Lo acordado debe tener lugar. Sentidos divergentes y convergentes en el ciclo de malones de 1870 en el sur de Buenos Aires, de Guido Cordero, Revista TEFROS, Vol. 20, N° 2, artículos originales, julio-diciembre 2022:174-202.

En línea: julio de 2022. ISSN 1669-726X

 

Cita recomendada:

Cordero, G., Lo acordado debe tener lugar. Sentidos divergentes y convergentes en el ciclo de malones de 1870 en el sur de Buenos Aires, Revista TEFROS, Vol. 20, N° 2, artículos originales, julio-diciembre 2022:174-202.

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Lo acordado debe tener lugar. Sentidos divergentes y convergentes en el ciclo de malones de 1870 en el sur de Buenos Aires

 

The agreement must take place. Divergent and convergent senses in the 1870 cycle of indigenous raids in the South of Buenos Aires

 

O acordado deve acontecer. Sentidos divergentes e convergentes no ciclo de malones de 1870 no sul de Buenos Aires

 

Guido Cordero

Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Mar del Plata

 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina

 

Fecha de presentación: 2 de octubre de 2021

Fecha de aceptación: 26 de junio de 2022

 

RESUMEN

En este artículo propongo analizar una serie de malones que se vinculan conformando un ciclo reconocible, en el sur de la provincia de Buenos Aires entre junio y diciembre de 1870. El enfoque adoptado asume como punto de partida el carácter complejo de la práctica malonera, no reducible a las miradas más estereotipadas tributarias de la narrativa de conquista y sometimiento de las poblaciones indígenas, ni a las miradas exclusivamente centradas en la resistencia. En ese sentido, se asume que los sentidos de una acción de este tipo abrevan en objetivos y significados diferentes, que no deben darse por supuestos sino ser reconstruidos a partir de una interpretación crítica de las fuentes disponibles. En los episodios analizados, sostendré que grandes y pequeños líderes, así como guerreros que respondían a ellos, pusieron en juego tanto solidaridades y obligaciones consuetudinarias, como intereses particulares o grupales no necesariamente coincidentes, cuya concertación y desarrollo en este corto período, imprimió un sentido específico al ciclo, que se aleja parcialmente del buscado por el liderazgo que inicialmente lo desencadenó, respondiendo a un accionar puntual de las fuerzas militares de frontera y a lo que se presumía un giro en la política fronteriza.    

Palabras clave: pueblos indígenas; malones; frontera; siglo XIX.

 

ABSTRACT

In this article I propose to analyse a series of indigenous raids that are linked forming a recognizable cycle, in the south of the province of Buenos Aires between June and December 1870. The approach adopted assumes as a starting point the complex nature of the raids practice. It cannot be reduced to the most stereotypical views in debt with the narrative of conquest and subjugation of the indigenous populations, nor to the views exclusively focused on resistance. In this sense, it is assumed that the meanings of an action of this type lead to different objectives and meanings, which should not be taken for granted but rather be reconstructed from a critical interpretation of the sources available. In the episodes analysed, I will argue that great and small leaders, as well as the warriors who responded to them, put into play both solidarity and customary obligations, as well as private or group interests which do not necessarily coincide, and whose agreement and development in this short period, gave a sense specific to the cycle, which partially departs from the one sought by the leadership that initially triggered it, responding to a specific action of the border military forces. and to what was presumed a turn in border policy.

Keywords: indigenous people; raids; frontier; XIX century.

 

RESUMO

Neste artigo, proponho analisar uma série de malones que se unem formando um ciclo reconhecível, no sul da província de Buenos Aires, entre junho e dezembro de 1870. A abordagem adotada assume como ponto de partida a natureza complexa da prática malonera, não se reduz às visões mais estereotipadas tributárias da narrativa de conquista e subjugação das populações indígenas, nem às visões exclusivamente voltadas para a resistência. Nesse sentido, parte-se do pressuposto de que os significados de uma ação desse tipo conduzem a diferentes objetivos e significados, que não devem ser tomados como garantidos, mas sim reconstruídos a partir de uma interpretação crítica das fontes disponíveis. Nos episódios analisados, argumentarei que grandes e pequenos dirigentes, assim como os guerreiros que lhes responderam, colocam em jogo tanto a solidariedade como as obrigações habituais, bem como interesses privados ou grupais que não necessariamente coincidem. A concordância e desenvolvimento, nesse curto período de tempo, deu um sentido específico ao ciclo, que se distancia em parte daquele buscado pelas lideranças que o desencadearam, respondendo a uma ação específica das forças militares de fronteira e ao que se presumia uma virada na política de fronteira.

Palavras chave: povos indígenas; malones; fronteira; século XIX.

 

INTRODUCCIÓN

Entre los meses de junio y diciembre de 1870 se desarrolló en el sur de la provincia de Buenos Aires un ciclo de malones que alcanzó su punto más alto con el ataque al pueblo de Bahía Blanca, en noviembre de ese año. Estos episodios marcaron un quiebre respecto de los años inmediatamente precedentes, caracterizados por el predominio de los vínculos diplomáticos y comerciales en ese sector de la frontera Sur. Los malones fueron correlativos a un giro en la política del estado nacional, no en sus objetivos expansivos, ya definidos con anterioridad y legislados pocos años antes, sino en la profundización progresiva de la presión sobre los grupos indígenas soberanos, que adquiriría creciente claridad en lo sucesivo. Aunque las campañas militares definitivas serían pospuestas en función de las propias contradicciones de un estado nacional aun consolidándose en medio de graves conflictos internos, el proceso comenzado en los inicios de esa década ya no se detendría. Los malones de 1870, sin embargo, difícilmente puedan ser exclusivamente analizados en función de lo que comenzaba a delinearse en el horizonte, y que culminaría con la desarticulación, el sometimiento y el despliegue de prácticas genocidas sobre los pueblos indígenas. En ese sentido, si bien mi argumentación no soslayará la reacción a las modificaciones perceptibles en la política de fronteras en la procura de interpretar este ciclo de malones, la lectura no se desplegará exclusivamente en términos de resistencia.

Desde el punto de vista aquí adoptado, algunas de las miradas que enfatizan el carácter resistente de la violencia indígena corren el riesgo de replicar, invertidas en espejo, las narrativas tributarias de la llamada “guerra contra el indio”, que atravesó casi sin cuestionamientos un siglo de historiografía y aún persiste en sentidos comunes no especializados -y menos comprensiblemente, en algunos enfoques académicos-. En estas narrativas, la historia de las fronteras, y de los grupos indígenas, se ordenaba -u ordena- alrededor de una confrontación entre la “civilización” y la “barbarie”, y los sujetos individuales y colectivos son reducidos a su integración en cada uno de los polos, en una suerte de historia moral de la nación. Este relato debe ser cuestionado, empírica y teóricamente -y los investigadores de las últimas cuatro décadas lo han hecho con amplitud y profundidad, esperemos, irrevocable- tanto en su inadecuación como en lo que imponen de carga adicional de dolor para los descendientes de los sobrevivientes a la conquista. Asimismo, una restitución de su historia política debe procurar recuperar su complejidad y sus pliegues que, si era negada en las historias militares de los conquistadores, también podríamos ver diluida en una narrativa de la resistencia, en la medida en que esta suponga un accionar homogéneo frente al invasor. Frente a ello, me interesa mostrar que la acción política indígena se desplegaba en función de intereses diversos, que podían converger o divergir u orientarse en sentidos que no siempre estaban subordinados a la conflictividad interétnica.

Intentaré describir este breve período, cuyos eventos sobresalientes abarcan la mayor parte del año 1870, centrándome en los eventos violentos que tuvieron a grupos y sujetos indígenas como objeto y sujeto. Pero el énfasis no estará puesto en tal carácter, dado que los episodios que trabajamos ya han sido amplia y detalladamente trabajados, sino que serán la vía a partir de la cual procuraremos introducirnos en este tramo de la historia indígena, procurando vislumbrar, a través de la parquedad de las fuentes, los sentidos que los malones de ese año en esa porción de la frontera adoptaron para los grandes y pequeños líderes mapuches y los guerreros que ponían sus lanzas detrás de ellos. Un supuesto que es necesario explicitar desde el comienzo, y que esperamos que en el transcurso del texto se vea confirmado, es que tales sentidos no eran unívocos. Que, por el contrario, el ejercicio de concertación de grupos e intereses diferentes que suponía un malón de gran magnitud, donde sus participantes ponían en juego solidaridades, obligaciones y conveniencias específicas, podía tener resultados que no siempre coincidían con aquellos buscados por quien estaba en la posición de autoridad que hacía posible poner en funcionamiento la maquinaria de la guerra.

