“El mundo es ancho y ajeno”: jarras de jengibre chinas excavadas en Buenos Aires, de Daniel Schávelzon,

 Revista TEFROS, Vol. 22, N° 2, artículos originales, julio-diciembre 2024: 175-192. En línea: julio de 2024. ISSN 1669-726X

 

Cita recomendada:

D. Schávelzon, “El mundo es ancho y ajeno”: jarras de jengibre chinas excavadas en Buenos Aires,

Revista TEFROS, Vol. 22, N° 2, artículos originales, julio-diciembre 2024: 175-192.

 

 

“El mundo es ancho y ajeno”: jarras de jengibre chinas excavadas en Buenos Aires

 

“The world is wide and foreign”: Chinese Ginger Jars excavated in Buenos Aires

 

“O mundo é vasto e estrangeiro”: potes de jengibre chinês escavados en Buenos Aires

 

Daniel Schávelzon

Centro de Arqueología Urbana, Universidad de Buenos Aires

Buenos Aires, Argentina

Contacto: danielschav@gmail.com - ORCID https://orcid.org/0000-0002-9820-2748

Fecha de presentación: 28 de febrero de 2024

Fecha de aceptación: 2 de junio de 2024

 

Resumen

En Buenos Aires se han encontrado en dos contextos arqueológicos diferentes, sendas jarras de jengibre chinas notablemente similares, provenientes del mismo horno en Shiwán, China, típicas del gres cerámico de exportación que se usaba allí en los inicios del siglo XIX. Si bien hay referencias arqueológicas a otros objetos de ese origen, la presencia de dos vasijas similares en sitios diferentes es llamativa y lleva a preguntarnos acerca del acceso al mercado de objetos orientales en la ciudad.

Palabras clave: Jarras de jengibre; China; Arqueología histórica; Buenos Aires; chinoiserie; Shiwán.

 

Abstract

In Buenos Aires, two remarkably similar Chinese ginger pots were found in two different archaeological contexts, coming from the same kiln in Shiwan, typical export stoneware from the early nineteenth century. Although there are archaeological references to objects of this origin, the presence of two similar ones draws attention and raises questions about access and the market for oriental objects in the country.

Key Words: Ginger pots; China; Historical archaeology; Buenos Aires; Chinoiserie.

 

Resumo

Em Buenos Aires, dois potes de gengibre chinês notavelmente semelhantes foram encontrados em dois diferentes contextos arqueológicos, provenientes do mesmo forno em Shiwán, típico do grés de exportação do início do século XIX. Embora existam referências arqueológicas a objetos dessa origem, a presença de dois potes semelhantes em sítios distintos chama a atenção e levanta questões sobre o acesso ao mercado de objetos orientais na cidade.

Palabras-chave: Potes de gengibre; China; Arqueología histórica; Buenos Aires; Chinoiserie; Shiwán.

 

 

Presentación

Encontrar cerámica importada desde China en la arqueología de Buenos Aires ha sido poco habitual. En realidad, lo es en todo el territorio nacional y la poética frase del escritor Ciro Alegría (1941) lo explica mejor que nadie: “El mundo es ancho y ajeno”. Buenos Aires estaba muy lejos del en ese entonces llamado Lejano Oriente y, además, era una ciudad modesta para consumir productos de ese alto costo de transporte. China, a la que España vio como un fuerte competidor en la provisión de bienes, siempre mantuvo ese mercado controlado. Legalmente llegaba a América un único galeón de mercaderías al año. Pese a eso, sus productos, legales o de contrabando, se dispersaron por todo el continente. Era una frontera virtual traspasada por las apetencias que generaban sus mercaderías.

