idea que la expresada a ese respecto.28


Las sospechas al respecto siguieron existiendo aunque el gobierno chileno se ocupó de pedir informes e incluso de presionar a Zúñiga para que diera explicaciones a preguntas puntuales29. A lo cual Zúñiga respondió en forma escrita dando detalles, pero eludiendo muy bien la cuestión del robo de ganados, así como refutó que hubiera convocado a dar malón y aludió a que la misión de Surita fue por expreso mandato del gobierno. En definitiva, la queja del gobierno argentino tuvo respuesta pero ninguna solución. Hacia 1879, el diario El Constitucional todavía manifestaba el problema de los malones con incidencia chilena, en estos términos:


En los malones indígenas participan muchos chilenos que aunque parezca extraño son sus mejores baqueanos y principales instigadores de los malones, lo que es de pública notoriedad es que sus ostentosos y ricos territorios al sud y oeste, no quedarían completamente garantidos de futuras depredaciones con el sólo hecho de haber suprimido los indios de la región pampeana y andina. Mientras existan éstos en número considerable del otro lado del Neuquén, hasta el Limay y Nahuel Huapi.30


LA INJERENCIA EN ASUNTOS INDÍGENAS

Desde esta perspectiva, se ve claramente que pasando mitad del XIX, el saqueo, la circulación y finalmente la comercialización de los arreos en manos de indígenas y grupos de criollos dinamizaba la economía de la frontera surandina perfectamente articulada a las demandas del mercado del Pacífico, como dijimos. Para esta época, también comerciantes y hacendados chilenos no sólo tenían tratos comerciales con algunas tribus, sino que también muchos de ellos arrendaban potreros en el norte de Neuquén y sur de Mendoza en donde invernaban miles de cabezas de ganado, que estaban al cuidado de los mismos indígenas como por personal armado proveniente de Chile (Debener, 1999; Varela y Manara, 1999, 2000). El asentamiento de hacendados trasandinos generó el traslado de muchas familias como mano de obra y fueron surgiendo pequeños caseríos llamados “chilecitos” (Encina, 1959, p. 259). Estos pobladores seguían en contacto con su tierra de origen y reconocían a las autoridades chilenas y con frecuencia participaban de los malones en las fronteras de las provincias argentinas.

Para acceder a los ricos campos de pastura del noroeste neuquino era necesario contar con el aval del ya mencionado cacique pehuenche Feliciano Purrán, quien constituyó una de las últimas jefaturas andinas de reconocido prestigio para los gobiernos, siempre interesados en atraerlo para sus fines. Purrán controlaba los apetecibles valles andinos y fue tradicionalmente un aliado del gobierno chileno hasta las últimas décadas del siglo XIX. Paulatinamente se convirtió en un intermediario estratégico para garantizar la circulación de ganados a los mercados chilenos y entró en contacto con Zúñiga y Salvo (Varela y Manara, 2006). Purrán fue uno de los responsables de la muerte de Guzmané, junto al cacique Cristiano y Ayllal, (hermano o yerno de Guzmané) quien se pasó de bando y quedó como el sucesor. La muerte de Guzmané desató el conflicto que describe el sumario y verifica efectivamente la incidencia de los intermediarios chilenos en las tribus.

En este terreno queda claro que Salvo incentivó el asesinato del cacique Guzmané, aliado de Zúñiga, y que este hecho fue un indicio más de la rivalidad entre los dos mediadores chilenos. La cuestión entre ambos era obtener alianzas para controlar los pasos. Zúñiga se movía al sur de Mendoza y Salvo en el noroeste neuquino hasta que chocaron los intereses de unos y otros. A su vez, Purrán había sido el rival de Guzmané desde que este se alió al gobierno mendocino. En adelante, el liderazgo de Purrán en las tribus pehuenche neuquinas fue notorio hasta las campañas militares de 1879.

Guzmané tenía buenas relaciones con ambos gobiernos, por lo que a Zúñiga no le complicaba los trámites, pero era un freno para enemigos como Purrán, a quien no le permitía malonear, considerándolo un subordinado. En medio de esta rivalidad Purrán y su gente atacaron en Chillán como castigo a lo que sobrevino la venganza como respuesta. En esta reyerta murió Guzmané.

