Reproducción social en un grupo de indígenas de las Misiones Jesuíticas de Guaraníes en el siglo XIX, de María del Carmen Curbelo Salvo, Revista TEFROS, Vol. 22, N° 1, artículos originales, enero-junio 2024: 169-199.
En línea: enero de 2024. ISSN 1669-726X
Cita recomendada:
Curbelo Salvo, M. de. C. Reproducción social en un grupo de indígenas de las Misiones Jesuíticas de Guaraníes
en el siglo XIX, Revista TEFROS, Vol. 22, N° 1, artículos originales, enero-junio 2024: 169-199.
Reproducción social en un grupo de indígenas de las Misiones Jesuíticas de Guaraníes en el siglo XIX
Social reproduction in a group of indigenous people of the Jesuit Missions of Guaraníes in the nineteenth century
Reprodução social em um grupo de indígenas das Missões Jesuíticas dos Guaranis no século XIX
María del Carmen Curbelo Salvo
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad de la República, Montevideo, Uruguay
Contacto: carmencurbelo@cut.edu.uy ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5855-9486
Fecha de presentación: 15 de junio de 2023
Fecha de aceptación: 30 de diciembre de 2023
Resumen
San Francisco de Borja del Yi fue un pueblo fundado y poblado por indígenas provenientes de los pueblos misioneros de origen jesuítico en territorio uruguayo. Se instala en 1833 y con actividad interrumpida durante un lapso, permaneció hasta 1862. A través de investigación antropológica histórica y de Arqueología asociada a fuentes escritas y orales hemos recuperado parte de los comportamientos culturales, interpretados a partir de las fuentes de datos utilizadas: escritas y objetuales. El resultado de la intervención arqueológica nos ha permitido reconocer la construcción del paisaje cultural a través del conocimiento de la disposición de sus espacios en el poblado. El análisis interpretativo nos permite comprender acciones y decisiones de aceptación y resistencia pasiva de un grupo humano dominado por la hegemonía del poder jerárquico externo a él, con factores identitarios propios y una fuerte cohesión social durante el tiempo en que se conformó como una comunidad.
Palabras clave: Misiones Jesuíticas de guaraníes; siglo XIX; Uruguay; Arqueología; San Borja del Yi
Abstract
San Francisco de Borja del Yi was a village founded and populated by indigenous people from Jesuit Missions of Guarani in Uruguayan territory. The settlement took place in 1833 and, after a time of interrupted activity, it remained until 1862. Through the historical anthropological research and the archaeology associated with written and oral sources, we have recovered part of cultural behavior, interpreted from the data sources used: written and objectual. The result of the archaeological intervention has allowed us to recognize the construction of the cultural landscape through the knowledge of the layout of its spaces in the village. The interpretative analysis allows us to understand actions and decisions of acceptance and passive resistance of a human group dominated by the hegemony of hierarchical power external to it, with its own identity factors and a strong social cohesion during the time in which it was formed as a community.
Keywords: Jesuit Missions of Guarani; nineteenth century; Uruguay; Archaeology; San Borja del Yi
Resumo
San Francisco de Borja del Yi foi um povoado fundado por indígenas oriundos de missões jesuíticas do território uruguaio. Foi criado em 1833 e, com atividades interrompidas por um período, permaneceu até 1862. Através de pesquisas da Antropologia Histórica e da Arqueologia, associadas a fontes escritas e orais, recuperamos parte dos comportamentos culturais, interpretados a partir das fontes: escritas e materiais. O resultado da intervenção arqueológica nos permitiu reconhecer a construção da paisagem cultural através do reconhecimento da disposição dos seus espaços na cidade. A análise interpretativa permite compreender ações e decisões de aceitação e resistência passiva de um grupo humano dominado pela hegemonia do poder hierárquico externo a ele com fatores identitários próprios e forte coesão social durante o tempo em que se conformou como comunidade.
Palavras-chave: Missões Jesuíticas Guarani; século XIX; Uruguai; Arqueologia; San Borja del Yi
Indígenas misioneros en territorio uruguayo
La instalación de indígenas provenientes de las Misiones Jesuíticas en territorio oriental se inicia con las primeras explotaciones ganaderas de la región en el siglo XVII. Según algunos historiadores (González Rissotto y Rodríguez, 1990, 1991) esta inmigración indígena de origen misionero jesuítico se ha producido en tres modalidades.
1. Escapes de individuos aislados o en pequeños grupos, relacionados con las diferentes actividades generadas por la explotación de ganado durante los siglos XVII y XVIII. La riqueza ganadera no explotada y la tardía colonización masiva de la región platense hacen que la Compañía de Jesús transforme estos territorios en áreas de vaquería y extienda el espacio económico de algunos pueblos misioneros como Yapeyú y San Miguel, convirtiendo en territorio de estancia toda el área al Norte del río Negro y de explotación de ganado cerril el área al Sur de este río, sobre todo el área Sudeste: la “vaquería del mar”. Esto implicó movimientos y traslados de indígenas misioneros, tanto en forma temporaria (vaquerías) como semipermanente: capillas y puestos de estancias, trayendo aparejada en forma colateral, la instalación de grupos de individuos para el arreo del ganado o de individuos aislados que desertaban de la vida misionera.
2. Traslados masivos de indígenas efectuados por las autoridades coloniales para ser utilizados en tareas civiles y militares, hacia fines del siglo XVII y casi todo el XVIII, a partir de la construcción de los edificios y defensas militares de Montevideo y Maldonado, la fundación de pueblos como Minas, entre otros (González Risotto y Rodríguez, 1990).
3. Ya finalizando el siglo XVIII y durante la primera mitad del XIX, se producen asentamientos masivos a partir del abandono voluntario de otros lugares de ocupación. La causa fue el entorno bélico que envolvía a toda la región misionera con la destrucción sistemática de sus pueblos y el abuso y matanzas indiscriminadas de sus pobladores (Poenitz y Poenitz, 1993; Cabrera y Curbelo, 1988). Dentro de las características de estos últimos se incluye la numerosa masa de individuos que se traslada con el general Rivera desde las Misiones en 1828-29.