El comercio con Oriente se hizo por siglos a través del monopólico Galeón de Manila, el que viajó hacia América entre 1572 y 1815 (Schurz, 1959; Miyata, 2017). Llegaba a Acapulco una vez al año y su mercadería se dispersaba con valores más altos a medida que las distancias crecían. Hubo contrabando por ambos océanos, por el Pacífico llegaban barcos no oficializados de las compañías orientales, en especial de la East India Company, con barcos orientales, pero en manos europeas. Por el Atlántico llegaron los productos intermediados en el Mediterráneo, los que eran comercializados a través de España, Holanda y luego Inglaterra, pero en ese caso eran objetos de lujo ya que los costos eran enormes. Incluso, cuando en el país de origen esos objetos eran productos para exportación de bajo costo, a los ojos locales eran algo exótico que mostraba la existencia de un mundo lejano y muy diferente, el que despertaba fantasías. Los objetos de gran lujo, las mejores porcelanas, jades o marfiles, se hicieron comunes para el siglo XIX, exclusivos para el consumo de la élite en un comercio de anticuarios especializados.

Los primeros habitantes de Santa Fe la Vieja (Cayastá) tuvieron platos chinos y sus restos han sido encontrados, pero son unos pocos fragmentos que no deben significar un 0.1% (Schávelzon, 1996) al igual que los hallados en esta ciudad. Aquí se han encontrado los tradicionales platos de arroz de Dehuá de inicios del siglo XIX, un gran macetero de Shiwán (Schávelzon et al., 2017) y platos tipo Imari de Jianxi (Schávelzon, 1994; Nogami, 2017) y cerámica del período Kang Hsi (Zorzi et al., 2014).

Durante el inicio del siglo XIX el comercio internacional se intensificó y las telas y cerámicas chinas llegaron de manera más habitual. Por lo general no eran objetos hechos para lucir y coleccionar, en China eran para la vida doméstica, pero aquí se consumían como lujos porque aun no había expertos, ni coleccionistas, ni museos interesados, hasta después de la década de 1850. Y en el cambio de los siglos XVIII y XIX, China producía cerámicas para exportar en una escala con la que solo la Revolución Industrial en Gran Bretaña pudo competir. Los hornos de Shiwán, de donde vienen los objetos que analizamos aquí, tenían trabajando a casi cien mil personas a fin de ese siglo.

La apertura del comercio a fines del siglo XVIII mostró al mundo que había nuevos mercados ávidos de comprar bienes y que no importaba el que llegara embarcado en naves de cualquier país. En Buenos Aires comenzó a haber coleccionistas que las lucieron en las vitrinas de sus residencias después de 1860. Igual que en Europa la moda de la chinoiserie fue fuerte, aunque más tardía, ya que acá fue expresión del Positivismo y allá de la primera Ilustración (Mariluz Urquijo, 1984).

Para el estudio de la presencia de esa cerámica aquí hay que tomar en cuenta que la palabra “china” (que en inglés es sinónimo de vajilla), se usaba para designar cosas de diferentes procedencias. Para muchos llegó a representar a todo el Oriente tal como se lo concebía en esos tiempos (Gasquet, 2007 y 2008). O a lo que llegaba inventando temas chinescos como sucedió con la loza del motivo Willow (sauce), cuyo origen estuvo en las porcelanas que llevaban un sauce, un puente y una pagoda en azul sobre blanco, al que los ingleses le agregaron una historia romántica (Le Corbellier, 1973; Howard y Ayes, 1980; Carrswell et al., 1985). Lo que Europa hizo con los motivos chinos reusándolos en sus productos fue transformar un paisaje en una leyenda para ayudar a la venta. Fue Romanticismo puro: lo nuevo fue la composición y no los elementos que la componen; esto generó errores de interpretación (Fernetti, 2024). Para incrementar el consumo se inventaban historias, hubo quienes recorrieron Europa recogiendo historias étnicas, muchas luego transformadas en cuentos infantiles, para que se adaptaran a motivos cerámicos preexistentes en China u otros lugares. Las mil y una noche, recuperada en ese siglo, fue ejemplo de esa apropiación mercantil de tradiciones ajenas.

La cerámica oriental hay que pensarla a partir que el motivo central ilustrado fue la naturaleza. No era un tema exclusivo, pero tuvo un peso formidable en su historia del arte. En Europa, por el contrario, primaron los temas del amor, la religión, la mitología, lo exótico y el romanticismo del paisaje (Vainker 1991, Fang, 2020; Hui, 2017; Van Oort 1977, Valenstein 1991).