Al mismo tiempo, detrás de los malones en las haciendas fronterizas solía estar la injerencia del unitario Manuel Baigorria, refugiado desde hacía años en las tierras ranquelche, movilizando a sus aliados para derivar buena parte del ganado obtenido allende la cordillera (Fernández, 1998; Jiménez, et al. 2015). Siempre belicosos los ranquelche, en particular Pichún (hijo del gran Yanquetruz) y Painé supieron estar en contacto con Zúñiga y Salvo contrariando el accionar de la Condeferación rosista31. Painé justo falleció en plena pulseada en 1844 y lo sucedió su hijo Calván. En una carta de Salvo dirigida a Paineman (Painé) a quien conoce como “su amigo y pariente” le comunicó que Rosas iba por él, por lo que le sugiere que “…mejor sería que te vinieses a tu tierra que está sin novedad”32. Como bien señala Rojas Lagarde (2004, pp. 122-123), esta carta abre muchos interrogantes. En cuanto a volver a Chile como sugiere Zúñiga, no significaba que volviera a su tierra, ya que Painé era oriundo de las pampas. Por lo tanto, inferimos que era un modo de reafirmarle a su amigo que del otro lado de los Andes tenía protección. De este modo Zúñiga operaba en su red de influencias, cruzaba informaciones y resguardaba sus alianzas estratégicas.

Cabe destacar que la conexión con los ranquelche había sido también vital para las montoneras pincheirinas, dado que eran los principales abastecedores de ganado y muy efectivos por su capacidad operativa. No debe perderse de vista que en el fondo de la competencia por los arreos existía una violenta pugna política entre Rosas y sus eternos enemigos unitarios, muchos de ellos refugiados “tierra dentro” (Rojas Lagarde, 2004; Tamagnini, 2017). La lucha entre unitarios y federales es paralela e interactuaba con los movimientos de los mapuche, ranquelche y pehuenche, tal como se verifica a lo largo del sumario que analizamos.

Como se dijo antes, el capitán Domingo Salvo tenía tratos con Baigorria, a quien le enviaba cristianos o indígenas al servicio del gobierno trasandino para negociar en su campamento con vino, aguardiente, ropa, lanzas y pólvora por ganado vacuno, caballar y mular33. El mismo capitán Salvo en pago de algunos favores le habría enviado una carga de municiones de guerra y algunos otros regalos34. Otro aspecto interesante que corroboramos es la rivalidad entre estos dos ex pincheirinos, porque tanto Zúñiga como Salvo se disputaban el control sobre los diferentes grupos indígenas "…pues Zúñiga no gobierna los de Salvo, ni Salvo los de Zúñiga" (ibid., p. 464).

Ambos competían por lograr alianzas que les posibilitaran obtener mayores beneficios políticos y económicos. Inferimos entonces que la alianza de Salvo con los caciques Purrán, Cristiano y Ayllal impedían a Zúñiga el libre tránsito por los pasos del norte neuquino.


El DECLIVE DEL PODER DE LOS INTERMEDIARIOS

Desde nuestra perspectiva uno de los factores que fue socavando el rol de los intermediarios fue la emergencia de lonkos poderosos hacia la segunda mitad del siglo XIX. Poco antes que se concretara la campaña militar de 1879 a las tierras patagónicas ya se sabía de la conformación de grandes unidades políticas en tierras neuquinas a través de los liderazgos de Purrán, Reuque-Curá y Sayhueque. Con gran autonomía, éstos combinaban el comercio, la guerra y la diplomacia mediante tratados simultáneos con los gobiernos argentinos y chilenos. Estas negociaciones fueron mermando la frecuencia de los malones a cambio de importantes raciones y regalos que suplían lo que no podían obtener con aquéllos (Varela y Manara, 1999, pp. 101-106). Si bien los malones no desaparecieron del todo, al menos ya no respondían a la sugestión fantasmagórica del brujo Salvo, ni a la omnipotencia de Zúñiga (Hux, 1992, p. 185).