El episodio bélico protagonizado por dicho general a con la ocupación de los Siete Pueblos Orientales en 1828 (Beraza, 1971), va a dar lugar a una inmigración masiva de indígenas misioneros al actual territorio uruguayo, provenientes de diferentes pueblos de las Misiones, así como de grupos de familias que erraban por el campo en busca de un asentamiento en paz. Portadores de una ya muy desdibujada herencia misionera jesuítica y de un número importante de elementos materiales, vinculados fundamentalmente con el culto de la religión católica, van a dejar su huella al permanecer en lo que es el actual territorio uruguayo. Consecuencia directa de este movimiento producido y dirigido militar y políticamente por Rivera, va a ser la fundación de la Colonia de la Bella Unión o del Cuareim -actual ciudad de Bella Unión- en 1828. Posteriormente otros muchos pueblos, entre los cuales se encuentran los desaparecidos San Francisco de Borja del Yi (1833-1862) (Figura 1) y San Servando (1833-1853).[1]
Este trabajo presenta una síntesis de los resultados de la investigación del desaparecido pueblo San Francisco de Borja del Yi. Las características socioculturales de esta población, recuperadas a partir de la documentación escrita y desde el registro arqueológico, nos permiten interpretar comportamientos culturales, organización social, preferencias y condicionantes alimenticios y organización del espacio ocupado. Todo ello conforma un corpus de conocimiento importante para conocer qué sucedía con este grupo de indígenas misioneros en el siglo XIX, cuando aún mantenían elementos de coherencia y reproducción social como grupo étnico.
Figura 1: Ubicación de Bella Unión (1829-1833) y San Francisco de Borja del Yí (1833-1862) con respecto al territorio de las Misiones Jesuíticas de Guaraníes. Tomado de Maeder y Gutiérrez. 1994, p.17. Modificación Carmen Curbelo.
Espacio y tiempo
San Francisco de Borja del Yi está ubicado 15 km. al Este de la ciudad de Durazno. Emplazado en un interfluvio con pendientes suaves hacia las dos principales corrientes de agua que lo rodean: por el Oeste el Ao. Sauce de la Villanueva y por el Norte y Este el río Yi. Las características del paisaje se pueden dividir -grosso modo- en dos franjas: el monte en galería que bordea con más o menos potencia las corrientes de agua mencionadas con presencia de la flora y fauna que le son características. Dentro de esta franja potente de monte sobre el río Yi se cuenta con la presencia de algunas lagunas, relictos de meandros abandonados en favor del cauce actual. La otra franja está conformada por praderas con pastos naturales, cuyos suelos están clasificados como inceptisoles, de alta fertilidad, color marrón rojizo y alto porcentaje de gravilla. La potencia de los mismos en la zona varía en función de la presencia de afloramientos del basamento cristalino, presentándose este último, principalmente, en forma de migmatitas, bloques graníticos y filones de cuarzo (Curbelo, 1999; Curbelo y Padrón, 2001).
El área donde estuvo ubicado el pueblo San Borja del Yi es hoy un paisaje diseñado por las actividades que se desarrollan en él: ganadería, agricultura, minería y forestación, con escasa población. Nada queda a simple vista que recuerde que vivió allí un numeroso grupo de indígenas misioneros ocupando un pueblo que fundamentalmente en sus primeros diez años de existencia tuvo una intensa actividad e importante demografía. Organizó su espacio a partir de lugares comunes y referenciales tales como la plaza, templo, escuela, cementerio, juzgado de paz y pulperías. Se sumaba una extensa área de chacras densamente poblada. En San Borja se hablaba el guaraní (Curbelo, 2013). Se realizaban todo tipo de actividades cotidianas, se festejaba teatralizando la Semana Santa con gran pompa, se consumía masivamente ganado vacuno, se fabricaban los recipientes de cerámica para uso diario con técnicas precolombinas, había bailes, juegos y consumo de bebidas alcohólicas, se plantaba maíz, trigo y legumbres además de frutas como naranja y durazno, entre otras actividades (Cabrera y Curbelo, 1985; Padrón, 1996).
Figura 2: Situación actual de la rinconada sobre el río Yi donde estuvo ubicada el área nuclear de San Francisco de Borja del Yi, actual Departamento de Florida. Nótese el avance de las áreas forestadas sobre el área al este. Sumadas a la cantera, han hecho desaparecer porciones importantes del área nuclear. Imagen satelital Google Earth©. Recuperado julio 2023.
Luego de su desalojo final en 1862 (Cabrera y Curbelo, 1985; Padrón, 1996; Curbelo y Padrón, 2001) el predio fue fraccionado en diferentes padrones y vendido, pasando a ser utilizado como campo de labranza y pastoreo; sumándose a lo largo del siglo XX, la construcción de un casco de estancia en el área. Los pocos ranchos que quedaban del pueblo se deterioraron rápidamente y, a fines del siglo pasado, parte de los ladrillos utilizados en algunas de las construcciones -incluyendo la iglesia-, fueron extraídos para la construcción de casas en la ciudad de Durazno (Curbelo, 1999b).
Ocupó una superficie de unas 80 Ha. comprendiendo dos espacios con significación diferente identificados a partir de la investigación arqueológica: el área nuclear connotada por la plaza, la escuela, el juez de paz, las viviendas de los caciques principales, el ejido y el área de chacras. El área ocupada por el pueblo tiene como límite norte y noreste al río Yi, está limitada al este y oeste por los arroyos del Avance y Sauce de la Villanueva respectivamente -unos 6 Km. en la parte más ancha- y su límite austral se encuentra a unos 15 Km. del límite norte –el río Yi- en cercanías del actual pueblo de Goñi, Departamento de Florida. (Figuras 2, 3 y 4).