En el siguiente apartado comenzaré por reseñar sucintamente los eventos centrales alrededor de los cuales gira este artículo y los actores que considero más importantes para su análisis. Posteriormente, los enmarcaré en algunos procesos más generales que atravesaba la frontera austral de Buenos Aires y la Frontera Sur -o la frontera norte del Puelmapu- en este período. Para que ello permita interpretar lo que sigue, se explicitarán algunos aspectos de la política indígena, y el lugar de los malones en ella, así como de las prácticas de territorialidad. Posteriormente, me centraré en el ciclo de malones de 1870 a la frontera sur bonaerense procurando identificar los sentidos puestos en juego. La lectura de la documentación se orientará a la identificación de los grupos y líderes presentes, su actuación en los distintos eventos y los probables objetivos buscados. Este artículo ha sido elaborado a partir del análisis de fuentes primarias, inéditas y editadas, conformadas mayormente por comunicaciones e informes de autoridades de frontera y correspondencia de líderes indígenas. Buena parte de ellas ha sido citada previamente en obras referidas a estos malones desde una perspectiva distinta y en, ese sentido, no se apunta tanto a la identificación de hechos novedosos como a una lectura capaz de aportar otra mirada.

 

LA FRONTERA SUR EN 1870

Siete episodios de violencia colectiva jalonaron la frontera sur bonaerense durante el año 1870. De ellos, el primero corresponde a una razzia llevada a cabo sobre los toldos del grupo conducido por el cacique Cañumil. El ataque a los toldos de Cañumil, que culminó con el asesinato de decenas de personas y la captura y prisión de otros tantos, entre ellos el longko y su familia, es habitualmente considerado como la causa del ciclo de malones que atravesó ese año. A la matanza y captura siguieron, hasta abarcar todo el año, seis[1] incursiones de distinta importancia que, aunque argumentaré que tuvieron diferencias sustanciales, dan forma a un ciclo que mantiene una unidad propia, en tanto todas ellas fueron posibilitadas y enmarcadas por una gran convocatoria que tuvo su centro en Salinas Grandes, desde donde se puso en pie de guerra a miles de weichafes. Los seis malones fueron diferentes en su magnitud y en los líderes que los encabezaron. En particular se recortan dos grandes malones con cientos y miles de guerreros, a mediados de julio -Tres Arroyos- y fines de octubre -Bahía Blanca-, tres que apenas superaron algunas decenas de lanceros -en junio, agosto, septiembre- y un sexto que, sin llegar a la movilización masiva, contó con al menos dos centenares de lanceros -a mediados de noviembre, en Bahía Blanca-. Existió un vínculo evidente entre ambos actos de violencia -la razzia y los malones- y el mismo es ratificado por diversas fuentes. Sin embargo, una mirada más precisa del accionar de los principales líderes movilizados permitirá identificar diferentes posicionamientos en la respuesta indígena y proponer una interpretación sobre el modo en que se desarrolló el proceso.

El escenario de estos episodios abarcó distintos puntos de la frontera Costa Sud, cuya principal localidad era el poblado de Bahía Blanca, uno de los más importantes puntos de interacción comercial y diplomático del grupo salinero, organizado alrededor del longko Calfucurá, junto con la localidad de Azul (ver Fig. 1). Este grupo, constituido como tal tres décadas antes (Villar y Jiménez, 2011) ocupaba el centro de un sistema por medio del que, a partir de la gestión política del flujo de bienes posibilitado por los acuerdos de paz, había ampliado y diversificado sus alianzas políticas y parentales en un rango territorial muy amplio. Desde allí articulaba los circuitos comerciales locales que conectaban la tierra adentro con las fronteras con los circuitos regionales que enlazaban al conjunto del territorio indígena hacia y a través de la cordillera (de Jong, 2016). La ubicación en el esquema de poder indígena de Calfucurá suponía sostener relaciones concertadas con las autoridades criollas a cambio del acceso al comercio y a las raciones periódicas estipuladas en los tratados de paz. A su vez, este acceso permitía sostener las alianzas militares que garantizaban el recurso a la fuerza en caso de que las relaciones diplomáticas entraran en crisis. Si bien su larga vigencia indica el éxito de esta estrategia, la misma estuvo sujeta a tensiones tanto con las autoridades estatales como al interior de su grupo. Emergente de estas últimas eran los pequeños malones desarrollados contra la voluntad del cacique y los pasajes de líderes acompañados por sus seguidores hacia otros grupos y a la propia frontera, en lo que de Jong ha denominado “desgranamiento”.

 

 

 

Figura 1: Ciclo de malones a la Frontera Sur en 1870 (Fuente: Elaboración propia a título ilustrativo).

 

La instalación de Cañumil, el longko cuyos toldos fueron arrasados al comienzo de este ciclo, fue resultado de ese proceso. Emparentado con Calfucurá -había tomado por esposa a una de sus hijas-, había pertenecido al grupo salinero siendo uno de los líderes más influyentes, para instalarse cerca de Bahía Blanca con un acuerdo autónomo a mediados de la década de 1860. El grupo de Cañumil no fue el único que optó por autonomizarse de los salineros en ese período y, en algunos casos el pasaje a la frontera incluyó la incorporación a unidades militarizadas de indios amigos. Así sucedió con Guayquil[2] y sus seguidores, previamente asociado a Calfucurá, que también tendría participación en los episodios que analizamos. Con ello se ampliaba el contingente indígena en Bahía Blanca, que se remontaba a la fundación del poblado, y cuyo líder más importante era Francisco Ancalao[3]. Aunque Ancalao también estaba emparentado con Calfucurá, la relación entre ambos tuvo períodos tensos, particularmente a fines de la década de 1850, en que el cacique salinero consideraba que Ancalao conspiraba en contra suya (Cordero, 2019). Otros desgranamientos del grupo salinero fueron incorporados a los indios amigos de Tapalqué. En los sucesos de 1870, como se verá, participaron tapalqueneros, si bien no ha sido posible identificarlos con especificidad.

Es necesario mencionar dos sectores más del espacio indígena para comprender lo que sigue. Por un lado, los liderazgos ranqueles ubicados al norte de Salinas Grandes y que mantenían con Calfucurá un mutuo respeto de espacios de influencia a los que se sumó otro grupo de caciques, de relación oscilante con los salineros de los cuales el más conocido es Pincén (ver Fig. 1). Mientras durante la década de 1860 en las relaciones entre los salineros y el gobierno criollo había predominado la diplomacia, las fronteras ranqueles se habían caracterizado por la conflictividad. Ello se revertiría durante el año 1870 en que la naturaleza de los respectivos vínculos interétnicos se invertiría negociándose durante este año acuerdos de paz los principales líderes ranquelinos (Pérez Zavala, 2014). La participación de guerreros y capitanejos ranqueles en los malones de Bahía Blanca -no así de sus caciques más importantes- podría haber sido facilitada por los longkos ranquelinos ante esta situación, recurriendo al “desvío” de los guerreros y capitanejos disconformes con las tratativas de paz hacia espacios donde no las pusieran en peligro (de Jong, 2011).

El último sector corresponde a un conjunto de líderes ubicados territorialmente en ese período en un espacio intermedio entre salineros y ranqueles y de una capacidad de movilización menor que los longkos de esos grupos. Dependiendo el período, Agnener, Necul y Pincén, aparecen en las fuentes documentales asociados a Calfucura -a fines de la década de 1850- a Coliqueo[4] -al comenzar la de 1860- o como caciques o capitanejos autónomos, residiendo frente las fronteras norte y oeste de Buenos Aires. A diferencia de Pincén, cuya trayectoria ha sido ampliamente considerada en la historiografía[5], Agnener y Necul son más elusivos en las fuentes[6]. En los años inmediatos anteriores y posteriores a 1870, los tres caciques aparecen mencionados en malones a las fronteras oeste y norte de Buenos Aires, eventualmente aliados con salineros y ranqueles. Especialmente es el caso de Pincén, que en los años siguientes mostraría una importante capacidad de movilización, lo que ha sido asociado a una estrategia de construcción de liderazgo competitiva que procuró con un éxito relativo, aunque breve convocar a guerreros salineros disconformes con la política diplomática de Calfucurá (Cordero, op. cit.).

La presencia y el rol de estos sectores del campo político indígena en los malones de 1870 requiere reseñar brevemente la situación de la frontera. El año anterior, habiéndose estabilizado el conflicto internacional que ocupó buena parte del esfuerzo del estado nacional en la guerra de Paraguay, y retornando al sur los principales jefes militares que habían sido allí destinados, el gobierno argentino se propuso recalibrar los planes de avance sobre el territorio indígena. Entre las acciones más importantes deben mencionarse el desarrollo de estudios en el terreno que abarcaron todo el arco fronterizo[7], una reorganización administrativa de las comandancias de frontera que procuraba incrementar la eficiencia de la política defensiva y facilitar un posterior avance, y el intento de ocupar continuadamente la isla de Choele Choel, un punto estratégico en las aguas del río Negro.