Estos renovados lonkos se habían convertido en interlocutores cada vez más estratégicos para lidiar con las presiones externas y pudieron reafirmar su liderazgo al restarles capacidad de intromisión a los intermediarios mestizos. En tales circunstancias asumieron la compleja e inédita experiencia de actuar frente a los estados que avanzaban de un modo u otro.

Un caso significativo para profundizar al respecto es precisamente Purrán, defensor de los dominios en Varvarco y lagunas de Epulafquen, actual noroeste neuquino. Como vimos, durante la década de 1840 Purrán tuvo que compatibilizar sus intereses con las apetencias de Zúñiga y Salvo protegidos por el gobierno chileno. Años más tarde, cuando Purrán consolidó su posición les fue restando injerencia sobre sus asuntos, en particular al machi Salvo. Había llegado el momento en que Salvo ya no lograba sorprender con sus artilugios de brujo ni con sus amenazas, tal como habría dicho, el propio lonko, éste "…no era sabio y que además estaba muy viejo y desacreditado" (Olascoaga, 1985, p. 130).

Hacia 1870 el poder de Purrán era muy evidente tanto como su invariable recelo por su territorio y autonomía. Por esto siempre dilataba las instancias de acuerdos gubernamentales dando excusas de último momento. Sin embargo, su mayor compromiso siempre fue con el gobierno chileno, asumiendo la protección de personas y haciendas de los comerciantes o residentes al este de la cordillera, lo cual ya era una tradición. De este modo, los intereses trasandinos seguían fuertes en la región provocando la puja entre los dos gobiernos para asegurarse la alianza de Purrán y el acceso a los valles andinos (Manara, 2013).

Fue recién en 1873 cuando Purrán firmó con Mendoza un convenio de paz provisional junto a otros caciques que aún no lo habían hecho. Este tratado intentaba neutralizar lo pactado con el gobierno chileno. Se acordó un sueldo anual de 200 pesos y a sus capitanejos una paga menor. Se les entregaría además cada seis meses raciones de azúcar, yerba, tabaco, papel y jabón a todas las tribus amigas que firmaran. Se introducía la figura de un Jefe de Frontera, como necesario intermediario entre las partes. El gobierno se comprometía a respetar la ocupación del terreno fijado al sud del río Neuquén y les daría protección contra posibles enemigos. A su vez, se costearía la educación primaria de dieciocho jóvenes elegidos entre los hijos de los caciques y capitanejos. La cláusula que más le interesaba a Purrán era la posibilidad de realizar el libre comercio entre las tribus y las poblaciones argentinas, que se haría en adelante contando con un pasaporte. Los caciques se comprometían a mantener la paz con el gobierno, a entregar a todos los que se refugiaran en sus tierras y a colaborar ante cualquier invasión a la República, además de reconocer, desde ya, la soberanía del gobierno argentino.

Evidentemente el lonko pretendía mantener el fructífero comercio con Chile en convivencia con las cláusulas del pacto con el gobierno mendocino. Ya no mediaba ni Zúñiga ni Salvo pero los acuerdos en estos términos no resultaban viables en la medida que las partes tenían objetivos encontrados. De hecho, el gobierno argentino estaba concentrado en eliminar el tráfico comercial hacia Chile, que era justamente lo que Purrán seguía defendiendo (Manara, 2013).

En esos años todavía seguía vigente la entrada de comerciantes y hacendados chilenos que tenían trato con los pehuenche y les arrendaban potreros para el engorde de animales. El espacio fronterizo comenzó a desarticularse recién con la “Campaña del Desierto” y “la Campaña de Pacificación de la Araucanía” que Argentina y Chile llevaron adelante respectivamente a fines del siglo XIX. Los circuitos indígenas eran pre existente a la formación de los estados que se los venían disputando y por muchas décadas fueron el motivo de rivalidades y competencias entre fuerzas disímiles.