Figura 3: Plano del Ing. Luis Jones, 1836 con mensura de los campos en los que se encontraban la Villa del Durazno y
San Francisco de Borja del Yi, debido al litigio de tierras con la sucesión Viana y Achucarro que reclamaba los dos predios.
(Ministerio de Transporte y Obras Publicas- Sección Topografía No. 238).
Figura 4: Área total ocupada por San Francisco de Borja del Yi. A la izquierda fragmento del plano del Ing. Jones levantado en 1836.
A la derecha la Carta Tomás Cuadra, SGM, Esc. 1:50000, 1981. Ambos están fuera de su escala original para priorizar la comparación.
La existencia de San Francisco de Borja del Yi estuvo separada en el tiempo en dos etapas. La primera abarca el período 1833-1842, y sin duda fue el de mayor significación demográfica y edilicia; con algo más de 2000 habitantes (González Risotto y Rodríguez, 1990). Además, el número fue calculado aproximadamente por nosotros en la intervención arqueológica, a partir de los restos de viviendas identificadas tanto en el área nuclear como en el ejido, estimando una cantidad cercana a la propuesta por González Risotto y Rodríguez (ibid.). La primera etapa de vida de San Borja fue la más pujante y a la vez accidentada, y eso se reflejó con transparencia en las oscilaciones demográficas debido al desarrollo de la Guerra Grande, vinculadas directamente con la serie de triunfos- derrotas, que pautaron por entonces la vida militar de Rivera, quien empleaba a los misioneros como parte de su ejército (Cabrera y Curbelo, op. cit.; Padrón, op. cit.).
La poca confiabilidad de las fuentes, cargadas de excesivo espíritu partidario y etnocentrista, es totalmente visible en el análisis de los datos numéricos que nos proporcionan. Sobredimensionan su número aquellos que defienden la existencia de San Borja y lo rebajan al mínimo aquellos que abogaban por su desaparición. Los datos sin duda más confiables provienen de los registros eclesiásticos, que para algunos momentos determinados fueron bastante prolijos y que permiten constatar las oscilaciones a las que hacíamos referencia anteriormente (Padrón, op.cit.). Una característica a destacar -aunque no singular pues se venía dando en la demografía misionera desde varias décadas atrás- (Saint-Hilaire, 1939) es el predominio de población femenina (Padrón, op.cit.). En 1842 el pueblo fue desalojado de forma violenta por las tropas de Oribe con quema de casas.
La segunda etapa se inicia en 1854 cuando algunos de sus antiguos pobladores iniciaron el repoblamiento. Mucho más pobre, y con un número mucho menor que el que lo había ocupado, organizados políticamente solamente bajo la jerarquía de Luisa Tiraparé[2]. Si las guerras internas fueron el principal obstáculo para su supervivencia en la primera etapa, en la segunda, la lucha por el territorio fue el factor decisivo para hacer naufragar nuevamente el deseo de los misioneros y demás pobladores de conservar San Borja del Yi.
Una vez en el lugar elegido para la instalación del grupo misionero a orillas del río Yi, Rivera designó como jefes de la nueva población al coronel Pablo Pérez y como su segundo al corregidor Fernando Tiraparé.
El liderazgo de Fernando Tiraparé
No conocemos el contenido de las instancias en las cuales Tiraparé decide seguir a Rivera a partir de la experiencia negativa del pueblo indígena misionero en la Colonia de la Bella Unión. Sin embargo, como veremos más abajo, Rivera mantiene su rol como el principal individuo de confianza para continuar a cargo de los indígenas misioneros que se trasladaban desde Bella Unión a San Borja del Yi.
La figura de Fernando Tiraparé aparece como la más destacada en términos de jerarquía teniendo en cuenta su mayor poder de decisión y responsabilidades en Santa Rosa continuando las que ya detentaba en su pueblo de origen, San Borja de las Misiones. Era corregidor en el Cabildo –el mayor cargo y de más jerarquía-, tenía el grado de teniente en las milicias misioneras y, además, el cargo de mayordomo en el Cabildo –que era el menor de los cargos en los cabildos, con responsabilidades administrativas y de cuidado de los objetos de culto pertenecientes al templo. Fernando Tiraparé aunaba los dos cargos, el mayor y más importante de corregidor y el de mayordomo.
En la interpretación que sigue, nos basamos en lo planteado por Maurer y Colvero (2009) quienes afirman que los pueblos misioneros orientales no eran todos iguales ni tenían relaciones simétricas. De acuerdo a los documentos presentados por los autores y sus conclusiones, Sao Borja tenía importantes diferencias con los otros pueblos que redundaron en decisiones unilaterales de peso para el futuro de los indígenas misioneros. Ser el asiento del ejército, además, le daba autonomía de decisiones en algunos temas. Las conclusiones de Maurer y Colvero (ibid.) muestran un pueblo cuyos comportamientos terminaron generándole estatus y jerarquía superiores, reconocidas o acatadas por los otros pueblos (Curbelo, 2013).
Entendemos que su responsabilidad como corregidor y mayordomo del Cabildo del pueblo de San Borja le daban una jerarquía superior a los otros caciques así como la potestad y, sobre todo, la responsabilidad de tomar la decisión de migrar nuevamente, seguido por el grupo de caciques –y sus cacicazgos- que no se habían ido. Ello se ve claramente plasmado en la siguiente carta dirigida al general Fructuoso Rivera por los catorce caciques que formaron parte del éxodo desde Bella Unión a San Borja del Yi.
Exmo. Sor. Presidente.