Aunque ello tenía precedentes cercanos en rectificaciones de la línea de fortines, y en la elaboración de la legislación que legitimaría la conquista[8], e indudablemente estos impactaban en las relaciones interétnicas, lo cierto es que durante la mayor parte de la década de 1860 en el sur bonaerense habían predominado los vínculos comerciales y diplomáticos por sobre los malones indígenas y las expediciones punitivas hacia tierra adentro (de Jong, 2011). En contraste, como se señaló, en otras fronteras del territorio indígena, especialmente en el área ranquel, frente a las fronteras de Córdoba, San Luis y Santa Fe, así como en los espacios intermedios donde otros líderes no subordinados a los liderazgos ranqueles ni al salinero defendían cierta independencia, los vínculos diplomáticos con los wingkas habían sido esporádicos o inexistentes. El giro que implicaba el proyecto de avance general, elaborado por el ministro de Guerra y Marina, Martín de Gainza afectaba en lo inmediato, entonces, la política diplomática sostenida por Calfucurá y los salineros en el sur y oeste bonaerense.

Pero el desarrollo de los acontecimientos no se reducirá a esta situación. Interesa ver como la integración de los segmentos del conjunto del espacio indígena en una única trama, aunque sin un liderazgo unificado, resulta en que contextos de interrelación particulares en un área fronteriza tiene efectos en otras, conformando un único complejo fronterizo (Boccara, 2005), por caso, en los recursos con que los líderes contaban para llevar adelante sus estrategias particulares. Así, por ejemplo, la disponibilidad de guerreros y líderes secundarios menos proclives a asumir los compromisos que los longkos ranqueles procuraban, y el interés de estos en derivar sus lanzas hacia otros espacios de modo de limitar con ello episodios que pusieran ruido en sus negociaciones en curso (de Jong, 2016; Cordero, op. cit.). Esta presencia, a su vez, condicionaría el desarrollo de los acontecimientos.

Otra dimensión relevante a considerar es el debilitamiento relativo que la política diplomática desarrollada en los años anteriores imprimió a este liderazgo. El ascendiente de los grandes longkos dependía en buena medida de su capacidad de coordinar la circulación de recursos al interior del espacio indígena y entre este y las fronteras cristianas, mercado para el intercambio de productos y fuente de beneficios resultantes de las negociaciones pacíficas (de Jong, 2016). Los vínculos interétnicos pacíficos, que suponían el mutuo respeto de las territorialidades respectivas, también eran el origen de productos necesarios para el desarrollo de la economía indígena y para cimentar el prestigio de los caciques. El control de un acceso a los puntos de la frontera era un aspecto central de los grandes liderazgos, pero a su vez dependía de que este fuera juzgado adecuado, contra lo que conspiraba el maltrato a las comisiones comerciales y el incumplimiento en el flujo de recursos en forma de raciones periódicas que enmarcaba las relaciones. En tanto las expectativas no coincidieran con lo obtenido, líderes secundarios y guerreros podían optar por alejarse de la influencia de los caciques principales, pasaje facilitado por las características fluidas de los límites entre las grandes identidades territoriales indígenas (de Jong, 2016; Cordero, op. cit.).

La sociedad mapuche pampeana del siglo XIX se conformaba políticamente como una sociedad descentralizada, estructurada en función de obligaciones y derechos derivados de vínculos identificados con el parentesco. Estos vínculos podían atravesar, y habitualmente lo hacían, los recortes con que habitualmente identificamos las parcialidades indígenas -ranqueles, salineros, catrieleros, etc.-, de modo que ante la disconformidad con una política determinada por los liderazgos era posible el pasaje hacia otra opción juzgada como ventajosa (Villar y Jiménez, op. cit.; Barbuto y Literas, 2018). El uso de estas opciones podía implicar el desarrollo de vínculos pacíficos independientes con los cristianos, como es el caso de Cañumil, o del despliegue de la guerra contra la voluntad de los grandes líderes. En este caso, ello podría llevarse de manera independiente, en pequeños grupos de “indios gauchos” (Tamagnini y Pérez Zavala, 2010) o incorporándose a las lanzas de líderes emergentes que competían por el liderazgo con los caciques más importantes. Si bien esta fluidez no debe exagerarse, dada la estabilidad de las grandes identidades territoriales durante las últimas décadas del siglo XIX, lo cierto es que estos pasajes se producían continuamente, tanto en forma de circulación entre liderazgos en tierra adentro, como entre el territorio indígena y los grupos instalados como indios amigos en la frontera, vinculados ambos por lazos y alianzas parentales y políticas. Es en ese sentido que se ha matizado la importancia de las parcialidades habitualmente definidas en la historiografía para definir a las unidades políticas, proponiendo incluso ubicar la unidad política de análisis “más acá” de los grandes grupos, en el longko y su comunidad parental más inmediata (Cordero, 2021).

El debilitamiento que podía afectar a un cacique de la importancia de Calfucurá cuando las expectativas puestas en su liderazgo no tenían un cumplimiento efectivo tenían su correlato en el espacio. En tanto la territorialidad puede ser pensada en función de la acción de los sujetos y su capacidad de determinar las inclusiones y exclusiones de otros sobre un área (Sack, 1986), el poder indígena, que circulaba a través de y en función de las alianzas y vínculos parentales, estaba determinado por la capacidad de sostener esas redes de solidaridad y obligación mutua. De un lado, la territorialidad podía diluirse en tanto los vínculos que la sostenían perdieran su solidez. Del otro la territorialidad, en tanto expresión espacial de los vínculos políticos y los deberes y solidaridades que estos implicaban (Cordero, 2017) se extendía más allá de los centros neurálgicos del poder indígena, a través del mutuo respaldo que esos vínculos exigían. En ese sentido, determinados lugares, incluyendo en ocasiones los territorios wingkas, conformaban espacios multiterritoriales (Haesbaert, 2008), en los que, en función de las relaciones políticas y parentales, diferentes grupos tenían obligaciones que cumplir y derechos que reclamar. La frontera salinera, en ese sentido, puede definirse como el conjunto de redes tejidas desde Salinas Grandes hacia el territorio no indígena, que se insertaba dentro de él por medio de sus lazos y a la cual Calfucurá defendía frente a otros grupos indígenas como territorio exclusivo para el comercio y el malón. El debilitamiento del liderazgo, la aparición de competidores, el avance territorial y los avatares diplomáticos, podían afectar simultáneamente su rol como cacique, las redes que lo cimentaban como tal, y la territorialidad de su grupo, aun cuando este no fuera estrictamente objeto de un ataque inmediato. Frente a ello, la diplomacia y el malón, como formas alternativas de relacionamiento (Foerster y Vezub, 2011; de Jong, 2018) eran tanto prácticas de cara a los wingkas como parte del sostenimiento de los liderazgos más importantes, y de las prácticas políticas competitivas de sus rivales y aliados.

Las incursiones indígenas, los malones, eran prácticas complejas que suponían distintas escalas de coordinación de voluntades en función de la magnitud que implicaran. No poseyendo los liderazgos mapuches herramientas coercitivas ni otros recursos capaces de sostener una fuerza estable de guerreros subordinados, dependían de la apelación a la voluntad de líderes menores y de los lanceros que estuvieran dispuestos a acompañarlos (de Jong y Cordero, 2017). Esta disposición podía obedecer a objetivos diferentes, entre las cuales las expectativas materiales y políticas son difíciles de diferenciar (Alioto, 2011), y donde también ocupaban un rol relevante las nociones respecto a la legitimidad de la violencia. En términos generales, esta era aceptable cuando se tratara de recuperar un equilibrio que se consideraba dañado por un accionar ilegítimo, fuera este una agresión puntual o lo que se interpretaba como el incumplimiento de compromisos asumidos (Bechis, 2011 [1997]). En tanto más numeroso fuera un malón, mayor la diversidad de aspiraciones que debían coordinarse, y más alejados los vínculos personales de quienes compartirían la marcha bélica, lo que requería de procesos de deliberación específicos enmarcados en pautas formales consuetudinarias, en cuyo respeto se jugaba el prestigio de los convocantes y su propia capacidad de continuar ocupando ese rol en el futuro (de Jong y Cordero, 2017; Cordero, 2019).

Ello ha llevado a considerar la magnitud de las incursiones un indicador razonable de los procesos políticos que las enmarcan (Villar y Jiménez, op. cit.; Cordero, 2019): si los pequeños malones no suponían a priori más que el acuerdo de personas estrechamente asociadas, los grandes malones requerían ampliar la participación hacia líderes y guerreros menos cercanos, llegando a conformar coaliciones de creciente amplitud. Este carácter suponía siempre un proceso consensual previo, en el que los objetivos diversos coincidían en llevar adelante el ataque y en las características que tendría. Esto debe subrayarse, dado que los malones no eran prácticas informes, si no rigurosamente coordinadas, con objetivos selectivos desarrollados según pautas específicas. Todos los malones, cualquiera fuera su tamaño y los sentidos que lo atravesaran, incluían la captura de ganado, el golpe veloz y la retirada con el producto del saqueo, pero ello no nos informa de los sentidos que podían adquirir. Por el contario la magnitud, por lo mencionado, así como la selectividad en el ataque y las dosis variables de violencia desplegada, funcionan como pistas que permiten arriesgar algunas interpretaciones al respecto. Adicionalmente, considerar la territorialidad en que tenían lugar y la identidad de sus líderes, nos permitirán trazar algunas consideraciones sobre el proceso político desarrollado en el ciclo de malones de 1870 en Bahía Blanca.