A MODO DE CIERRE

La investigación del tema propuesto nos permitió abrir, explicar y relacionar muchas aristas del contexto en cuestión. Profundizamos en la dinámica de la conflictividad interétnica en las fronteras andino patagónicas poniendo énfasis en la información que brinda un sumario muy rico en cuanto a la diversidad de actores, vínculos e intereses “tierra adentro”. El protagonismo de intermediarios mestizos chilenos, como Salvo y Zúñiga, pone en evidencia la complejidad en juego. A su vez, el pasado de ambos como ex pincheirinos, salvados por un indulto del gobierno chileno, suma rasgos particulares para pensar en la continuidad de comportamientos ligados al mundo de fronteras. En cierta forma, seguían primando costumbres de antaño por encima de la lógica del dominio estatal.

La dualidad manifiesta de ambos casos es notoria. Puestos como agentes estatales en el medio fronterizo que bien conocían no se desligaron de sus viejas actividades maloneras, incentivando y recreando sus alianzas con los caciques. Éstos por su parte, también sabían de los beneficios de arrear ganados a los mercados chilenos. Siempre había sido así pero ahora los nuevos estados de Argentina y Chile competían directamente por el mismo recurso. Más aun, además de los mercados trasandinos existían otros puntos fronterizos que demandaban animales, como Mendoza, Patagones y Bahía Blanca. Pero detrás de los arreos y malones existía una disputa por los pasos andinos. Todo lo cual operaba en el marco de una profunda pugna política entre caudillos y facciones y entre los propios gobiernos de Argentina y Chile.

Observamos que Salvo y Zúñiga, entre otros casos, fueron actores estratégicos, a la vez que un mal necesario para los estados que tuvieron que lidiar con estas redes enquistadas, veladamente permitidas por un lado y cuestionadas por otro.

Estos sujetos fueron operativos en la primera mitad del siglo XIX, especialmente luego del desarme de las montoneras pincheirinas. Con el tiempo sus acciones se tornaron peligrosas para la política estatal e incluso para los propios caciques. El sumario analizado muestra la capacidad de ambos intermediarios para movilizarse por las fronteras, interceder, arbitrar y hasta promover acciones en pro de sus objetivos e intereses personales. Consideramos que Salvo y Zúñiga formaron parte del nuevo orden estatal que debió convivir con viejas prácticas hasta tanto se pudieran superar. A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, y en la medida que los estados mejoraron sus instancias de negociación, estos intermediarios fueron perdiendo influencia.

Por último, nos interesa poner énfasis en el conflicto creciente que notamos a lo largo de la investigación. De hecho, la competencia entre Salvo y Zúñiga por el control de los pasos cordilleranos para garantizar los arreos y la circulación de contingentes es muy clara. Esto requería vinculaciones directas con las poblaciones pehuenche andinas que también tenían sus diferencias internas, puestas en evidencia por el rol de Guzmané en Malargüe, aliado de Zúñiga por un lado, y el de Purrán en Varvarco, ligado a Salvo, por otro lado. A su vez, ambos conectados con los ranquelche a sabiendas de la fuerza de éstos para moverse en las pampas y fortalecidos con el liderazgo de Baigorria y otros unitarios “tierras adentro”, haciendo un frente de choque contra las fuerzas de Rosas y el poderío de Calfcucurá35.

Llegamos así a dilucidar dos campos de competencia muy marcados que echan luz sobre rivalidades y confrontaciones en distintos niveles. Es decir, entre los intermediarios oficiales chilenos en las fronteras; entre las parcialidades indígenas y sus respectivos caciques; entre caudillos unitarios y federales y, finalmente, en forma indudable, la competencia del estado argentino con el chileno que buscan consolidar su soberanía en las fronteras del sur. Casos como Zúñiga y Salvo traspasaban la cordillera y se internaban en territorio pretendidamente argentino pero sin control efectivo. La soberanía argentina era más de derecho que de hecho; por eso las poblaciones y autoridades chilenas incursionaban sin mayores impedimentos. Entonces el sur de Mendoza y el Neuquén eran territorios estratégicos en disputa y todos los protagonistas aludidos formaron parte del mismo escenario. Hemos respondido muchos interrogantes, pero sin dudas quedan otros pendientes a cuenta de los avances realizados.