Nosotros los Corregidores y Alcaldes actuales que componemos la autoridad civil de los Siete Pueblos de Misiones que abajo firmamos, ante V. Exa. Con el mas debido respecto tenemos la honra de presentarnos a implorar la la Misericordia de V. Exa. Acordándonos de l a Proclama del veintiocho de Marzo de mil ocho cientos treinta y tres que tuvo aen V. Exa. Dirigirnos personal y calmente ante su salida para el Cerro Largo donde nos hiso entender y reconocer por primer Jefe de Nuestro Pueblo al Sor. Coronel Dn. Pablo Peres y segundo Dn. Fernando Tiraparé disiendonos q.e hera uno de los sujetos de mayor confianza mirando por el bien de los Pueblos pues así lo hemos creido y estamos satisfechos p.r cuyo beneficio A.V. Exa. Aunque no tenemos la satisfacción de hablar personalmente con V. Exa. Para pedir la gracia q.e arriba llevamos dicho es que se digne S.Ea. de mirar en Consieración a Ntro. Comandante Dn Fernando Tiraparé en hacerle expedir el Despacho o instrucciones q.e V.Exa. considere correspondiente a su Clase para que pueda ser reconocido y respetado por tales Comandante de los siete Pueblos en ausencia del primero para q.e de ese modo no sufra o padesca algún perjuicio tanto el como sus Pueblos de cuya gracia Viviremos Eternamente reconocido AV. Exa. Como Padre único de la Republica y Protector y Libertador de los Siete Pueblos de Misiones. Firman: Cayetano Cuzu, Vicente Yatuy, Cesilio Tirapare, Fran.co Tarama, Pedro Pablo Guaheni, Juan Antonio Acosta, Domingo Abera, Juan Fran.co Tabacayu, J.m Jose Cuañey, Sipriano Atari, Miguel Ure, Juan Teni, Felis Capiy, Antonio Mburate[3].
El pedido se refiere a la preocupación de que la autoridad de Tiraparé fuera explícitamente aceptada por parte de los poderes políticos vinculados con San Borja del Yi. Sin órdenes directas del presidente de la Nación, el general Rivera, su reconocimiento aparecía como nulo.
Varias decisiones están implicadas en la aceptación de trasladarse y ubicarse en un nuevo lugar por parte de Tiraparé. Si bien no está documentado cómo se produce el acuerdo con Rivera, posiblemente haya habido nuevas promesas de un lugar propio para vivir de parte del caudillo y la necesidad de Tiraparé de proteger a los componentes de los cacicazgos que aún reconocían su liderazgo como para acompañar y resguardar los menguados objetos de culto que llevaron con ellos. Ambos objetivos estaban indisolublemente ligados a la identidad y por lo tanto la continuidad del grupo. Esto significó no partir con el resto de los jefes militares misioneros hacia territorio argentino ni deslindar su responsabilidad de líder disgregando al remanente de misioneros. El otro factor que creemos era menor, fue el cumplimiento del pacto de 1828.
La preeminencia del corregidor Tiraparé por encima de los otros caciques que se trasladaron con él, puede ser interpretada, además, a partir de la elección del nombre dado al nuevo pueblo -San Francisco de Borja del Yi- y de los objetos de culto del templo que acompañan al grupo de familias que se traslada. La imagen de tamaño más importante era de San Francisco de Borja según el inventario de la Iglesia de San Borja realizado en 1836[4], procedente del pueblo homónimo como muchos de los objetos de culto del templo. Aquí es preciso aclarar un punto no poco importante. Dado que Tiraparé ocupaba el cargo de mayordomo en el Cabildo de Sao Borja, los objetos de culto que él debía cuidar pertenecían a su pueblo. No tenía responsabilidad por los objetos de culto público que los otros seis mayordomos debían proteger y conservar. Por lo tanto, asumimos que los objetos de culto público que llegan a San Borja del Yi pertenecían mayoritariamente al pueblo de San Borja.
Los catorce caciques que se trasladan con él aparecen en la firma de la nota y otros pocos documentos. Cada uno mantenía responsabilidad sobre los individuos nucleados en sus respectivos cacicazgos, pero en el futuro no aparecen explícitamente tomando decisiones o emitiendo opiniones en documentos escritos.
La organización inicial del pueblo fue caótica. Las familias se ubicaron como y donde pudieron, armando toldos y construcciones precarias en cualquier parte (Cabrera y Curbelo, op. cit., Padrón, op. cit.). Ello derivó en una organización del espacio propia de este pueblo. Las casas habitación se fueron levantando sin seguir un patrón de forma definida. La plaza no ocupa un lugar central en el espacio, aunque, de acuerdo a la prospección arqueológica, reunía a su alrededor el templo y otras cinco estructuras, posiblemente ocupadas por los individuos más conspicuos del pueblo.
En San Borja del Yi la organización política de los misioneros continuó manteniendo hasta 1834 las dignidades de Cabildo, corregidores y alcaldes (Padrón, ibid. p. 213). Esto se debió a que en 1828 Rivera destacó “la conveniencia de que ‘los indígenas de Misiones conserven en sus leyes y fueros reconocidos sucesivam.te p.r España y el Brasil todo aquello que esencialm.te no ataque las leyes fundamentales de la autonomía oriental’” (Frega, 2007, pp. 41-42). Sin embargo, y siguiendo a esta autora, la Constitución de la República establecía que la soberanía estaba en la nación y no diferenciaba entre etnias dejando por fuera los derechos de otros grupos. En efecto, la situación de autorregulación política de los indígenas misioneros se revierte en 1835, cuando el Ministro de Gobierno Dr. Francisco Llambí definió la integración de los sanborrjistas al régimen de la República (Padrón, op.cit., p. 219) lo que se realizó mediante el nombramiento de autoridades que responderían al orden administrativo definido para la misma. Los indígenas misioneros deben abandonar su autonomía para pasar a ser ciudadanos de la República. Administrativamente, al momento en que se fundó San Borja el área que les fue asignada correspondía como dijimos, al Departamento de San José. Esta integración administrativa del poblado se realizó tras la recomendación de Llambí al jefe político del Departamento, de llamar a elecciones para nombrar Juez de Paz y enviar Comisario de Policía, siendo éstos los representantes legales del naciente Estado en la población de San Borja (Padrón, ibid.).