La moda orientalista aquí comenzó con la Generación de 1837. Sarmiento y Alberdi a la cabeza, las comparaciones con el desierto y el ver a los gauchos como árabes fue habitual. Era el espejo de la invención de la idea del oriente, cercano y lejano. Era literatura, moda, vestimenta, pero en tiempos coloniales aun no era motivo de coleccionismo; era el usar o pensar Oriente como un universo exótico y diferente, el otro, lo que no era Europa, lo que no era un nosotros (Mariluz Urquijo, 1984; Gasquet, 2017). Un mundo distinto sobre el que podía proyectarse cualquier cosa, positiva o negativa. (Figura 1).

 

Figura 1: Presencia de loza, cerámica y textiles importados de China o sus imitaciones, presentes en los inventarios de Buenos Aires entre los años 1700 y 1800 (De: Banialan, 2014).

 

El uso indiscriminado de la palabra China ha generado problemas con quienes han usado inventarios de época para destacar la alta presencia de productos orientales en la ciudad (Porro, 1982; Bonialan 2014). Sabemos que las lozas y porcelanas europeas llamadas en los documentos coloniales como “contrahechas de China”, sólo imitaban estampados de ese origen hechos en otras partes del mundo. Y quienes hacían los inventarios aquí describían cualquier loza o porcelana con ornamentos de extraños o de color como “loza de china”, sin que necesariamente viniera desde allí. Es cierto que sí hubo quienes desde finales del siglo XVIII tuvieron objetos orientales en su casa, incluyendo cerámicas, dibujos o esculturas, pero lo que importaba consumir eran las telas, abanicos, cintas, en todas las variantes. Aunque no queda claro qué era realmente oriental y qué fueron simples “chinescos”. En una revisión de testamentarias de los siglos XVIII y XIX temprano se encontró que en la categoría de los platos hubo “loza china fina”, pero no queda claro cuántos ejemplares hubo entre los encontrados. También entre las “teteras” hubo “loza china y china común”, resultando poco clara la diferencia, y finalmente en “cafeteras” también hubo “loza china” (Porro, 1982:139), aunque los orígenes determinados son Londres y Holanda. La palabra China fue usada para todo lo que lo pareciera. Esta falta de correlación entre la cultura material escrita y la material sigue siendo un problema en el estudio de la presencia o ausencia de objetos.

A partir del siglo XVII los hornos de Jingdezhen, entre los que se encuentra Shiwan, generaron una producción de tipo casi industrial, en el modelo chino de escala masiva de artesanos copistas. El sitio de salida era Cantón, allí los barcos locales y europeos recogían objetos de diferentes ciudades de la región, desde Malaca hasta Indonesia, para trasladarlos a Europa y a América.

Los hornos de donde provienen las cerámicas en estudio es una región en que hay numerosos fábricas. Cada uno con su estilo ornamental pero con características en común, como sucedía en España en la zona de Sevilla-Triana de España con las mayólicas, con los azulejos de Puebla en México, o con las lozas en Stoke-on-Trent en Inglaterra. Shiwán no se caracterizó por producir objetos de calidad, hacía gres que cocía a temperatura media cerca de los 1300 grados, la pasta no era refinada y la mayor parte eran materiales de construcción. El fechamiento se ha podido establecer debido a dos hundimientos de barcos de carga que transportaban este tipo de objetos. Se trata del Diana hundido en 1817 (Christie´s, 1995), y del enorme Tek Sing de 1822 (Straub y Freeman, 2002) en el que murieron 1500 personas, y que tras su hallazgo y rescate las cerámicas salieron a remate internacional.

En base a todo esto, resulta intrigante el hallazgo en Buenos Aires y en dos lugares diferentes del mismo barrio (San Telmo y/o Monserrat), de sendas vasijas iguales, hechas del gres cerámico del horno de Shiwan y con el mismo motivo ornamental pintado a mano.