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NOTAS

1 Estas montoneras solían ser muy numerosas y eran de conformación multiétnica ya que participaban españoles, criollos, mestizos, negros e indígenas. Cada una de ellas estaba bajo las órdenes de un jefe que respondía directamente al líder de la organización. Los jefes realistas mostraban uniforme militar y bandera y se movían en conjunto al grito de “viva el rey” (Varela y Manara, 2000).

2 Estas tierras se ubicaban en el noroeste de la actual provincia de Neuquén, en particular en la zona de Varvarco y Epulafquen y al sur de Mendoza en la región de Malargüe. Desde estos centros operativos se comunicaban con otros núcleos que llegaban hasta Carmen de Patagones mientras mantenían sus contactos trasandinos, en especial en Chillán (Varela y Manara, 2000). La mayoría de los pehuenche seguían reconociendo viejos tratados firmados con los Borbones a fines del siglo XVII, en honor a los cuales optaron por apoyar a los realistas contra un nuevo orden que amenazaba con quitarse los beneficios logrados (Varela y Manara, 2000).

3 Según las versiones decimonónicas, cuando las montoneras cruzaron la cordillera el problema terminaba para Chile. Sin embargo, en el año 1825 hay constantes reclamos de los vecinos aludiendo a la necesidad de reforzar el frente cordillerano. A su vez las autoridades buscaban planes posibles para fortalecer esos caminos requiriendo un mejor conocimiento de la región a través de los baqueanos (Cfr. Catálogos del Fondo de Intendencia de Concepción, Vol. 80: oficios del año 1825, Chillán, 1 de septiembre de 1825, Archivo Histórico de Santiago de Chile (AHSCh). En este sentido, se elaboró un plan específico para perseguir a Pincheira (Cfr. Catálogos del Fondo de Intendencia de Concepción, vol. 84: Intendencia de Concepción (1825-1827): Papeles diversos: Comunicaciones recibidas, AHSCh.

4 El corpus documental disponible contiene información heterogénea y de distinta procedencia atendiendo a los diversos frentes de observación que impone esta temática. En este caso, Archivo de Santiago de Chile (AHSCh), Archivo General de la Nación Argentina (AGN); Archivo Histórico de Mendoza (AHM), Archivo Regional de Malargüe (Mendoza).

5 Algunos de los cronistas que transitaron por las regiones en estudio son: Basilio Villarino (1972); Luis de la Cruz (1969); Pedro Espiñeira (1988); Bernardo Havestadt (1930); Feliu Cruz (1964) y Cox (1999).

6 Se trata del Sumario a José María Surita realizado en Mendoza con fecha 24 de enero de 1847. El documento original “Causa criminal contra José M. Surita, acusado de venir procedente de Chile, a seducir a los indios amigos de esta provincia de Mendoza”. El mismo se encuentra en el Archivo Histórico de Mendoza, Época Independiente carpeta 123, documento 12 y transcripto en: Anales del Instituto de Investigaciones Históricas, Mendoza, Universidad de Cuyo, 1941, T. I (en adelante Anales del IIH).

7 En este sentido, la estrategia de los Borbones se había centrado en la organización de parlamentos como instancia de entendimiento en la que se ponían en contacto los representantes de ambas partes en un tono de igualdad siguiendo un ceremonial ritual que garantizaba una relativa tranquilidad. Asimismo, a través de la firma de tratados de paz y amistad con los caciques se acordó la entrega de raciones varias (Lázaro Ávila, 2002; Pinto Rodríguez, 1998; Manara, 2005). La convocatoria regular a estas reuniones obligó a las comunidades indígenas a institucionalizar la delegación del poder en manos de intermediarios que tendieron a acumular prestigio y bienes (Boccara, 2003, p. 85). Esto fue estimulado por las propias autoridades virreinales que en ocasiones recurrieron al mecanismo de elegir al cacique-gobernador, promoviendo a los jefes con honores, agasajos, regalos y títulos. Privilegiar a algunos jefes buscaba mantener un diálogo que superara los inconvenientes propios de tratar al mismo tiempo con todos los loncos de igual jerarquía.