Estaban organizados y se agrupaban social y políticamente en cacicazgos que nucleaban a un conjunto de familias que respondían a la autoridad política del cacique, pero también a la social representada por su solidaridad en lo que tiene que ver con la distribución de la tierra y el alimento. Los caciques eran el nexo de relacionamiento con las autoridades políticas criollas, continuando con la posición jerárquica y estatutaria asignada durante el período jesuita misionero asociado a que eran los que en general hablaban y escribían tanto en guaraní como en castellano. La población en su gran mayoría hablaba en guaraní (Curbelo, 2013).
En lo que tiene que ver con el culto católico la conmemoración de la Semana Santa se continuó realizando, con representaciones teatrales de los personajes que formaron parte del evento de apresamiento y crucifixión de Jesús, incluyendo los castigos corporales a quien se ofrecía a representarlo. La fama y pomposidad de la ceremonia hacía que llegara gente de otras partes a San Borja del Yi para presenciarla (Cabrera y Curbelo, op. cit.). Se continúa con las mismas prácticas que se realizaban en las misiones y que, como dijimos antes, siguiendo a Wilde (2009), fueron resignificadas por los jesuitas en la fiesta guaraní pre colonial del areté-guazú, una de las más importantes de los grupos guaraní parlantes precoloniales y que de acuerdo al ser guaraní[5] incorporaba lo espiritual con lo cotidiano de forma indivisible.
La fidelidad de los misioneros habitantes de San Borja al general Rivera, incidió de manera significativa en la vida del poblado. Este hecho se reflejó en los vaivenes que la población sufrió -coincidentes con los de la vida política de Rivera-, ya que durante los períodos de conflicto en la Guerra Grande su población se vio diezmada debido a que una parte importante del contingente de las fuerzas de Rivera estaba integrada por los misioneros. La derrota de Rivera en Arroyo Grande en 1842, determinó el desalojo forzoso de San Borja por las tropas de Oribe que quemaron las casas (Cabrera y Curbelo, op. cit.; Padrón, op.cit.).
A pesar de las profundas transformaciones ocurridas en el área, los restos arqueológicos han permitido recuperar información sobre la diagramación del pueblo y detalle de la vida cotidiana de sus habitantes.
Cotidianeidad en San Borja del Yi
Hasta el momento, reconocimos diferentes aspectos comportamentales de los habitantes del pueblo, algunos ya conocidos a partir de la documentación escrita, otros deformados por esta y mejorados desde lo arqueológico y finalmente, otros datos que no forman parte de las fuentes escritas asociadas (Curbelo, 1999a y b).
Para toda el área, los relevamientos permitieron contabilizar 138 rasgos que en su mayoría fueron interpretados como estructuras de vivienda, de los cuales 27 fueron relevados en el área que denominamos nuclear, asociada a la plaza y 113 en el ejido en lo que fuera zona de chacras. A ellas se suman otros vestigios tales como la iglesia, dos pozos de agua, dos basureros y un horno de ladrillos. Estos números no representan la totalidad de estructuras y áreas de actividad correspondientes al contexto sistémico: sea porque se han perdido debido a los diferentes procesos de formación del contexto arqueológico, sea porque no hemos podido identificarlos con las técnicas utilizadas.
Asimismo, a partir de técnicas de prospección no destructivas, se reconocieron 30 restos de estructuras de habitación y la dispersión de sus materiales constructivos en superficie, tanto en el área nuclear como en el ejido. A partir de lo investigado hasta el momento podemos inferir que la disposición espacial de San Borja estaba relacionada con dos áreas identificadas por nosotros. Tomamos como indicadores la densidad de restos de casas habitación, la tipología y materiales constructivos de las estructuras arquitectónicas y áreas públicas tales como la plaza.
Área nuclear
Está ubicada en el extremo norte del espacio ocupado por el pueblo, próxima al meandro del río Yi y al camino que, pasando por el hoy llamado Paso de San Borja sobre el Yi, se dirigía desde la región este a la Villa del Durazno. A fines del siglo XIX y principios del XX era un camino de tropas -información oral- y actualmente balastado continúa siendo una vía de comunicación que se continúa en la calle General Artigas en la ciudad de Durazno.
Esta área se caracteriza por la presencia de la plaza, la iglesia sobre uno de sus lados y otras cinco estructuras ubicadas en los otros tres lados. Las viviendas se encontraban densamente agrupadas. No hay trazado geométrico de calles o amanzanado, y la plaza no ocupa un lugar central. Las casas eran principalmente de fajina habiéndose identificado, además, un importante porcentaje de vestigios construidos con ladrillo y piedra canteada. En esta área se excavó la iglesia, un pozo con brocal de ladrillo, una vivienda completa y tres basureros domésticos. En el área intermedia hacia el ejido se excavó parte del área donde se ubicó el horno donde se cocieron los ladrillos para la mayoría de las casas y para la iglesia. El cementerio no fue hallado (Figura 5).
Figura 5: Área nuclear de San Borja del Yi. Foto aérea IGM-1966, 1:20000. Se representan los resultados de la investigación arqueológica. La plaza dibujada y señalada la iglesia.
Los cuadrados representan restos de construcciones. El círculo marca la ubicación del pozo. En rojo los vestigios que fueron excavados: casas y áreas de descarte.
El anaranjado sobre relieves identificados y reconocidos mediante prueba de pala. Modificación Carmen Curbelo.
Excavaciones
Seis áreas de descarte (Figuras 6 a 8). Todas ellas presentaban restos de alimentación, artefactos varios tales como botones –mayoritariamente pertenecientes a vestimenta militar-, y fragmentos de contenedores de vidrio, loza, gres (Figura 9) y cerámica de pasta blanda, predominando esta última. Destacamos la presencia de artículos suntuarios tales como aretes bañados en oro[6] que habían tenido piedras engarzadas fabricadas mediante molde y un par de ellas de plata con una figura de búho estilizada fabricadas artesanalmente, que asignamos a las obtenidas mediante compra en Bella Unión.