Los hallazgos son dos jarras de jengibre, tal su nombre internacional (en inglés son conocidas como Ginger Jar). En China se usaron no solo para guardar jengibre y en el siglo XIX sirvieron para exportar diversos productos en forma similar a como se habían usado en el Mediterráneo las botijas cerámicas. Desde finales del siglo XVIII ese tipo de jarra también comenzó a ser exportada con funciones decorativas: la difusión de lo chinesco, la Chinoiserie de la moda burguesa, llevó a que se adquiriesen cerámicas que en origen eran de mediana calidad o que no eran verdaderas porcelanas.

El material del que se hacían era siempre el gres. Se considera que estamos hablando de gres cuando la cocción se produjo entre los 1000 y 1300 grados. Para obtener la tradicional porcelana oriental, nívea y traslúcida, debemos llegar a los 1800 grados. En China no hubo un nombre específico para lo que llamamos gres, cuya traducción al inglés es Stoneware. La misma palabra en chino engloba al gres y a la porcelana, por más obvia que sea su diferencia física para nosotros (Comunicación pers. T. Nogami, 2024). En China la nomenclatura se establece cuando la cocción es menor o mayor a los mil grados, aunque para la arqueología se usan los nombres internacionales.

La decisión de haber definido la loza y el gres como categorías diferentes la tomé al hacer el catálogo de cerámicas históricas (Schávelzon, 2001), siguiendo la bibliografía europea. El llamar gres a esa cerámica, en español, tuvo por objeto diferenciarlo de española “loza de piedra”, que se hubiera traducido como Stoneware, que es otro material, y que era una palabra que se usaba de manera indiferente en los inventarios coloniales y de la que no tenemos una descripción.

En este caso la pasta es de color gris opaco, un gres parecido al europeo como el usado para las botellas de cerveza, agua mineral y ginebra, a veces con intrusiones oscuras, a veces salpicada con sal para mejorar el vidriado transparente. El motivo usado es bucólico: la orilla de un río, un pescador, una casa y a su lado una pagoda familiar, un árbol que parecería un duraznero que va cambiando su floración según las estaciones: puede estar seco, florido o mitad y mitad, significando el transcurrir del tiempo. En el agua hay una barca con personas, velas y pájaros, siempre con el viento hacia el mismo lado. Al fondo se ven montañas de baja altura. En el cielo vuelan los pájaros. El trazo es grueso, rápido, hecho con un pincel para las superficies pintadas y una caña de bambú para las líneas finas. Posiblemente a quien las decoraba no le llevaba más que unos minutos copiar el dibujo una y otra vez, con diferencias menores.

Ese motivo ha sido repetido en forma obsesiva al grado que se encontraron miles de vasijas similares y el hallazgo del barco hundido Diana de 1817 parece demostrarlo (Figura 2). El motivo era tradicional en China y se aplicó con variantes a otros objetos para el consumo externo. Es la representación de la estabilidad de la vida, el ciclo vital, el agua que fluye y el hombre que no modifica la naturaleza, sino que simplemente la usa, en un ambiente campestre, sin cambios, eterno.

En China, ya dijimos, se hacían innumerables piezas cerámicas similares para exportarlas, en torno y no en moldes (O´Hoy, 1976). Era un tipo de producción al que resulta complejo de encontrarle un nombre ya que era artesanal, pero de escala masiva; los términos europeos no pueden aplicarse. No fue una etapa pre-industrial ya que la industria no llegó nunca, sino que el sistema permanece, a su vez era artesanal pero no en cuanto a un grupo familiar generando productos en baja cantidad, o con capacidad creativa propia, sino meros copistas de temas establecidos.

 

 

Figura 2: Jarras de jengibre y bacinillas provenientes del rescate del barco Diana hundido en 1822, durante la venta en Ámsterdam (De: Christie´s, 1999).

 

Estos recipientes o sus fragmentos han sido encontrados en otros sitios de América Latina y es difícil diferenciar una jarra de la otra, salvo por los detalles en las imágenes, lo que era habitual en la cerámica oriental de exportación (Kuwayama 1997 y 2002). También se trabajaba así en las tallas sobre madera, piedra, hueso, en los estampados en telas y hasta en la pintura y la caligrafía: copias de un modelo original, reproducido al infinito.