8 Sergio Villalobos demuestra que el nombramiento de Capitanes de Amigos permitió que algunos mestizos se integraran al mundo indígena ganándose su confianza, interviniendo en las disputas internas en busca de soluciones, aunque en muchas oportunidades también provocaron problemas y conflictos entre las parcialidades aprovechándose de tales situaciones (Villalobos, 1985, pp. 18-19).

9 Tal es el caso de Lujardo Jara, capitán de amigos de las tribus araucanas que en connivencia con su compatriota Pedro Herrera, administrador del rico hacendado don Francisco Méndez Urrejola, utilizaban la antigua rastrillada pincheirina, conocida tradicionalmente como el "camino de los chilenos", para obtener cuantiosos arreos de ganado en las pampas (Maza, 1990).

10 La tradicional práctica de la transhumancia –veranada e invernada- marca la dinámica del patrón de asentamiento pehuenche al menos desde el siglo XVII y es un legado cultural visible en la práctica de los puesteros o crianceros actuales del norte neuquino y sur mendocino. Cada año, en el mes de octubre comienza un ciclo productivo estacional, con la reproducción de los animales; en diciembre se da el traslado a los valles de las altas montañas cordilleranas y tres meses más tarde termina con el efectivo engorde de los animales y su arreo cuesta abajo. Al respecto véase documentos caja 22: “Folklore” y caja 23: “Ganadería”, sobre puesteros y zona de frontera y potreros en la cordillera. ARM.

11 Este proceso de transformación concuerda con la adaptación de los grupos nativos hacia la actividad pastoril visible en la segunda mitad del siglo XVIII, tal como han argumentado autores chilenos (Villalobos, 1989; León Solís, 1990; Pinto Rodríguez, 1996; Cerda Hegerl, 1996) como autores argentinos (Mandrini, 1991, 1997; Mandrini y Reguera, 1994; Villar y Jiménez, 2003).

12 Carta enviada desde la Comandancia Militar de Patagones Al Señor Ministro en los Departamentos de Guerra y Marina, Coronel Dn. Bartolomé Mitre, junio 4 de 1856. X-19-4-5. AGN.

13 Valdivia no fue una buena plaza por las dificultades existentes para llegar con los arreos (Alioto, 2016) pero creemos que aun así pudio ser significativa. Puede observarse que los circuitos se potenciaron en los territorios indígenas estratégicos como era el caso de Varvarco. Estos intercambios generaron mayores redes interétnicas no exentas de conflictos por el control de las rastrilladas, los recursos vitales, los nudos de caminos y los pasos andinos (Pinto Rodríguez, 1996; Villar y Jiménez, 2003).

14 También otros hombres de confianza fueron indultados como el alférez Yañez, capitanes de indios Millalicán y Pablo Castro; el alférez Toribio Castro, los españoles Moreno y Pereyra; el lenguaráz Juan Verdugo. A todos se les ofreció formar parte del ejército de la provincia.

15 En los documentos de la época aparece con diferentes grados militares: Capitán de Amigos, Sargento Mayor; Comisario General de Indios e Intendente de Indios.

16 Manuel Baigorria ex-soldado del General Paz, se refugió entre los ranqueles, tradicionales enemigos de Rosas. Fue considerado como un cacique entre los indios de las pampas. Véase Baigorria (1977).

17 Manuel Paez, Comandante de la Fortaleza del Sur, al Gdor. Alejo Mallea de Mendoza acerca de instrucciones de apresar a todos los vagos. Época Independiente, año 1850: carpeta 545, doc. 53, 4 de nov. AHM.

18 El Coronel argentino Manuel Olascoaga fue un gran conocedor de las tierras andinas. Escribió su obra “El brujo de la cordillera” en 1895, en base e muchos relatos sobre la figura de Salvo. Se denota un tinte antichileno muy marcado de la época. Según el autor se propone refrescar en la mente argentina la “historia tremenda” de las cordilleras y la Pampa acusando abiertamente a Chile de la “…rapiña de ganado bajo el impulso organizado en las vecindades de ultra cordillera” (Olascoaga, 1985, p. 22).