Figura 6: San Borja del Yi. Área de descarte. Exc. 1. Fotografía Carmen Curbelo.
Figuras 7 y 8: San Borja del Yi. Área de descarte. Exc. 2. Fotografía Carmen Curbelo.
Figura 9: Fragmento de tintero en gres con inscripción impresa BLACKING, origen europeo.
Fotografía Carmen Curbelo.
Un brocal de ladrillo, desmoronado, de 2m de diámetro, actualmente relleno. Está ubicado en un lugar central del área nuclear. La excavación del desmoronamiento del brocal permitió reconocer que la altura de la superficie de suelo sobre el que funcionó San Borja estaba 0.20m por debajo de la superficie actual (Ver Figura 10).
Figura 10: Brocal y su desmoronamiento, Exc. 4. Fotografía Carmen Curbelo.
Figura 11: San Borja del Yi. Restos de casa habitación, Exc. 5. Son visibles los restos del tabique de ladrillo y su desmoronamiento.
Separaba la cocina a la izquierda de otro ambiente, longitudinalmente a la vivienda que era de fajina. Fotografía Carmen Curbelo.
Una estructura de casa habitación de fajina y ladrillo (Figura 11), en la que se han reconocido espacios interiores y exteriores, área de descarte y área de cocina (Figuras 12 y 13), así como restos del incendio que la destruyó (Figura 12). En el área externa se recuperó un conjunto de materiales líticos en cuarzo local, producto de talla bipolar. Asimismo, se recobró un rodado manchado de pintura roja, utilizado para la decoración de cerámica (Delgado, 2011). En el área de cocina se reconocieron los vestigios del fogón en el suelo en medio de la habitación (Figura 13) y un conjunto de artefactos: canilla de barril, tijeras, navajas de afeitar, varios tipos de cuchillos y restos de mobiliario que nos permiten reconocer otras actividades además de las domésticas cotidianas. En el área externa se excavó e identificó el área de descarte cuya disposición señala la ubicación de la puerta de la cocina hacia el exterior (Figura 14).
Figura 12: Casa habitación, Exc. 5. Detalle de la disposición de clavos de construcción asociados a restos de carbón de una viga de madera correspondiente al techo.
Interpretado junto a otros vestigios similares como resultado de la destrucción final de la vivienda debida a un incendio. Fotografía Carmen Curbelo.
Figura 13: San Borja del Yi. Casa habitación, Exc. 5. Vestigios del fogón, ubicado sobre el piso de la cocina. Fotografía Carmen Curbelo
Figura 14: San Borja del Yi. Casa habitación, área de descarte frente a la puerta de la cocina en el área externa. Fotografía Carmen Curbelo.
El templo se identificó ubicado con frente a la plaza, orientado noreste-suroeste, con su cara frontal al suroeste. Medía 17m x 5m. Por la documentación escrita sabemos que tenía paredes de fajina, techo de paja, una puerta principal y otra lateral, piso y altar de ladrillo y dos ventanas, una a cada lado. La excavación permitió reconocer el piso de grandes ladrillos trabados a partir de fragmentos remanentes, el límite de la pared norte que estaba revocada con barro y la ubicación de las puertas. Una de ellas daba a la plaza, orientada al SW, una lateral hacia el SE, mientras que los restos del altar de ladrillo se encuentran hacia el NE. (Figuras 15 a 18).
Figuras 15 y 16: San Borja del Yi. Templo, Exc. 7. Izq. actividad de excavación en área abierta; Der. Restos del piso de ladrillo trabado del templo.[7] Fotografías Carmen Curbelo.
Figuras 17 y 18: San Borja del Yi. Reconstrucción digital del templo externa e interna,
sobre la base de la documentación escrita y la arqueológica. Autora Fernanda Cabrera.
Un horno de fabricación de ladrillo y su área de descarte, ubicado en la parte sur del área nuclear. Todos los ladrillos recuperados en la investigación arqueológica fueron identificados como procedentes de este horno mediante la comparación de las marcas de molde y tamaño.
Área periférica
El ejido del pueblo se extendía hacia el sur del área nuclear. Se identificó a partir de la documentación escrita -plano de mensura del Ing. Agrim. L. Jones 1936-, información oral, el estudio de datos catastrales que no presentan ninguna referencia a ocupación densa del área para ninguna época posterior y de la inferencia desde la investigación arqueológica a partir de rasgos positivos (Sosa, 2011). Se identificaron restos de estructuras con baja densidad y distribución espaciada, ubicadas en un espacio amplio que estuvo vinculado con suertes de chacras y actividades agrícolas fundamentalmente, el cual aún no se ha abordado totalmente con intervenciones arqueológicas intrusivas (Figuras 19).
Figura 19. Dispersión de vestigios en el área nuclear al norte y en el ejido de San Borja sobre carta Tomás Cuadra SGM, escala 1:50000. Autora Mercedes Sosa.
Objetualidad y significados
Los vestigios y artefactos recuperados nos permiten conocer la continuidad de algunas tecnologías de origen indígena que nunca se perdieron durante el período jesuítico, tales como la fabricación de cerámica y la talla de la piedra.
La producción de contenedores de cerámica a nivel local presenta la misma tecnología ancestral precolonial–rodetado, terminación con engobe y cocido a fuego abierto- así como decoraciones que se han asociado a grupos guaraní parlantes tanto etnográfica como arqueológicamente –incisos, pintura roja con formas geométricas entre otros- (Caporale y Vallve, 2003; 2009). Asimismo, recuperamos vasijas con morfología del tipo escudilla y con terminación de superficie escobillada cuyo uso está asociado al período misionero (La Salvia y Brochado, 1989) (Figuras 20 a 23). Estas continuidades, propias de los aspectos domésticos y tradicionales de los cuales se encargaban las mujeres, las interpretamos como una forma de sostén de la continuidad de la reproducción social e identitaria (Bordín Tocchetto, 1996; Curbelo, 1999a).