 

EL CICLO DE MALONES DE 1870

Como se mencionó, la literatura de referencia[9] suele asociar el ciclo de malones de 1870 en el extremo sur bonaerense con la razzia llevada adelante contra los toldos de Cañumil, a principios de abril. Esta fue encabezada por el comandante de Bahía Blanca, Llano, siendo acompañadas sus tropas por vecinos y tropas de indios amigos del punto, dirigidos a su vez por el cacique Ancalao. Aunque la brutalidad del ataque, en el que fueron asesinados decenas de personas y hechas prisioneras otras tantas, además de la apropiación de todo su ganado[10], distaba de ser infrecuente, si lo era el contexto en el que desarrollaba, ya que se centraba en un grupo aliado, con vínculos con la población y un activo intercambio con comerciantes de la zona. Llano justificó el ataque aduciendo que Cañumil protegía indios que llevaban adelante robos en la zona y no cumplía con su obligación de advertir a las autoridades. Pero su justificación fue objetada aún por vecinos de la localidad, quienes censuraron el ataque como irresponsable, temerosos de las consecuencias, y objetivamente injusto y arbitrario en tanto suponía una ruptura intempestiva de los acuerdos existentes, deslizando inclusive la sospecha de la existencia de intereses inconfesables[11].

Cualquiera fuera el motivo que decidió al comandante, el ataque no debería desligarse de la preparación de la avanzada prevista por el ministerio de Guerra y Marina. El superior de Llano, el coronel Ignacio Rivas, a cargo de la recientemente creada sección fronteriza que unificaba varias circunscripciones[12], explicitó que el comandante de Bahía Blanca había actuado de manera inconsulta, pero defendió su accionar ante sus superiores lamentándose de no haber sido informado con anticipación para así dotar a Llano de más hombres y recursos. En su opinión, aunque había sido una acción aislada, resultaba en una buena ocasión para presionar a Calfucurá, dado que “Cañumil a más de ser su yerno y amigo es su jefe de vanguardia”[13]. Rivas proponía incorporar el éxito de la matanza y la captura de los prisioneros en el proyecto de avance en curso, para el cual había hecho diversas consultas a los jefes de frontera en los meses previos, en un contexto de recurrentes informes de un malón que se suponía se avecinaba desde principios de año pero que finalmente no ocurrió[14]. Se tratara o no de una acción irreflexiva, entonces, el ataque a Cañumil y su prisión fue entonces bien recibida por su jefe inmediato que sin embargo no participaría de sus consecuencias, ya que debió abandonar la frontera sorpresivamente[15]. Respecto a la avanzada proyectada sobre Salinas Grandes, tampoco se produciría ese año ni el siguiente.

 

Malón a Tres Arroyos

A mediados de julio se desplegó, sobre Tres Arroyos y las zonas circundantes, un malón cuya magnitud resalta si se considera que ocurría luego de años de paz relativa y cuyos resultados fueron devastadores para los pobladores. Las casas de comercio fueron saqueadas y los atacantes incursionaron sobre un área que se extendió mucho más allá de la línea de fortines, tomando gran cantidad de cautivos y un arreo de más de 50.000 animales[16]. Aunque los números difieren, se habría tratado de alrededor de mil guerreros[17] que permanecieron varios días, recuperando las tropas de frontera apenas una pequeña cantidad del ganado saqueado. El malón fue precedido el mes anterior por otro de menor magnitud, en la zona de Quequén Salado, que incluimos en el mismo ciclo por compartir algunos participantes pero que no hemos podido conectar con certeza. Otros elementos pueden ser vinculados a una estrategia global previa al ataque: durante los meses previos, los salineros comunicaron a las autoridades que tenían información de que se preparaba una incursión sobre la frontera oeste, que nunca ocurrió. Va de suyo que tales advertencias, por parte de quienes preparaban su propia acción militar sobre Tres Arroyos, no tenía otro objeto que distraer a los cristianos[18].

La importancia numérica del malón suponía una organización compleja que solo podía ser convocada por líderes importantes. Por el lugar donde se había desarrollado, asociado a la territorialidad salinera, y siendo previsible luego del ataque a Cañumil, no hubo demasiadas dudas sobre los responsables. La identificación de algunos de los participantes, de cualquier modo, aporta algunos elementos más. El informe presentado por el jefe de la frontera Costa Sud, a la que pertenecía el lugar, refería a la identificación de guerreros salineros, tapalqueneros dependientes del cacique amigo Calfuquir, quizás asociados a los que habían maloneado en Quequén Salado poco antes, y otros que son mencionados como “patagoneses” sin más datos, y que intuitivamente podríamos asimilar con grupos del norte patagónico[19]. Un grupo de aliados adicional estuvo conformado por desertores de uno de los primeros fortines en ser atacados, que se sumaron a los maloneros en ese momento[20]. Al predominio de salineros, quizás el único grupo pampeano capaz de movilizar esa cantidad de hombres en soledad (Cordero, 2019), se suma la identificación de sus cabecillas, los caciques Antemil y Huenchuquir[21]. Se trataba de los líderes de gran importancia para la diplomacia y los ámbitos de decisión de ese grupo y muy cercanos a Calfucurá[22].

Además de lo mencionado, sería el propio cacique quien confirmaría su dirección del ataque, al recomenzar negociaciones diplomáticas poco después. Estas se desarrollaron mediante el envío de comisiones a Azul y no a Bahía Blanca donde en otros momentos habría sido habitual[23], lo cual se explica por el contenido de sus reclamos, que subrayaban problemas ligados al comandante de ese punto:

 

…rrepito por las cosas echas de O Llanos i por haberme comprometido con el Superior Gobierno qe U. se abra enterado en la carta que escribi. Asi es que me cansa este Señor Gefe y que asta los hombres qe anda en negocios me lo apresado, asies que por todos lados me abuscado para aserme mal este Gefe i por la prisión enbano qe me lea echo á mi yerno Cañumil i ami hija i á los otros capitanes indios fue mi caisa qe ise aser esta invasión por los Tres Arroyos…[24]

 

Aunque la prisión de Cañumil aparecía como central, no se trataba del único motivo de queja. En la misma carta se denunciaba que se había llamado la atención previamente sin que el gobierno pusiera “atencion en mis quejas cuando me hiso asesinar amis Indios así abía acordado poner mis quejas al Sr Gobierno i me dijeron que yo no tenia qe ver con el Sr Gobierno sino con el Gefe qe me llebo ami yerno”. Calfucura también protestaba por otros motivos más generales, como el atraso en la entrega de raciones, la calidad de estas y la exigencia de que “me reclame mi papel de tratado que está en Buenos Ayres”. En suma, mientras se negociaba el intercambio de los prisioneros de abril por los cautivos tomados en Tres Arroyos, el cacique ponía en juego otras reclamaciones. Un elemento adicional relativiza la centralidad del ataque de Llano en la decisión de llevar adelante el malón. El viajero inglés George Musters, había sido testigo de un parlamento, en febrero de ese año, a miles de kilómetros de distancia, donde un mensajero informaba que:

 

Callfucura, el cacique de los indios acampados en las salinas, al norte del Río Negro, cerca de Bahía Blanca, iba á hacer la guerra á Buenos Aires, dando como razón para ello el asesinato de uno de sus parientes, perpetrado por los cristianos; deseaba, por lo tanto, que los Araucanos y los Tehuelches se unieran á él en la correría. Su mensaje era literalmente este: “Tengo el caballo pronto, el pie en el estribo y la lanza en la mano, y voy á hacer la guerra á los cristianos, que me tienen cansado con su falsía.[25]

 

El malón a Tres Arroyos fue llevado adelante por salineros a partir del ataque a su pariente y aliado, pero atendido a otras cuestiones que excedían el suceso puntual. Lo comentado por Musters, donde se menciona la muerte de un familiar que no he podido identificar, coincide con las propias palabras del cacique. El conjunto de protestas abarcaba incumplimientos de acuerdos y de su formalización en un “papel de tratado”, la mala fe atribuida a Llano, como interlocutor en Bahía Blanca, y el maltrato a las comisiones comerciales. Con los reclamos citados puede delinearse el tipo de orden en el vínculo interétnico que se presentaba como horizonte deseado (de Jong, 2018), caracterizado por el intercambio y la recepción de raciones en función de los acuerdos establecidos, el mutuo respeto a la vida y los bienes de las comisiones comerciales y diplomáticas, y la reserva del derecho a llevar a cabo acciones militares frente a lo que se observara como una violación de los acuerdos y territorialidades respectivas. Podemos suponer que la perspectiva de un avance territorial estaba presente en esas preocupaciones, pero no hay referencias documentales a ello. En cambio, sí aparece explicitado el ataque a Cañumil, cacique aparentemente independiente del liderazgo salinero, pero emparentado con su líder. Esa mención no debe leerse exclusivamente en función de la solidaridad con un pariente y amigo: en tanto esos lazos eran, tal como se definió en el apartado anterior, la propia territorialidad salinera, el ataque era un ataque a su propio territorio, que impactaba en sus propios intercambios.