19 Sobre el sumario véase nota 6. En adelante Anales del IIM.

20 Carta del 2 de diciembre de 1846, enviada por el Sargento Mayor Juan A. Rodríguez, desde la Fortaleza de San Rafael al Gobernador de Mendoza, alertándolo de que Zúñiga había enviado al Capitán Surita a conquistar toda la indiada del cacique Ayllal. Anales del IIH, p. 164.

21 José Antonio Rodríguez desconfió de la presencia de Surita comunicándole rápidamente los sucesos al gobernador de Mendoza D. Anselmo Segura. Probablemente la incidencia de Zúñiga entre las tribus y la reciente muerte de Guzmané lo puso en alerta.

22 Uno de los comerciantes más conocidos que realizaba trato con los indios, era un tal Vicente Roa y a Don Juan Tagle, que tenía su hacienda en el paraje de Las Canteras en sociedad con el Sr Presidente Manuel Bulnes, según el testimonio del cacique Cristiano. Anales del IIH, pp. 473-474.

23 Dato tomado de la declaración de Juan Ignacio Paillalaf. Anales del IIH, p. 484.

24 Este alférez había sido encomendado un año antes a estrechar buenas relaciones con el cacique amigo Guzmané ahora asesinado.

25 Según declaración del cacique Cristiano. Anales del IIH, p. 512.

26 El gobernador de Mendoza, Pedro Segura, y el Ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación, Felipe Arana, negaron haber tenido contacto con Surita, según consta en respectivas cartas fechadas el 15 de marzo el primero y el 28 de octubre el segundo (ibid., pp. 507-514).

27 Nacido en tierras del este andino, hijo del cacique Yaupi, se dedicaba a comerciar al otro lado de la cordillera, haciendo de intérprete entre los nativos y los cristianos que entraban con el mismo objetivo.

28 Nota enviada por el Ministro Felipe Arana fechada en Buenos Aires el 28 de octubre de 1847 (ibid., pp. 459-460).

29 Sumario indagatorio manado levantar por la Intendencia de Concepción dirigido con motivo del reclamo del gobierno argentino ante el chileno a raíz del sumario iniciado en Mendoza en 1847. Documento transcripto por Rojas Lagarde (2004), Anexo Documental, Doc. VI, 2004, pp. 235-243.

30 “Los resultados”. El constitucional”, año 1879, 24 de julio, N° 1242. En AHM.

31 La situación de los ranqueles fue muy complicada luego de la derrota de Pincheira. La política interétnica llevada a cabo por Rosas, bajo la denominación de Negocio Pacifico de los Indios, dividía a éstos en amigos, aliados y hostiles o enemigos (Ratto, 1994). Los “…ranqueles ocuparon la peor de esas posiciones”. En parte lo que más les recriminaba Rosas era dar hospedaje a los unitarios que “…gastaban el tiempo del exilio en soliviantar a los nativos en su contra” (Jiménez, et al., 2015, p. 47.). Una vez alejado Pincheira, Rosas entró en el País del Monte en 1833, con la intención de “aniquilar” a los ranqueles y desarticularles su base económica (ibid., pp. 48-49).

32 Carta de Domingo Salvo a Painemán. Santa Bárbara, 18 de abril de 1844. Carta original en el Archivo Histórico de Córdoba. Transcripto en Tamagnini (2015, p. 146).

33 Información proporcionada por Vicente Lucero, cautivo de San Luis, quien se había fugado del campamento de Baigorria, en ocasión de la invasión que este caudillo hiciera sobre Rojas. Anales del IIH, p. 462.

34 Datos obtenidos de las declaraciones de los alférez Juan Seguel y Gregorio Domínguez (ibid.).

35 Calfucurá también integraba la red de vínculos que estudiamos desde los tiempos de la Guerra a Muerte, luego de lo cual fortaleció su jefatura con la política de Rosas, teniendo el control de sal para comerciar y una gran habilidad diplomática y “…a la recepción de raciones combinado con incursiones de saqueo de ganado sostuvo a Calfucurá en el comercio con distintos grupos chilenos, al mismo tiempo, colaborando en el mantenimiento de una relativa paz en la frontera” (De Jong, 2007, p. 31).


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