Pese a la cantidad de este tipo de recipientes, se los hacía de a uno y con torno, pero recordemos que con decenas de miles de operarios. Las medidas habituales son entre 14 y 17 cm de alto y tienen un diámetro no mayor de 20 cm. La cubierta vidriada no es completa porque deja un sector de la parte superior con la pasta a la vista, rodeada de una franja de líneas entrecruzadas. La boca es vertical, simple, sin nada para asegurar la tapa. Esta cerraba de manera diferente a la occidental. Nuestras tapas entran dentro de la boca como lo hace el corcho, la costumbre oriental es que la tapa sólo cubra, sin cerrar el reciente de manera hermética. Eso necesita un producto intermedio que fije la tapa, que la pegue. Para eso se usaba tela encerada, bambú apelmazado u hojas de árbol que mojadas y superpuestas se transformaban en una pasta impermeable (Figura 3).

 

 

Figura 3: Sellado de una vasija con hojas de bambú mojadas colocadas en una docena de capas (Fuente: Internet s/d; captura 3-8-2012).

 

La jarra de jengibre de San Lorenzo 345

La primera vasija de jengibre encontrada fue resultado de un rescate generado por un vecino que informó la presencia de objetos en un baldío con entrada por la avenida Independencia. El lugar era usado por la Policía Federal como estacionamiento. Se había hecho una zanja para una instalación de agua, la que debió tocar un viejo pozo de basura de la que salió el material arqueológico (Schávelzon s/f). (Figura 4).

Desgraciadamente por las complicaciones que implicó que el terreno fuera policial sólo se pudo hacer el rescate de algunos objetos. No fuimos autorizados a llevarnos más que una muestra y al día siguiente se estaba cubriendo la zanja con cemento. El sito quedó registrado, habiendo observado la presencia de restos que comenzaban en el siglo XVIII y llegaban al XIX temprano, lo que quedó como dato para futuros trabajos.

La vasija encontrada es de proporciones bajas, midiendo 16 cm de altura y 19 cm de diámetro, medidas que le dan una fuerte estabilidad con la base plana. Al igual que todas las de este tipo tiene pintura en azul oscuro sobre el fondo gris cubierto de esmalte transparente hasta el hombro. En ese lugar hay una franja entre líneas con rayas oblicuas y la parte superior deja el gres a la vista para que la tapa se afirme en su rugosidad.

 

Figura 4: La jarra de jengibre de San Lorenzo 345 en el catálogo de cerámicas orientales de Sudamérica (De: Nogami, 2017: fig. 18).

 

La jarra de jengibre de Moreno 550

En las excavaciones que se hicieron en la calle Moreno 550 durante el año 2021 se encontró otra jarra bajo la dirección de la Dra. Ana Igareta. Se trataba de la casa de la familia Ezcurra y el lote estuvo ocupado desde el siglo XVII hasta hace pocos años en que fue demolido (Igareta y Chechi, 2021). Durante los trabajos se encontraron varios pozos de basura, de agua, de absorción y cisternas, todos ellos rellenos con descartes de los siglos XVIII y XIX. El único pozo fechado para el siglo XVII temprano fue destruido antes de ser excavado.

La vasija mide 17 cm de alto por 13.5 cm de dinámetro, está completa y se encontró en el Pozo 2 (2:PR2) en el que el contenido podía fecharse como descartado en la mitad del siglo XIX (Com. personal de A. Igareta). El tema pintado sobre la superficie de la vasija es muy similar al anterior, el modelo es el mismo con diferencias menores como que no hay pagoda, aunque está la casa a su lado, la que es más ancha. Incluso las ventanas son redondas con la mitad oscura, y el árbol no tiene flores u hojas; la montaña central es distinta pero el pescador y el bote son iguales. Puede verse en el conjunto de la Figura 5 y en las jarras provenientes del hundimiento del Diana, que hay motivos similares tanto con o sin la pagoda, con la casa de dos o tres cuerpos y con los árboles con diferentes formas de dibujo de las hojas. Pueden compararse los botes en que hasta el viento corre en la misma dirección (Figura 6).