Buena parte de las justificaciones del ataque resultan independientes de los sucesos de abril y, si damos fe a lo relatado por el viajero inglés, alguna acción similar ya había comenzado a delinearse con anterioridad. Sin embargo, la llegada de emisarios a un lugar tan lejano, no parece haber tenido un eco que se exprese en la composición de los participantes que, como se vio, se concentró en guerreros salineros y algunos agregados de Tapalqué, a los que habría que sumar a los “patagoneses”. Aunque desconocemos las proporciones de cada uno de estos grupos, puede señalarse que el millar de lanceros identificados corresponde a un número pasible de ser reunido por Calfucurá sin recurrir a otros aliados y caciques importantes (Cordero, 2019). En ese sentido, la convocatoria a la guerra probablemente haya sido limitada, u otros invitados aún no habían arribado a las pampas para el mes de julio. Veremos más adelante que ello contrastará con lo sucedido pocos meses después.

Poco después del malón comenzaron a desarrollarse las negociaciones, que se harían por vía de Azul, comprensiblemente en tanto Llano era presentado como uno de los causantes del conflicto. De esas negociaciones se derivaron intercambios de cautivos y prisioneros[26] con la progresiva liberación de unos y otros[27]. Mientras se desarrollaba este proceso, en el marco del cual se envió la correspondencia citada más arriba, se produjeron dos malones de mucha menor magnitud, en los meses de agosto y septiembre, que fueron atribuidos a los salineros. Si bien pequeñas acciones de este tipo podían ser independientes del conflicto global que atravesaba la sección fronteriza, la inserción de estos en el mismo ciclo malonero se evidencia en su selectividad: se concentraron en las propiedades de indios amigos como Ancalao[28] y en las caballadas de la guarnición de Bahía Blanca[29]. En el primer caso, la participación de este cacique en el ataque a Cañumil dota de sentido restitutivo al accionar de los lanceros, pero también, y especialmente en la captura de las caballadas, se evidencia un objetivo táctico, en tanto debilitaría las posibilidades de persecución en el gran malón que se avecinaba.

 

El malón a Bahía Blanca

Los weichafes que invadieron Bahía Blanca el 23 de octubre de 1870 duplicaron a quienes se movilizaron meses antes. Participaron al menos dos mil guerreros y su composición fue diferente, interviniendo mayor cantidad de líderes y lanceros que no dependían de Salinas Grandes, lo que le dio un carácter coaligado que impactaría en el desarrollo de los acontecimientos. Como se vio, se estaban desarrollando negociaciones e intercambiándose cautivos y prisioneros, y se habían abierto nuevamente vías de negociación por fuera de Bahía Blanca, de modo que, siendo aquellos parte de los objetivos que vislumbramos en el ataque a Tres Arroyos, podían llegar a frustrarse los resultados obtenidos hasta ese momento. El golpe dado a los a los cristianos en Tres Arroyos había reabierto canales cerrados y permitía plantear reclamos que apuntaban a lograr un orden considerado más adecuado para la frontera. Si esos propósitos parecían claros en julio, en octubre los sentidos del accionar malonero se abrirían y complejizarían: una composición más amplia condicionaría los objetivos iniciales.

El ataque a Cañumil continuó ocupando un lugar relevante. Así puede interpretarse de la selectividad en algunos de los eventos que formaron parte del malón. Al igual que en los meses previos, los atacantes se concentraron en personas vinculadas a la razzia del mes de abril. Las primeras construcciones saqueadas pertenecían al teniente Rufino Romero, de quien se señalaba que había sugerido la agresión de Llano y que en otras ocasiones había robado a distintos indios. Según declararía más tarde un cautivo evadido, había orden de “agarrar a Guayquil, a Linares, al Tte. Don Rufino Romero y a uno de los Quintana”[30]. La estancia del mencionado Linares fue incendiada por un grupo que se desprendió del grueso de la invasión al comenzar el ataque. No he encontrado información sobre hechos específicos vinculados a Gauyquil (indio amigo al igual que Linares), si bien de los mismos testimonios se desprende que al menos dos de sus lanceros fueron tomados cautivos. En estos episodios aparece el carácter retributivo del malón afectando específicamente a quienes se consideraban ligados al ataque que desencadenó el ciclo de violencia, tanto en las propiedades de militares criollos -Romero- como de indios amigos.

Si las primeras poblaciones atacadas subrayan el sentido de reparación del daño, ello se desdibujó con el desarrollo de los acontecimientos. En el retiro de los lanceros, que llegaron a las cercanías del centro de la localidad, el malón se expandió por buena parte de la región, incendiando estancias y recogiendo un número indeterminado pero muy importante de ganado. No siendo perseguidos, por la dureza del ataque y no contar las tropas de Bahía Blanca con caballadas adecuadas, en la retirada se desprendieron grupos que continuando con saqueos en otros lugares. Así, medio millar se desprendió hacia Quequén Salado, continuando allí con los arreos.

Los informes identifican a Manuel Namuncurá, hijo mayor de Calfucura y quien lo sucedería años después, secundado por algunos de sus hermanos, como quien estaba a la cabeza del malón[31]. Ello es confirmado por la correspondencia indígena posterior y por testimonios de cautivos evadidos. Son estos últimos quienes nos otorgan herramientas para avanzar sobre los sentidos del ataque que van más allá de los objetivos de Calfucurá y que, de algún modo, explican el propio malón. Permitirán avanzar sobre su composición y proponer algunas interpretaciones. Antes de escapar y ser rescatados por las autoridades, cuatro cautivos habían estado presentes en la reunión previa a la invasión, pudiendo informar sobre lo observado allí respecto al número, la adscripción y la identidad de los maloneros:

 

Los indios que han venido que han venido eran 1760 de lanza, como 200 y tantos sin lanza (…) de Calfucurá y los demás Ranqueles y de Aniñul que está cerca de 30 leguas más afuera de las tolderías de Calfucurá. Que no se sabe cuántos eran los Ranqueles, que es seguro del número total, pues los contaron cuando llegaron al Arroyo Quinahuecu (…) Los comandaba el Jefe Manuel Namuncurá un Rumani, Lificurá, Pichicurá, Catricurá, Juan Miguel Carmanos, Justo, todos hijos de Calfucurá -que muchos eran capitanejos- cuyos nombres ignora, a excepción de unos pocos que son Linicop, Pichum, Epuñán y Quintriel, Alaipo, Leuqui, Ñancucheo, Blanqui, todos de Calfucurá; de los Ranqueles no ha oído hablar sino de un Alonso.[32]

 

Al menos tres grupos diferenciados aparecen mencionados en este fragmento. En primer lugar, por supuesto, los hijos de Calfucurá y otros líderes secundarios que también se asocian a los salineros. El hecho de que participaran todos ellos ratifica la dirección de la convocatoria y la importancia que este grupo le dio al ataque. Claramente se trató de una decisión colectiva en la que se decidió apostar los recursos del grupo. Después de muchos años, dado que no es posible identificar al conjunto de los salineros en una incursión en los años inmediatos previos, quizá la totalidad de su fuerza guerrera había sido desplegada. En ese sentido, encontramos continuidad con el gran malón anterior, pero en este caso aparecen incorporados otros actores.

Entiendo que el nombre Aniñil corresponde al longko más habitualmente mencionado como Anegner. Durante el año anterior, había encabezado un malón a la frontera norte de Buenos Aires, junto con lanceros ranqueles y salineros[33]. Subordinado a Calfucurá una década antes[34], se había separado de ese grupo hacía varios años, pasando algunos de ellos como indio amigo del longko Coliqueo en Tapera de Díaz y, posteriormente, de Raninqueo, en la frontera oeste (Hux, 2007, pp. 33-34). Por circunstancias que se desconocen, hacia fines de la década comienza a ser mencionado vinculado a malones, y se instalaría definitivamente en tierra adentro. Anegner no era el único cacique que no puede ser ubicado claramente como salinero. El propio Namuncurá mencionaría tres más: Pincén, Necul y Millahueque. En los tres casos de trata de líderes que en algún momento de su trayectoria aparecen ligados a Calfucurá pero que para 1870 parecían conducir a los suyos de manera independiente. De acuerdo a Hux (ibid., p. 862) Necul era de origen borogano y también había pasado un tiempo con Coliqueo antes de alejarse nuevamente de la frontera. Tanto este, como Millahueque y Pincén -sin duda el más ampliamente conocido por la literatura de este grupo de caciques- residían al igual que Anegner en un espacio equidistante de ranqueles y salineros y habían participado de incursiones en la frontera oeste.