Figuras 20 y 21: Cerámica de pasta blanda, técnicas rodetado y cocida en fuego abierto, producidas en San Borja del Yi. Izquierda: Escudilla parcialmente restaurada con base plana y vertedero. Es una de las formas más frecuentes producida en las Misiones donde se adquirieron la base y el vertedero como innovaciones funcionales. Derecha: Tiestos con acabado exterior escobillado. Esta terminación se asocia a una introducción tecnológica durante el período misionero (La Salvia y Brochado, op. cit.). Fotografías Carmen Curbelo. Restauradora Mercedes Sosa.
Figuras 22 y 23: Cerámica de pasta blanda, técnicas: rodetado y cocida en fuego abierto. Producidas en San Borja del Yi. Llamamos la atención sobre la continuidad de decoraciones atribuidas a los guaraníes preconquista (Brochado, 1969).
También se recuperaron artefactos en cerámica que habían sido producidos en las misiones. Esta afirmación surge del análisis de la pasta que no corresponde a arcillas ni antiplásticos locales, fabricadas con técnica de torno, y cocidas en fuego controlado –horno-. Corresponden a contendedores con morfología de bol con base plana, forma repetida en los contextos misioneros (Brochado, ibid.), y a candelabros (Figuras 24 y 25).
Figura 24: Cerámica de pasta blanda, técnicas torno y cocida en horno. Izquierda y centro: recuperado en excavación. Derecha: restauración total.
Bol de base plana, de abundante producción en las Misiones. Proviene del territorio misionero. Fotografías y restauración Mercedes Sosa.
Figura 25: Cerámica de pasta blanda, técnicas torno y cocida en horno. Fragmento de candelabro. Proveniente del territorio misionero.
Los restos de artefactos y desechos de talla en piedra, que al igual que las técnicas de producción de cerámica se continuaron en el período reduccional, denotan las dificultades de los indígenas sanborjistas para la adquisición de objetos cortantes y contundentes en metal -fundamentalmente para la construcción de las casas-.
Los restos de alimentación recuperados en los basureros confirman lo dicho en documentos de diferentes épocas, en el sentido de la preferencia de los misioneros por la carne vacuna, obtenida aquí necesariamente, dada la situación económica, mediante el robo de ganado a las estancias vecinas, cuestión que aparece también en algunos documentos producidos por los propietarios de las mismas (Cabrera y Curbelo, op. cit.; Padrón, op. cit.). Los restos óseos demuestran un uso selectivo e intensivo del animal. Predomina mayoritariamente el consumo de los cuartos traseros y delanteros de las reses cocidos mediante hervor. A partir de las fracturas identificadas, realizadas con filos metálicos cortantes tanto como con golpes contundentes de piedra, se observa en forma recurrente para todos los restos óseos, la extracción de la médula ósea –karakú- para ser consumida (del Castillo, 2001). Estos datos concuerdan con las quejas de los estancieros circundantes sobre el robo de animales y la denuncia de que quedaba casi todo el animal desperdiciado en el campo, salvo las cuatro extremidades (Cabrera y Curbelo, op. cit.). (Figuras 26 a 29).
Figuras 26, 27, 28 y 29. Restos de alimentación recuperados en áreas de descarte. Arriba izq. (25) Extremo proximal de radio; fragmento de diáfisis, fragmento de tibia izquierda.
Todos con saltaduras productos de golpe. Arriba der.(26) Extremo distal de húmero con fractura.
Abajo izq. (27). Extremos distal y proximal de hueso cañón fracturados por golpe. Abajo der.(28)
Extremo distal y diáfisis de hueso cañón con fractura producida por filo metálico.
Todos corresponden a Bos Taurus y fueron fracturados para extracción de la médula (karakú).
Análisis arqueozoológico Cristina del Castillo.
La documentación es ambigua en cuanto a la producción agrícola del pueblo, pero nos inclinamos a creer en los documentos que afirman su existencia porque formaba parte de los conocimientos y habilidades del grupo, además de suplir alimento. Desde el punto de vista arqueológico, a pesar de las técnicas específicas utilizadas, no se han recuperado restos, lo que tampoco es una prueba definitiva, debido a los procesos de formación de sitio, de que no se hubieran plantado y consumido vegetales (Curbelo, 1999b).
La existencia de actividades de recreación, tales como juego, bailes y el consumo de bebidas alcohólicas, mencionadas por algunos airados vecinos de Durazno (Padrón, op.cit.), se puede identificar a través de la abundante presencia de fichas de juego, de forma circular, fabricadas localmente con técnicas de talla por percusión y retoque, a partir de fragmentos de loza, vidrio y cerámica de pasta blanda. Servían para jugar algún tipo de juego de tablero de origen europeo -posiblemente chaquete[8] o alguna variación de tres en línea-. Las fichas presentan cuatro tamaños constantes (Ver Figuras 30 a 32).
Figura 30: Fichas elaboradas sobre fragmentos de loza de origen inglés.
Figuras 31 y 32: Izq. Los cuatro tamaños recurrentes de fichas de juego. Der. Fichas realizadas sobre cerámica pasta blanda y vidrio.
Fotografías Carmen Curbelo. Análisis María Esther Risso.
Asimismo, se recuperó en basureros especialmente dedicados a ello y alejados de los domésticos y áreas públicas, una importante y recurrente presencia de restos de botellas de vidrio y de contenedores cerámicos de gres, correspondientes a bebidas alcohólicas como vino y aguardiente (Curbelo, 1999b; Casanova, 2006).
Figuras 33, 34 y 35: Fragmentos de contenedores de aguardiente en gres (arriba) y vidrio soplado. (abajo). Fotografía Carmen Curbelo.