 

 

Figura 5: Jarra proveniente de Moreno 550, la única diferencia con su similar es la falta de la pagoda entre la casa y el árbol (Cortesía A. Igareta).

 

Un nombre insólito y una descripción inusitada

Resulta curioso que la vasija excavada en la calle Moreno 550 haya sido exhibida y publicada con otro nombre, con otra proveniencia y como hecha de material. Se la denominó “Tea cut”. En el buscador de Google las palabras “Ginger jar” tienen 90.600.000 sitios dedicados a estas cerámicas, mientras que “Tea Cut” muestra una nueva forma de té en polvo. Quizás un detalle menor sea que ese nombre erróneo pasó al sitio Web del Gobierno de la Ciudad como “teacut” (Figura 6).

 

 

Figura 6: El bote en el río en la vasija de Moreno 550 y de San Lorenzo 345.

 

 

Figura 7: Jarra de jengibre excavada en Moreno 550, en exhibición, nótese que todos los datos están errados.

 

Sí se ha difundido en impresos, en exhibición y ha sido repetido en https://buenosaires.gob.ar/cultura/patrimonio-de-la-ciudad/la-cisterna-vitrina-2 entre otros sitios Web. Lo más curioso es que se la exhiba como “Loza pearlware” y no como gres, a lo que se le suma que es un “diseño imitación porcelana china” (Figuras 7 y 8).

 

Figura 8: Publicación de la jarra de jengibre de Moreno 550 con un nombre inexistente, de equivocado material y origen.

El dibujo similar y en el mismo impreso nada tiene que ver con el objeto (Dirección de Patrimonio GCBA-Estudio Kohon).

 

El té en China se guardaba en recipientes de base rectangular, paredes rectas y boca reducida ya que lo afecta la humedad y hay que abrirlo diariamente (Frazzi 2019) (Figura 9).

 

 

Figura 9: Recipiente chino para guardar té excavado en Casa Alfaro, San Isidro (Foto cortesía P. Frazzi).

 

¿Dónde está la cerámica de China de Buenos Aires?

La arqueología ha mostrado que existió en la ciudad cerámica proveniente de China, al igual que de Japón. Sabemos que los coleccionistas las tuvieron y hay fotos y documentos, pero en la actualidad sólo quedan muy pocas en los museos, y coleccionistas privados ya no hay. La pregunta es: ¿dónde están esos objetos ya que lo conocido no coincide con el volumen de lo que existió según los datos históricos? Es cierto que resulta imposible saber cuántas cerámicas llegaron, pero si los inventarios indican una cosa y la arqueología otra, resulta interesante. Prueba de ello es la presencia de más de un ejemplar de algún objeto. Por lo que es evidente que lo descartado más lo guardado en los museos no completa el universo posible.

Un ejercicio es ver los catálogos de venta de las casas de remates de arte entre 1900 y 1930, años cuando se vendieron muchas residencias porteñas incluyendo su contenido. Pareciera que todas tenían vitrinas con porcelana china u oriental. Al ser de objetos de exhibición privada la rotura debió ser muy baja y por eso su escasa presencia en los pozos urbanos de descarte o en los basurales.

Para entender el proceso que vació al país de objetos de alto valor, como lo fue el gres y la porcelana oriental, al igual que otras antigüedades y obras de arte, tenemos que entrar en un campo no investigado: la salida masiva de objetos de calidad durante la llamada “época de oro de los anticuarios” entre 1918 y 1945. Fue cuando el país se transformó en un exportador masivo de antigüedades hacia los grandes mercados, Estados Unidos y Europa. Las misiones de los museos y universidades que llegaban desde diferentes países para comprar antigüedades no han sido estudiadas salvo para la arqueología precolombina.