El tercer grupo estaba constituido por ranqueles, de los que lamentablemente solo se nos informa de un nombre, Alonso, que de acuerdo a uno de los declarantes era un cristiano renegado de quien no tenemos más detalles. Aunque la ausencia de referencias a líderes más conocidos en las fuentes consultadas no autoriza a suponer taxativamente que no estuvieran presentes, es posible arriesgar que, efectivamente, entre los ranqueles que participaron no se contaban los longkos más caracterizados, como señalamos en curso de negociaciones, sino simplemente guerreros y líderes secundarios, sumados a la convocatoria a la guerra en función de expectativas propias. Además de estos tres grupos, las fuentes mencionan, ocupando una proporción menor, a dos más: lanceros de Cañumil -cuya participación no precisa mayor explicación- y tapalqueneros, que son mencionados sin una adscripción más detallada, y que también habían participado en malones anteriores el mismo año[35].

Si los objetivos salineros eran claros y ya han sido detallados, sobre la participación del resto -exceptuando a los lanceros de Cañumil-, solo podemos arriesgar interpretaciones. La más obvia podría aludir a la expectativa de obtener recursos por medio del saqueo, o prestigio en la guerra. Especialmente para líderes o lanceros que desearan ascender en consideración, la guerra era un recurso importante y una convocatoria de un líder como Calfucurá, en la que marcharían miles al malón, una ocasión con perspectivas de éxito. Puede suponerse que, desde el punto de vista de los aliados en esa ocasión, para quienes las obligaciones de protección mutua para con Cañumil y los suyos y los objetivos estratégicos de Calfucurá fueran lejanos, este sentido del malón a Bahía Blanca habría sido especialmente importante. Las expectativas simbólicas y materiales, al fin y al cabo, constituyen dos de los principales alicientes para la guerra, lo cual no es de ningún modo característico y exclusivo de la sociedad mapuche del siglo XIX. Pero algunas pistas que aparecen en las fuentes permiten ahondar en otro sentido. En una nota posterior al malón, Manuel Namuncurá sostenía que:

 

La imbasion de Bahia Blanca fue imbitada por los Capitanes Aninir i Pichén i Necul i Millagueque i otros capitanes Ranquiles, asi viendo yo que fue formada de tantos capitanes asi me puse en marcha con setesientos indios lanseros á privarle las maldades que iban a aser (…) me empeñe en qe no rrobasen mucho asi es qe los Ranqueles se enojaron fueronse asta el Queqien salado.[36]

 

Namuncurá sostiene que los organizadores del malón habrían sido Agnener, Pincén, Millahueque y jefes ranqueles a los que no menciona, consistiendo su participación en limitar los estragos que pudieran llevar adelante. Lógicamente, las autoridades a las que esta versión estaba dirigida no creyeron en ella, seguidos en ello por los historiadores que consideraron el malón a Bahía Blanca. Se puede agregar a esa desconfianza lo infrecuente que resultaría el que un malón tuviera lugar en lo que, como se mencionó, constituía parte de la territorialidad exclusiva salinera, especialmente frente a terceros como los ranqueles y los otros caciques mencionados. El que un conjunto de longkos organizara una excursión en gran escala precisamente en un punto fronterizo que desde Salinas Grandes se consideraba propio, para la paz y para la guerra, habría implicado un debilitamiento de este grupo que es inconsistente con su capacidad de movilización militar -mostrada casi en soledad unos meses antes- y la importancia que retendría hasta las campañas de conquista casi al final de la década. En ese sentido, el argumento de Namuncurá parece poco consistente y es dable otorgar crédito a la declaración de los cautivos, según la cual los hijos de Calfucurá y sus aliados marcharon juntos bajo su dirección militar.

No obstante, aunque matizando el deslinde de Namuncurá, una relación más compleja entre los grupos coaligados surge también de otra documentación. Ya se mencionó que, desde el punto de vista de los Calfucurá, el malón no parecía necesario. Pero del testimonio de uno de los cautivos ya mencionados surge una oposición inesperada a la realización del ataque: Cañumil, quien había sido liberado y marchado a Salinas Grandes a principios de octubre[37], “se había empeñado para que no se efectuara. Que Calfucurá no quiso oír hablar de este asunto contestando que lo que estaba arreglado debía tener lugar”. Los motivos del cacique, víctima de un ataque feroz, solo los podemos imaginar. Quizás la esperanza de ocupar un lugar que había sido exitoso cerca de la frontera -aunque se instalaría definitivamente en tierra adentro y ya no volvería-, o la permanencia aún de familiares prisioneros. Pero es la respuesta de Calfucurá la que cobra mayor importancia. La pretensión de suspender un acuerdo colectivo, que suponía trabajosas negociaciones previas para coordinar los intereses en una acción común, tenía costos importantes para quien lo hubiera convocado. Los participantes invertían recursos materiales y simbólicos al sumarse a una incursión, y su suspensión podía ser una ofensa que exigiría retribución. Aunque no parezca cierto que quienes estaban detrás del malón fueran longkos menos influyentes que los salineros, y asociados a otra territorialidad, sí resulta plausible que estuvieran en condiciones de exigir el cumplimiento de lo acordado. En ese sentido, también respecto a las palabras de Namuncurá, el desvío hacia Quequén Salado de parte de los maloneros, disgustados con los límites que este habría intentado imponerles, resulta verosímil.

Pero no solo ranqueles y otros caciques habrían presionado por el cumplimiento de lo acordado. A principios de noviembre, apenas dos semanas después del malón y procurando continuar con el intercambio de cautivos y prisioneros -entre los que se contaban hijos y nietos de Cañumil[38]-, Calfucurá se refería al malón de Bahía Blanca señalando que “esta imbasion á sido porque mis capitanes an estado muy enojados en contra de Bahia Blanca por las tantas picardias que á echo i an sabido que llanos todabia esta gobernando este fue el motibo que tubo”[39]. De este modo, y dando crédito a su versión, no solo los invitados podrían haber implicado costos de suspenderse lo acordado: los líderes secundarios estrechamente ligados a él habrían tomado de mal modo una decisión en tal sentido. Líderes que, como hemos visto, incluían al grueso de los caciques y capitanejos salineros. Los liderazgos mapuches no eran de una importancia equivalente, los recursos con que contaban variaban sustancialmente y no es probable que malones de esta magnitud estuvieran dentro de las posibilidades de los caciques señalados por Namuncurá. Pero quienes sí estaban en condiciones de convocarlos, por las posibilidades de éxito que suponían y por las redes que eran capaces de movilizar, requerían sostener su propio prestigio para mantener esa capacidad. Defraudar las expectativas coordinadas para un malón, aun cuando fuera contra los propios objetivos que habían llevado a convocarlo, podría haberla puesto en riesgo.

Entre estas expectativas y sentidos de una incursión a la frontera resta considerar una más. Un mes después del malón a Bahía Blanca, cerca de allí tuvo lugar otro malón que, de acuerdo al parte militar, constaba de alrededor de doscientos lanceros que eran conducidos por el cacique Pincén[40]. Esto es, un líder no subordinado al liderazgo salinero que maloneaba en su territorialidad exclusiva mientras aquel, nuevamente, llevaba adelante negociaciones de paz. No tuvo impacto en estas, por lo que puede suponerse que las autoridades cristianas no lo atribuyeron a Calfucurá. Sin embargo, su propia ocurrencia implicaba un demérito para él, en tanto su ascendiente suponía la capacidad de ejercer cierto control sobre lo que sucedía en la territorialidad que consideraba propia, de modo que el maloneo en “su” frontera comportaba un desafío a su autoridad.

Pincén no volvería a realizar nuevos ataques en soledad en el extremo sur de la provincia, y su actuación -creciente en los siguientes años- estaría asociada a la frontera oeste y norte de Buenos Aires, esto es a su propia territorialidad, ya que frente ella se ubicaban sus asentamientos y su ganado, y sería con ella que buscaría, años después -y con el apoyo de Calfucurá- establecer acuerdos de paz. Pero el desafío implícito quizás haya continuado, ya que Pincén movilizaría en los años siguientes, en períodos de paz diplomática salinera, a algunos de los guerreros de ese grupo. Un último sentido que aparece presente en este ciclo de malones, entonces, remite a la competencia entre liderazgos, en este caso expresado en el desafío implícito de malonear sobre el territorio que los salineros se reservaban a sí mismos, para establecer la paz, y para declarar la guerra.