Se recuperaron fragmentos de vajilla de loza de origen inglés, coherentes con el período de tiempo abordado y la llegada de ese producto a los puertos del río de la Plata. Su presencia es sensiblemente menor que la de los contenedores de pasta blanda ya mencionados, procediendo de pocos usuarios (Figuras 36 y 37). Tres monedas acuñadas en 1831 por las Provincias Unidas aportan a la coherencia de todo el contexto.
Figuras 36 y 37. Fragmentos de vajilla en loza, de origen inglés correspondientes a fines del siglo XVIII y segunda década del siglo XIX. Izq. (36)
Bordes de platos con decoración moldeada coloreada en verde y azul cobalto. Tipos: flecos, espina de pescado, plumas.
Der. (37) Bordes con y sin decoración correspondientes a contenedores planos y a contenedores profundos,
tipos: moca, bandeado, anular, floral pintado a mano. Análisis: María Esther Risso.
Los vestigios arqueológicos responden a la primera época del pueblo: por ejemplo, los restos del templo, el pozo, los basureros y las fichas de juego, cuyas características tipológicas o datos contextuales nos permiten reconocer su procedencia (Curbelo, 1999 a y b). Por otra parte, en una de las viviendas se recuperaron artefactos cuya tipología respondía a una reocupación en la segunda mitad del siglo XIX, así como su incendio final (Curbelo, ibid.).
Estos datos han permitido ampliar y complementar los conocimientos procedentes de la investigación histórica sobre la población de San Borja a partir del reconocimiento de parte de la estructura urbanística del pueblo; reconociendo en la organización del espacio, las características estatutarias desiguales de su población (Curbelo, 2003). Nos aproximamos a las actividades de sobrevivencia cotidianas de sus habitantes reconociendo a partir de ellas, las dificultades económicas del grupo. Por otra parte, nos permitió identificar la presencia de tecnologías ancestrales mantenidas y, a la vez, modificadas por la influencia de las innovaciones europeas.
Proposición interpretativa
Desde el punto de vista social, la organización del espacio en San Borja está mostrando la existencia de sociedades fuertemente jerarquizadas: tanto la misionera como la nacional, con la presencia de individuos/familias con un alto estatus social y voluntades políticas decisorias. Se organiza en torno de un área nuclear, cuyo centro de representación social lo constituyen la plaza y la iglesia, y en sus cercanías se instalan las mejores viviendas pertenecientes a los individuos de la elite de cada uno de los grupos sociales: caciques y miembros de los cabildos entre los guaraníes; juez de paz y comerciantes, para la sociedad nacional. La distribución de los bienes económicos resultaba proporcional a este modelo de jerarquización socio-política, reflejándose este hecho en el breve devenir histórico del pueblo (Curbelo, 1999a).
Al mismo tiempo, nos aproximamos a la interacción entre ambas sociedades en las que, si bien una es dominante sobre la segunda, impone modelos: políticos, sociales y económicos. Sin embargo, se puede percibir una situación de fricción cultural (sensu Cardoso de Oliveira, 1963). Los caciques misioneros continuaron cumpliendo con lo pactado con Rivera en 1828 y acatando sus órdenes, a pesar de que era claramente perjudicial para el grupo. La ausencia de los varones en la continua guerra provocaba situaciones de pobreza límite, derivando en la prostitución de las mujeres o su empleo como domésticas en la Villa del Durazno (Padrón, op. cit.; Curbelo y Padrón, 1999). Los indígenas misioneros continuaron formando parte de los grupos marginales de la sociedad. Minoría silenciosa, utilizada y repudiada por la mayoría dominante, continúa reproduciendo parte de sus tecnologías ancestrales como una forma de sobrevivencia pragmática estrechamente vinculada con la identidad y reproducción del grupo social.
Las características demográficas de su fundación y su duración en el tiempo permiten conocer tanto a partir de la investigación de documentación escrita como desde la arqueología, los comportamientos de este grupo de indígenas misioneros durante el siglo XIX. Lejos de sus pueblos, y a sesenta y cinco años de la expulsión de los jesuitas es posible reconocer comportamientos identitarios sostenedores de la reproducción social.
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Notas
[1] No son los únicos pueblos cuyo aporte demográfico fundacional va a estar dado por indígenas misioneros. El mayor número de fundaciones de este tipo se va a producir durante los primeros años de la primera presidencia de Rivera, fundamentalmente para la delimitación y contención de la frontera con el Brasil.
[2] Luisa Cuñambuy era la esposa de Fernando Tiraparé. Aparece como figura decisoria principal en la segunda etapa de poblamiento de San Borja del Yi, a partir de 1854 hasta la expulsión final de sus habitantes en 1862, ella incluída. Para ese momento ya había enviudado. Toma el apellido de su esposo, y se autodenomina mayordoma, pasando a ser conocida como Luisa Tiraparé a partir de su firma en documentos para el reclamo y defensa del territorio sanborjiano y de los objetos del culto religioso católico.
[3] Carta de los corregidores y alcaldes misioneros a Fructuoso Rivera. San Borja del Yi, febrero, 1834. Archivo General de la Nación Ministerio de Gobierno y Hacienda Caja 854.
[4] “Imbentario delas Alajas y demas Hornamentos dela Iglesia de S. Francisco de Borja del Yi. San Borja del Yi” 9 de diciembre de 1836. Archivo del Obispado de Florida, Doc. 36.
[5] El tekó guaraní.
[6] El análisis arqueometalúrgico se realizó conjuntamente con el Instituto de Ensayo de Materiales de la Facultad de Ingeniería (Udelar). Responsables Ing. A. Dellamea, Luis Bergatta y Leonardo Ovando.
[7] Los ladrillos del piso y el altar así como los de otras construcciones en el pueblo fueron recuperados por vecinos de Durazno para la construcción de sus propias casas en la ciudad a fines del siglo XIX. Información oral y arqueológica.
[8] El chaquete es un juego similar a las Tablas Reales.
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