Uno puede preguntarse también por qué no hay colecciones importantes de arte oriental. El Museo Nacional de Arte Oriental tiene una colección, aunque su mayoría proviene de donaciones posteriores a esa época; el Museo Nacional de Bellas Artes tiene pocas cerámicas; el museo de la casa de Urquiza tiene porcelanas chinescas, en la Casa Padilla en Tucumán hay un par de vitrinas de cerámicas china; en el Museo de Tandil está la colección de Mercedes Santamarina que es mucho menor que en origen. El museo de la Casa de Fernández Blanco las posee como también el Palacio Noel, pero en su mayoría son europeas. El conjunto más representativo es el del Museo Nacional de Arte Decorativo.

Dado que sabemos que hubo cerámica China desde el siglo XVI por los hallazgos de Santa Fe la Vieja, que desde Rivadavia eran coleccionadas con intención de pertenencia social y exhibición, y pese a que no existe un estudio de todo eso, la realidad nos indica que ese conjunto de objetos se fue del país. Y si bien para 1900 se comenzaba a comprar arte para el nuevo Museo Nacional de Bellas Artes, era básicamente pinturas (Baldasarre, 2006a y 2006b), al mismo tiempo se exportaban los objetos traídos una generación antes. El coleccionismo llegó a su máxima expresión con la moda del Orientalismo entre las clases altas, en la literatura, el arte, la decoración y la vestimenta a fines del siglo XIX (Gasquet, 2007). Hubo colecciones de armas, de estampas japonesas, libros, acuarelas y algo de arte de los países árabes. Los historiadores del arte han marcado la relación entre el coleccionismo femenino y el arte oriental, la porcelana, los tapices y las alfombras. La lista de remates de este tipo de arte muestra que las colecciones eran más surtidas de lo que es posible imaginar (Pacheco, 2013). (Figura 10).

 

 

Figura 10: Dardo Rocha hacia 1910 contemplando su vitrina de porcelanas orientales; en el centro abajo hay objetos precolombinos (Cortesía Museo Dardo Rocha, La Plata).

 

Regresando a la vasija de la calle Moreno nos hacemos una pregunta más: ¿por qué descartarla si estaba entera? Era algo útil y que tenía valor económico, era rara y para muchos era objeto de colección. El que en ese sitio se haya descartado una vajilla entera con simbología de Juan Manuel de Rosas es algo comprensible con los cambios políticos (Girelli y Schávelzon, 2023), pero el haber arrojado a la basura esta cerámica entera no resulta explicable. Lo dejamos planteado, aunque la arqueología no tiene que poder explicar actitudes individuales.

Conclusiones

Buenos Aires mantuvo una relación con China que, desde su fundación hasta el siglo XIX, fue literaria, imaginaria y lejana. No era desconocida, pero eran dos lugares opuestos en la realidad geográfica y del comercio, un lugar muy alejado desde donde llegaban telas y objetos preciados. China fue símbolo de lo exótico, en donde se pudo proyectar deseos, fantasías y utopías y su nombre fue usado de muchas maneras al grado que hoy confunde la lectura documental.

El siglo XIX vio surgir un mercado internacional en el cual lo Oriental en general y lo Chino en particular llegó y fue deseado. Símbolo de lo lejano, inalcanzable, exótico y de calidad inimitable, el poseerlo implicaba poder, distinción, pertenencia y conocimientos. Y surgieron las y los coleccionistas que debieron gastar fortunas para mostrar sus vitrinas en sus residencias. Posiblemente nadie las usaba para comer o cocinar, quizás algún tazón para arroz. Eran tantas las imitaciones europeas accesibles, incluso en porcelana y no solo en loza, que debieron satisfacer las expectativas domésticas. Poseer las verdaderas era garantía de ser expertos y tener el dinero.

Las dos jarras de jengibre encontradas, ambas en pozos de descarte, abren diferentes preguntas sobre la relación entre Argentina y China, y sobre los mercados, el comercio, el consumo y el descarte de lo suntuario.

 

Agradecimientos

Para este escrito tengo que agradecer a Takenori Nogami que me asesora desde Japón, a Patricia Frazzi que restauró la jarra de la calle San Lorenzo 345 y tomó las fotografías, a Ana Igareta y a Florencia Chechi por la información y fotografías del hallazgo de Moreno 550 y a los evaluadores anónimos que aportaron sus conocimientos.

 

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