 

PALABRAS FINALES

Los resultados del ciclo de malones de 1870 no se limitaron a vengar el ataque a Cañumil y a recuperar los prisioneros de su grupo. Otros reclamos fueron atendidos en el tiempo que siguió al malón a Bahía Blanca. Llano, el comandante que tantos recelos despertaba, fue desplazado muy poco tiempo después de la última gran incursión y su reemplazante provisional, Julián Murga, procuró continuar las negociaciones de paz, comprometiéndose a realizar un nuevo tratado[41]. Este se formalizó en diciembre e incluía la restitución de Bahía Blanca como punto de comercio, interrumpido durante ese año, y el compromiso de mantener los valores previamente acordados respecto a las raciones, así como garantizar su calidad y cumplimiento[42]. Adicionalmente, el nuevo acuerdo incorporaba otros líderes -Antemil, Manuel Namuncurá y Quentrel- como receptores individuales de raciones. También se prometía que el tratamiento de las comisiones sería respetado. Por cierto, poco de todo esto se cumplió cabalmente, y las tensiones continuarían en el futuro, pero es claro que, de los sentidos propuestos para este ciclo de malones, aquellos que podemos asociar directamente al liderazgo salinero alcanzaron ampliamente el fin deseado.

Pero como se procuró mostrar a lo largo de este artículo, distintos sentidos y objetivos se desplegaron a lo largo de este ciclo de malones por líderes y guerreros. El primero es el ya mencionado y corresponde al interés del liderazgo salinero. En este interés pueden distinguirse objetivos de distinto alcance, desde modificar las pautas de relacionamiento llevándolas a una situación más deseable desde su punto de vista -la remoción del comandante, garantías para el respeto a las comisiones, cumplimiento de los acuerdos y respeto por la territorialidad- y la reparación del daño provocado a su pariente y amigo. Si bien Cañumil era al momento del comienzo de este ciclo un líder independiente respecto a los salineros de Calfucurá ello debe matizarse. No en el sentido planteado por Rivas al caracterizarlo como su “vanguardia” sino en que, en la lógica de la sociedad indígena, la autonomía que había adquirido separándose años antes del conjunto salinero no implicaba la ruptura de los vínculos de reciprocidad que obligaban a los segmentos entre sí. Estos vínculos, adicionalmente, eran la extensión de la propia influencia de Calfucurá, que a través de ellos atendía sus intereses más allá del núcleo de Salinas Grandes. Es en ese sentido, no el de una prolongación subordinada de los salineros si no como un grupo con respecto al cual los lazos existentes canalizaban su influencia, que el ataque a los toldos de Cañumil fue también entendido como una agresión a la propia territorialidad, que exigía una respuesta que vengara la ofensa y explicitara el propio dominio.

El malón a Tres Arroyos dio esa respuesta, y sus objetivos fueron mayormente cumplimentados, o iban en vías de serlo. Sin embargo, el ciclo de malones continuó, y es aquí donde es posible observar la convergencia y divergencia de objetivos diferentes. Entre los malones de Bahía Blanca y Tres Arroyos existieron diferencias de magnitud y de composición, siendo las primeras resultado de la incorporación de líderes y guerreros que no estuvieron presentes, o lo estuvieron marginalmente, en el primer ataque. En el malón a Bahía Blanca participaron distintos líderes cuyo interés probablemente no estuviera ligado a vengar a Cañumil, ni en revisar las formas de relacionamiento en la frontera sur. Sin obligaciones que impusieran la búsqueda de reparación, y sin un comercio en esos puntos que defender, el sentido de su participación parece haberse orientado a obtener beneficios materiales o simbólicos, en forma de prestigio. Pero su presencia, y el acuerdo que esta suponía, condicionó el desarrollo de los acontecimientos, obligando a continuar cuando ya no era necesario. Un malón coaligado suponía una coordinación de intereses que desde la cual volver atrás implicaba una ruptura de acuerdos que podría haber sido gravoso. Incluso más que frustrar las negociaciones en curso, en tanto era en esa capacidad de movilización en que radicaba la posibilidad de entablarlas, en un vínculo interétnico donde la diplomacia era sostenida, en gran medida, por la amenaza de la guerra.

Pero no solo el prestigio y la capacidad de movilizar militarmente a futuro podría haber estado en juego. En mi perspectiva, el malón de Pincén implicó también un desafío a la territorialidad salinera, y una muestra de lo que podría haber sucedido si se cedía a la pretensión de Cañumil -y quizás de Namuncurá- de dar marcha atrás con lo acordado. El cumplimiento de los pactos era también un resguardo del territorio, entendido también como la capacidad de controlar lo que sucedía en las fronteras. Como interlocutor de los wingkas y como quien fuera capaz de amenazarlos con la violencia, Calfucurá requería que no hubiera competidores importantes. Una convocatoria militar amplia era necesaria para establecer una relación deseable con la frontera, pero el control de esa relación era precondición de aquella. Puesto a elegir entre poner en riesgo lo que promisoriamente se estaba obteniendo después del malón a Tres Arroyos y enemistarse con los aliados que eran necesarios para la guerra, la opción fue respetar lo acordado inicialmente, extendiendo aquella convergencia inicial de intereses cuando el desarrollo de los acontecimientos ya la había modificado, y cediendo al deseo de líderes de menor importancia que, en conjunto, condicionaron sus opciones más inmediatas.

La naturaleza del vínculo entre caciques como Agnener, Necul y, especialmente, Pincén, con Calfucurá y los cacicatos ranqueles probablemente deba ser profundizado. Sin la capacidad de movilización de aquellos, y al igual que otros en períodos precedentes, se ubicaban en una territorialidad específica frente a la frontera oeste y norte de Buenos Aires. Vinculados por parentesco con las grandes agrupaciones pampeanas, y subordinados a sus grandes liderazgos en algunos períodos, en ocasiones se los ha mencionado como parte o desprendimiento de los salineros. Siete años antes de los eventos relatados en este artículo Calfucurá escribía “me estan trastornado mis Buenas pases que tengo conmi amigo pues son son unos hombre que Biben Tan distante de mi que cuando quiro conversar mando chasques. Biben por las costas de los Ranqueles”[43]. ¿Serían las “costas de los ranqueles” ese espacio equidistante entre la territorialidad ranquel y salinera donde tenía sus asentamientos Pincén, y otros líderes, hacia 1870? Y esa territorialidad singular, ¿debería pensarse como extensión de las redes que conformaban el grupo salinero o el espacio de un conjunto de grupos autónomos, de distinto origen, que se ligaban a aquellos de forma eventual en función de concertaciones puntuales? No es posible responder aquí estos interrogantes y determinar si la independencia de estos caciques en el ciclo de malones de 1870 respondía a los límites intrínsecos a la autoridad cacical frente a sus seguidores o si nos autoriza a considerar la existencia de un espacio elusivo y heterogéneo, conformado por líderes de mediana importancia, para el que no tenemos un nombre que lo coloque a la par de las grandes identidades territoriales pampeanas.

 

ARCHIVOS

(MMGM) Memorias del Ministerio de Guerra y Marina, años 1869, 1870 y 1871.

(SHE) Servicio Histórico del Ejército, Cajas 31 y 32.

 

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Villar, D. y Jiménez, J. F. (2011). Amigos, hermanos y parientes. Líderes y liderados en las Sociedades Indígenas de la Pampa Oriental (1820-1840). Etnogénesis Llailmache. En Villar, D. y Jiménez, J. F. (Eds.), Amigos, hermanos y parientes. Líderes y liderados en las Sociedades Indígenas de la Pampa Oriental (S. XIX), (pp. 115-170). Bahía Blanca: Centro de Documentación Patagónica, Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur.

 

 

 

NOTAS



[1] Excluimos de esta cuenta un malón producido en Patagones en este mismo período, dado que aunque sospechamos que se encuentra vinculado al mismo proceso, no hemos podido integrarlo de un modo convincente. Tampoco consideramos un pequeño malón ocurrido en diciembre en las cercanías de Bahía Blanca, dado que por la información que poseemos se trató de una partida muy pequeña, no exitosa y que no repercutió en la situación general. 

[2] Otros caciques salineros que se instalaron cerca de Bahía Blanca en el mismo período fueron Ignacio y Toncuán. Guayquil había pertenecido al grupo de Calfucurá, que abandonó en la primera mitad de la década de 1860 para instalarse como indio amigo cerca de Bahía Blanca (de Jong, 2011), donde permanecería muchos años.

[3] Los Ancalao, Francisco y su sucesor Andrés, residían en Bahía Blanca como indios amigos desde hacía varias décadas y habían obtenido tierras a mediados de la década de 1860 (Martinelli, 2017) de las que serían desplazados años después. Aunque mantenían relaciones parentales con grupos de tierra adentro, los avatares de la política fronteriza los encuentran subordinados militarmente a las autoridades de frontera.

[4] Coliqueo fue un importante cacique de origen borogano, que luego de residir muchos años en territorio ranquel estuvo aliado con Calfucurá en la década de 1850. Debilitado políticamente al interior del espacio indígena, optó por instalarse en la frontera Oeste como “indio amigo” a principios de la década de 1860.

[5] Una biografía reciente de Pincén en Estévez (2011).

[6] Biografías cortas de ambos pueden consultarse en Hux (2007).

[7] Informe del Ingeniero Juan Czetz al ministro Gainza (MMGM, 1870, pp. 126-160).

[8] La ley 215, aprobada en el año 1867, preveía el traslado de las fronteras a los ríos Negro y Neuquén.

[9] Los malones de 1870 a Bahía Blanca y Tres Arroyos son mencionados en las obras más clásicas sobre la frontera, pero sin duda el trabajo más detallado es el de Rojas Lagarde (1984 y 1995).

[10] Bahía Blanca- Combate en los toldos de Cacique Cañumil (MMGM, 1870, pp. 283-287).

[11] The Standard, 3 de diciembre de 1870, en Rojas Lagarde (1984, p. 54).

[12] Las fronteras Sud, Costa Sud y Bahía Blanca, correspondientes al centro y el sudeste de la actual provincia de Buenos Aires, fueron unificadas en enero de 1870 en una sola comandancia general, para la que fue designado Ignacio Rivas (MMGM, 1870, p.123). Hasta ese momento habían funcionado como jurisdicciones independientes que reportaban directamente a la comandancia general de armas.

[13] Rivas a Gainza, 14 de abril de 1870 (Archivo del Museo Histórico Nacional, L.36, Nro. 4485, en Lobos 2015, pp. 454-455).

[14] Mitre a Gainza, 12, 19 y 18 de febrero de 1870 (SHE, Caja 31, Doc. 18ª 5696, 18ª 5712 y 18ª 5736); Gainza a Mitre, 15 de febrero de 1870 (SHE, Caja 31, Doc. 18ª 5750); Victorica a Gainza, 16 y 23 de mayo de 1870 (SHE, Caja 32, Doc. 18b 5886, 18b 5893 y 18b5907).

[15] Rivas a Gainza, 8 de abril de 1870 (SHE, Caja 32, Doc. 18ª 5823). Pocos días después Rivas sería enviado a Entre Ríos por el levantamiento de López Jordán.

[16] Invasión a la Frontera Costa Sud (MMGM 1871, pp. 234-236); Parra a Campos, 16 de junio de 1870 (SHE, Caja 32, Doc. 18b 5940); Castro a Gainza (SHE, Caja 32, Doc. 18b 5947); Martínez a Malaver, 16 de junio de 1870 (SHE, Caja 32, Doc. 19b 5852); Campos a Victorica, 22 de junio de 1870 (SHE, Caja 32, Doc. 18b 5967); Oliveira, Relación de los desastres causados a este Partido por los Indios en la invasión del 15 del presente (SHE, Caja 32, Doc. 1223); Victorica a Varela, 28 de julio de 1870 (SHE, Caja 32, Doc. 1227); Campos a Victorica, 30 de julio de 1870 (SHE, Caja 32, Doc.18b 5999).

[17] En su parte oficial, el comandante Julio Campos aseguró haber visto entre ochocientos y novecientos durante su persecución. Diferentes testimonios, notificaciones y repercusiones periodísticas recogidas por Rojas Lagarde reducen esa cifra a trescientos o la elevan hasta un máximo de tres mil (Rojas Lagarde, 1995, pp. 35-55). Considero esta última cifra exagerada, por coincidir la mayoría de las fuentes alrededor del millar y por la composición del malón que se analiza a continuación.

[18] Victorica a Gainza, 16 de mayo de 1870 (SHE, FI-CI, Caja 32, Doc. 18b 5886 y 18b 5893) y 23 de mayo (SHE, Caja 32, Doc.18b 5907).

[19] Entre los tapalqueneros se identificó a un baqueano que pocos meses antes había guiado a Rivas en su reconocimiento. Ambas referencias en el informe de Julio Campos Invasión a la Frontera Costa Sud (MMGM, 1871, p. 234).

[20] Algunos de esos desertores retornaron a la frontera en el marco de los canjes de cautivos que siguieron al malón. Un grupo fue muerto por los indios cuando intentaron huir de su entrega a las autoridades (De Elía a Mitre, noviembre de 1870, SHE, Caja 32, Doc. 18 C 6172). A diferencia de las alianzas entre grupos indígenas y montoneras cristianas que otros autores han observado en el área ranquel (Tamagnini y Pérez Zavala, 2010), en este caso parecería tratarse de un hecho puntual.

[21] Roldán a Malaver, 21 de junio de 1870 (Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, legajo 39212, en Rojas Lagarde, 1995, pp. 50-51).

[22] Antemil era hermano de Calfucurá y participó en comisiones a los puntos de frontera y a la capital. De acuerdo a Hux (2007, p. 40), se dedicaba fundamentalmente al comercio y se encontraba muy vinculado con el comerciante de Bahía Blanca Pío Iturra. Huenchuquir, citado más habitualmente que Antemil en las fuentes, habría tenido un rol aún más importante que aquel en las relaciones diplomáticas y comerciales salineras. Siguiendo a Barbuto (2016), que analizó su trayectoria en su estudio sobre mediadores fronterizos, los posicionamientos de Huenchuquir poseían cierto peso en la toma de decisiones, que en parte provenían de su competencia en el manejo de códigos y pautas culturales cristianas, entre ellas el buen uso del español.  

[23] De Elia a Varela, 13 de agosto de 1870 (SHE, Caja 32, Doc. 18 B 870).

[24] Calfucurá a de Elia, 18 de agosto de 1870 (Doc. 20-6054 faltante en el SHE, en Lobos, 2015, pp. 456-57).

[25] Musters (1911, p. 293).

[26] Denominamos prisioneros a las personas indígenas y cautivos a las no indígenas. Sobre las características y las funciones de la pérdida forzada de la libertad en el contexto fronterizo puede consultarse Tamagnini y Pérez Zavala (2016).

[27] Malaver a Gainza, 24 de octubre de 1870 (SHE, Caja 33, Doc. 18c 6145).

[28] Santoro a Martínez, 8 de octubre de 1870 (SHE, Caja 33, Doc. 1119); Mitre a Gainza, 20 de octubre de 1870 (SHE, Caja 33, Doc. 1123); The Standard, 15 de septiembre de 1870, citado en Rojas Lagarde (1984, pp. 39-40).

[29] Mitre a Tejedor, 25 de agosto de 1870 (SHE, Caja 32, Doc. 1237).

[30] Los testimonios aparecen anotados como existentes en el SHE (Caja 33 Doc. 1124), pero lamentablemente se han extraviado. Se encuentran transcriptos en Rojas Lagarde (1984, pp. 65-69). Lo mismo es señalado respecto de Rufino en una columna de un periódico (The Standard, 4 de diciembre de 1870, citado en Rojas Lagarde, 1984, p. 58). Suponemos que el Linares que aparece allí mencionado es alguno de los que aparece en las listas de revista de Bahía Blanca a lo largo de dos décadas con distintos roles en la estructura militar dependiente de Ancalao (Barbuto y Literas, 2021, pp. 294-308), no deben ser confundidos con los Linares de Carmen de Patagones, con quienes no se ha identificado un vínculo (Pérez Clavero, comunicación personal).   

[31] Llano a Mitre, 25 de octubre de 1870 (MMGM 1871 Anexo C 252-253).

[32] Declaración de los cautivos Manuel Suárez y Currugal y de los indios Millaché y Currupil sobre la invasión del 23 de octubre de 1870 (SHE, Doc. 1124 faltante, citado en Rojas Lagarde, 1984, pp. 65-67).

[33] Charras a Victorica, 22 de Noviembre de 1869 (AGN S X 43-6-10, citado en Lobos, 2015, p. 453).

[34] Declaración del indio Andrés, fugado de los toldos de Calfucurá, 5 de febrero de 1861 (AGN S X 20-7-1 en Lobos, 2015, p. 289).

[35] The Standard, 6 de noviembre de 1870, citado en Rojas Lagarde (1984, pp. 50-53).

[36] Namuncurá a De Elia, 6 de noviembre de 1870 (Archivo del Museo Histórico Nacional, L.38 Doc. 5129, en Lobos, 2015, p. 462).

[37] Rojas Lagarde (1995, p. 70) calcula esta fecha citando a cautivos evadidos de Salinas que señalan que Cañumil acababa de retornar al momento de comenzar la invasión.

[38] Cañumil a de Elía, 8 de noviembre de 1870 (Archivo del Museo Histórico Nacional, Doc. 5137, en Lobos, 2015, pp. 464-465).

[39] Calfucurá a De Elía, 6 de noviembre de 1870 (Archivo del Museo Histórico Nacional, L.38 Doc. 5130, en Lobos, 2015, pp. 462-463).

[40] Murga a Mitre, 21 de noviembre de 1870 (MMGM, 1871, Anexo C 261-262).

[41] The Standard, 7 de diciembre de 1870, citado en Rojas Lagarde (1984, p. 63).

[42] Varias notas (SHE, Caja 33, Doc. 1269).

[43] Calfucurá a Rivas, junio de 1863 (A. Mitre. T. XXIV/C. 14 do. 4493, en Lobos, 2015, pp. 380-382).

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